Cantinflas, el tímido conquistador.
Hace poco me topé
con una película en tonos grises de Cantinflas, concurría la mayor parte en un
teatro y fue esa la razón que me llevó a pensar que se trataba de "El
bolero de Raquel", las acciones tenían lugar tras bastidores y en
camerinos la mayor parte. Tanto de niño como de grande fui un gran admirador de
su comedia, pero con el tiempo le perdí el rastro como con casi todo lo que
exige un poco de concentración y fanatismo, pero ya que tenía al frente una
película de factura decimonónica tan elocuente, encontrada casi al azar
haciendo el zapping, me quedé a contemplarla más que a verla. Observé que el
exterior del teatro era muy bello o eso me pareció, creo que sólo lo pasaron
una vez, pero si así fue resultó suficiente. Mi referencia cinéfila es el
Moulin Rouge, contenía algo de ese toque musical que tiene el Broadway o el vaudeville,
con anuncios iluminados sobre enormes cajas de luz. Sobre las letras de colores
había un muro que no precisé en un comienzo, pero que al ser bañado por un
resplandor, me resultó evidente que estaba pintado o grabado con motivos
coloridos, eran personas en posiciones de fotografía o de retrato, un mural.
Desde las calles
se iluminaban los dibujos que iban apareciendo en los círculos plateados, pronto
la pequeña terraza de los avisos pasó a segundo plano, me pareció encantadora
la manera sutil con que fue mostrada la noche del teatro mejicano y a mi juicio
se podría hablar en plural. La película estaba dividida delicadamente en dos
secciones que distanciaban lo chistoso de lo serio, me parece que la relación
entre esos dos conceptos en las historias del simpático personaje intrincado,
se encuentran más mezcladas que separadas, pero aquí me pareció que se
deslizaban con cierta marcha independiente. Los tramos graciosos ocurrían
invariablemente con la aparición de Cantinflas, una especie de conserje del
teatro, en algún momento tiene que hacer los sonidos y efectos de la obra que
se representa y lo montan a una claraboya o más bien andamio desde donde
efectúa su intervención típica con resultados geniales. Me explicaré mejor
después, pero debo mencionar como al vuelo otro detalle que observé y que tal
vez no sea secreto para nadie: Cantinflas era un encantador que utilizaba la
timidez para enmascarar a un conquistador impetuoso.
Pasado el ataque
de risa que me embargó el cuerpo de buen ánimo noté algo que había dejado pasar
desapercibido momentos atrás, una dimensión a la que aterricé hará apenas un
lustro, cuando en la Facultad de Artes Integradas luchaba por familiarizarme
con las prácticas contemporáneas derivadas de los ensambles experimentales de
mediados del siglo pasado, tuve pues que actualizarme forzosamente con esa
información que no poseía, con ayuda de la cual se deducía que los primeros
atisbos de posmodernidad sincrética e iconoclasta, se encuentran ya definidas
en los albores de la crisis del arte de finales del siglo antepasado, punto de
origen de todos los ismos según
entiendo. Ya he mencionado que la estructura de la historia en la película, me
resultaba como seccionada por la integración discursiva de dos ambientes que se
relevaban, creando la impresión de estar asistiendo efectivamente a una obra de
teatro en la que los intervalos se localizaban en las entrañas mismas de la
obra y en esto el público asistente resultaba cómplice y activo participante,
con una altura pasmosamente cosmopolita.
Aquellos momentos
donde no se asoma Cantinflas tampoco se manifiesta nada cantinflesco, todo es o
resulta muy serio, quizá para acentuar la intención compositiva que creo haber
descubierto o más bien advertido. Como en casi toda película de Cantinflas (o
quizás en todas, no soy un especialista) hay bailada, y en esta en particular
hay un momento en que va a dar con sus huesos a las mismas tablas donde se
ejecuta la representación, aquí se burla de la generación Luis XV, ya que en
medio de una persecución no encuentra otra manera de escapar que ataviarse con
el disfraz del pusilánime y transvestista rey francés y salir a escena, entre
tanto el público da amplias muestras de estar divirtiéndose y de entender la
obra desde la perspectiva de la intervención cómica. Nadie se va, nadie se
pregunta si eso es parte de la obra, lo que es aún más destacable, cuando hay
que reír ríen a pierna suelta, cuando hay que ser solemnes guardan respetuoso
silencio. Todo ello mejora el conjunto estético de una obra que por otro lado y
considerando los grados de rigurosidad técnica de sus intérpretes, habría sido
más mala que aburrida, porque evidentemente fue diseñada para integrar a un
protagonista que se diluía mágicamente de la historia en cuanto salía del
cuadro.
Entre el público
y en primera fila había dos hombres, se les veía desde sus espaldas, sólo las
cabezas sobresaliendo de entre sus respectivas sillas, uno era calvo y el otro
tenía una gorra de policía, puedo decir que esta referencia dejó en mí el gusto
de una ejecución sutil y elegante, a la manera del cine ruso que muestra las
siluetas, los atuendos y los distintivos sin mostrar los rostros que animan
dichos conjuntos, quizá para que uno se lo imagine y le ponga los rostros que
quiera. Más atrás el público disfrutaba de la obra como si se tratara de una
pieza posmoderna, pero la falsa referencia de que no era esa la intención,
expresada por la medida de frustración de los coreógrafos y directores tras
bambalinas acentuaban el afortunado exabrupto de la realidad. Pronto empecé a
fascinarme con una idea que se partía de la risa por momentos, según la cual
Cantinflas estaba representando un Méjico que ya se encontraba preparado no
sólo para gozar de lo conceptual e individuativo,
sino que se encontraba disfrutando de ello hacía un buen tiempo. Desconozco qué
tanto participaba el señor Mario Moreno en la construcción de sus películas,
pero me resulta interesante empezar a verlo con este nuevo cristal. En algún
momento Cantinflas hizo algo que me recordó al compositor estadounidense John
Cage y me pregunté sin asomo de certidumbre si Méjico ya había pasado por todo
eso que se había vuelto célebre en E.E.U.U. No encontré suficientes referencias
al respecto, quizá porque mis índices de interés subyacen en horizontes un poco
forasteros en ese campo.
Desde luego mi
ingenuidad raya en la ofensa, ya que todos los movimientos y controversias
artísticas se encuentran entremezcladas y combinadas de una manera
indiscernible, digamos, para la mayoría de los contertulios no iniciados en las
perspicacias de la derivación creativa del mundo contemporáneo, yo el primero
en la lista; pero debo confesar que la idea no sólo me pasó por la cabeza sino
que formó un sendero estimulante de periferia discursiva y tal vez lo
suficientemente inquietante como para alimentar una no tan ociosa discusión. Sin
embargo quizá soy uno de los últimos en darse cuenta de la inclusión del
público que ríe libremente frente a una obra que se pensaba típica de la tradición
decimonónica más ortodoxa, público que por otro lado no esperaba reír esa noche,
siguiendo el hilo de la ficción. A título de parecer demasiado inocente al
respecto diré estrictamente que me pareció una de las mejores representaciones
de arte posmoderno que he visto, ofrecida con la ambientación deliberada de una
buena dosis de pulsión devastadora, dirigida a lo sistematizado en la
disciplina del entretenimiento, tradicionalmente abandonado en los esplendores
narrativos de la llamada edad media; ya que en la película el público que ríe
se encuentra incluido además de en la obra, en la representación de aquél que
no esperaba divertirse en ese momento.
Todo el otro
espectáculo en donde no aparecía el impertinente hombrecillo de los pantalones
caídos y el bigote insinuoso
resultaba de lo más exquisito que podía imaginarse, cada representación
alcanzaba tal grado de perfección que costaba imaginarse una coreografía
ensamblada en otra cosa que no fuera, el gran escenario de la solemnidad
teatralizada con escrupulosa y afectada desenvoltura, casi como una disputa
magistral, una gran radiografía de las esferas del espectáculo, que según mis
cálculos culturales -y siendo un tanto rudo con mis coterráneos- no resulta del
todo apreciada en su completa dimensión artística por aquellos horizontes y
latitudes en donde me crié. Al final las estrellas, no todas esta vez,
brillaron para el taimado y entrañable héroe mejicano. Al final, con los
créditos supe cuál era el nombre de la película: "Abajo el Telón". No
añadiré mucho más pues temo agenciarme demasiadas animadversiones por parte de
los entendidos en estos asuntos que he tratado tan a la ligera en mi extenso
comentario al margen aquí expuesto, simplemente expresaré que me resulta
hermosa la manera en que refirieron todo lo que creo fue referido y el regusto
contenido en la memoria de lo que se hace borrón y cuenta nueva, porque hay
cosas que ni para qué ahondar en detalles, como mandadas por un ángel, uno de
esos correctamente vestidos; una joya para la posteridad, donde de seguro las
piezas raras serán valiosas tanto si resultan lo que son como si no resultan lo
que no son.