La condición

La condición

jueves, 15 de noviembre de 2012

La danza de las cañas cortantes



Liliana Montes interpreta "Aguacerito llové" del álbum "Corazón Pacífico"




La danza de las cañas cortantes





Cierto día encontré un duendecillo, era de noche, pensé que era un elfo por su tamaño, su estatura era mayor de lo que yo le atribuía a los duendes, por demás, me los había imaginado tan pequeños y livianos que podrían reposar pausadamente, sobre una delgada rama sin romperla y con el único peligro de ser devorados por una serpiente o algún otro bicho semejante. Una vez también vi un hada volcada sobre una silla, parecía que no entendía qué le había pasado. Estaba al revés y no podía remontar el aire. En fin, que eso es otra historia; el duendecillo me invitó a casa de un mago a donde no quería llegar sólo. Yo ni corto ni perezoso le dije que sí, pues lo encontraba interesante y no recordaba esa noche el renacuajo paseador.

Antes de salir de la ciudad, ya que el mago vivía en las afueras, en una montaña de tierra fragante a sol y bosque tropical, tal vez un hormiguero, hicimos una parada en una especie de centro comercial que yo no conocía, para comprar vinagre y pastel pues no queríamos llegar con las manos vacías. Claro que a mí apenas si se me había ocurrido, no soy de ese tipo de reliquias socializantes, y aunque no llevaba ningún dinero superpuesto, transbordamos todo porque el duendecillo tenía un maletín mágico, o eso me pareció, que seguramente otro o el mismo mago le había regalado, por ser duende me imagino.

Cuando llegamos todo estaba en silencio y en oscuridad, pero una vez llamamos al portón de rejas que custodiaba un pequeño jardín, se prendió una lucecita en el fondo y dibujó instantáneamente la fachada de una hermosa casita gigante. Luego apareció un ser mitad caballo mitad dragón, del tamaño de un perro grande y hacía algo parecido a un rugido ladrado. Pensé que era el mago, luego mi cerebro se sonrojó por la ingenuidad pues del fondo de la luz, salió el personaje más alto que en la distancia se me haya aparecido. Debió ser la luz pues cuando nos aproximamos apenas era más alto que yo, con arrugas en la frente y una sonrisa que yo describiría brevemente, como la más cosmopolita que haya examinado en mi vida hasta ahora.

Parecía feliz de vernos aunque algo sorprendido. Nos invitó a sentirnos como en nuestra casa con la condición de que nos descalzáramos, y luego nos invitó a comer y para tal fin se dispuso la mesa, su cocina que no quedaba lejos, parecía una biblioteca de especias y frascos de todos lo colores, una especioteca, pero no tocó ninguno de aquellos pomos, sino que abriendo la despensa, ya estaban listas las ollas con comida recién cocinada. El vino que nos sirvió era picante; dijo que era de un árbol de la selva tropical, de un árbol, eso recuerdo. Yo me repetí dos veces, siempre he sido de buen comer. Cuando estábamos relajados por el peso de la comida, el mago puso música en su estéreo, era pulcrísima –es Liliana Montes -me dijo-, es una mujer bellísima.

Mucho después comprobé que el mago tenía razón, aunque en el momento sólo podía pensar que poseía buen gusto. Mientras la música sonaba con el delicado entusiasmo del reconocimiento, el mago y el duendecillo se pusieron a fumar. Los magos no fuman tabaco, fuman té, un té que maceran previamente en vinagre y que luego ponen a secar. Desde luego que probé, el humo me rodeaba, fue lo más dulce que había probado en mucho tiempo, fuerte pero relajante y con sabor a miel de canela. Noté que hacía cada vez más frío y aparte de nosotros y de la música, sólo eso parecía anunciar la presencia del tiempo en esa noche cerrada de sonidos, como dormida en su propia plenitud.

De pronto el mago trajo unos sobretodos parecidos al suyo pero un poco más pequeños, supongo que para conservar las proporciones de autoridad, eso fue lo que se me ocurrió. Ya no tenía frío y cuando mi cuerpo recobró el calor entonces pude oír los rumores de la noche y una especie de aleteo rápido en el aire, cuyo eco se desplazaba por la lejanía del jardín, surcando las empinadas cuestas del pasto apenas sacudidas levemente por el viento. Cuando observé bien, con los oídos quiero decir, pude entender que el aleteo no era otra cosa que un lenguaje desconocido que hablaban el mago y el duendecillo. El aleteo del mago parecía más fluido pero sin duda estaban conversando.

Cuando notaron que yo me había dado cuenta empezaron a traducirme y finalmente terminaron hablando en mi lengua. Según me dijo el mago es difícil resistirse a la deliciosa fluidez de aquél lenguaje -el lenguaje de los árboles –dijo-, el duendecillo asintió; que en más de una ocasión había cometido el capricho siendo grosero con sus invitados, que eran de todo tipo, procedencia y naturaleza. Justo en ese momento sonó una campanilla, la música cesó, el perro-dragón ladró y rugió, y por el jardín se vio aparecer una carroza blanca con una estela rosada, a manera de niebla, que la circundaba.

Llevaba faroles redondos y se detuvo delante de la casa del mago. –Clientes –dijo-, vinieron por una poción de frío, no tengo horario, les pido que me disculpen, han venido sólo hasta esta hora porque es la mayor temperatura que toleran y necesitan tener frío a su alrededor, son del norte –y señaló hacia el cielo. Como la casa era al mismo tiempo el taller, consideramos prudente salir un raro, no fueran a derretirse por nuestra respiración, por si no lo saben los duendecillos respiran calcinadamente. En ese momento el duendecillo se dirigió a la parte más florecida del jardín y supuse que quería estar sólo con sus aromas, todavía despiertos, o tal vez recién despiertos.

Yo por mi parte me ubiqué debajo de una palma enorme y me puse a ver las estrellas, cielo despejado en incontables estrellas. Desde allí podía ver al mago que hablaba aparentemente sólo, pues la puerta de su casa se había convertido en un portón del tamaño de la sala misma. Qué amplitud, pensé y entonces me pareció de lo más natural, ya que casi nunca me detengo mucho a pensar, fue cuando comencé a oír la deliciosa música que parecían respirar los árboles, eso, como si alguien les estuviera haciendo cosquillas a la oscuridad, habladurías de firmamento.

Una música sobre la cual no se puede guardar memoria. A decir verdad fue como si siempre hubiera estado ahí, revolviéndose por una fuerza extraña hasta ese momento, diré persuasiva, que conjugaba cada nervio de mi cuerpo y que lo instaba a balancearse con felicidad y una especie de ritmo interesante. Pero en cuanto quise ponerme a danzar un dolor terrible, vibrante y suspendido me detuvo. Sucedió que mientras estaba escuchando esa bella música, el pasto debajo de mis pies había despertado; no tenía como saber que era un pasto mágico, aún en las extrañas condiciones de mi estancia en ese lugar, es decir, este pasto se comportaba como si hubiera estado dormido; se mecía dulcemente al ritmo de la música.

Pero lo que me hacía daño era la fina pelusa al borde que tienen la mayoría de los pastos, sean mágicos o no, sólo que esta había crecido hasta alcanzar el tamaño de una pluma de águila. Mi miedo se vio contrastado con rudeza por la magia de la música, que me instaba a seguir bailando como si hubiera sido poseído por el espíritu de la alegría, ya que estúpidamente seguí moviéndome muy despreocupadamente, mientras bajo mis pies se iba formando una tibia apología al dolor, serpenteando tibiamente sobre el pasto estremecido. Lo raro es que podía apreciar ambas cosas a la vez; el placer de la música, el dolor de las pisadas sobre aquél prado de acero.

Así estuve un rato hasta que ya no pude estar en pie, luego recuerdo que me desperté en la casa del mago, me habían dejado sobre la alfombra de la sala con una almohada bajo mi cabeza. Una manta blanca envolvía mis pies, pero pese a mi desazón anterior, que más parecía un sueño en ese momento, no quise perturbar la comodidad horizontal en la que estaba; es raro que a los humanos les ocurran esas cosas, dijo el mago desde algún lugar, pero te repondrás. Mientras tanto yo todo lo que quería recordar era la deliciosa música invadiendo mi cuerpo, y sí, también las implacables espadas clorofílicas atravesando el alma de mis pies danzantes. Así fue como conocí a Liliana Montes, después tuve el privilegio de topármela entre amigos, por allá por el sur del país, donde por cierto también abundan los duendes.







martes, 16 de octubre de 2012

RELATIVE.net

 Una tarde cierto individuo sombrío de modales adustos, al que lo único que le queda es un endeble jergón húmedo de soledad, abandonado en el desván polvoriento de su linajuda mansión venida a menos, la frágil heredad de su lánguida ascendencia por un tiempo perdido en el hábito de postergar; una vista de Paris atenúa las nostalgias por esa devastadora percepción del tiempo, a la que están expuestos los mortales cuando la realidad se torna inexorable, vaciada ya de sus fardos de grotescas ensoñaciones, el distante rumor de las campanadas anega las volátiles partículas de la estancia, haciéndolas crujir con tierna indiferencia, trazando un perímetro imperceptible con los vibrantes escombros que rodean una existencia, aturdida ya por las oscuras reflexiones que provoca el desconcierto de la muerte.


 Let´s do it












 
El hecho de que no ocurra un complejo conjunto de situaciones pronosticadas con turbiedad, no quiere decir que tenga que ser provocado, pero suele depender absurdamente, del grado de credibilidad de quien pronostica, es decir, de su poder de tensión sobre la curiosidad social.
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lunes, 1 de octubre de 2012

lunes, 10 de septiembre de 2012

UNA GOTITA DE EXISTENCIA 2


Cultívate




Este comentario comienza con un enlace en Facebook: ...el objetivo no es vivir por siempre, sino crear cosas que lo hagan... Durante siglos se ha pensado en esa dimensión de lo invisible en la que diverge nuestro instintivo colectivo, por decirlo de algún modo, en la antigüedad ya deambulaba una dimensión del pensamiento completamente rica en proposiciones axiomáticas, Aristóteles llegó a declarar que “En parte, el arte completa lo que la naturaleza no puede elaborar y, en parte, imita a la naturaleza”. Li Tai-Po, poeta chino del 700 indicó que “El mundo está lleno de pequeñas alegrías: el arte consiste en saber distinguirlas”. Pero en occidente evolucionó una forma de pensamiento completamente opuesta, encontrando fervorosos exponentes de una conducta delirante y prosopopéyica, ya que fue un artista, Vincent Van Gogh, tal vez el más contradictorio y ciertamente incierto, que aventuró que “El arte es el hombre agregado a la naturaleza”.

En la era de la gran revolución bélica, un espíritu autodidacta afirmaba que “El arte es la expresión de los más profundos pensamientos por el camino más sencillo”. Era el señor Albert Einstein, el contemporáneo Vladimir Maiakovski diría “El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo”; poco tiempo después se banalizaría un poco, Andy Warhol comentaría “Un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita tener pero que él, por alguna razón, piensa que sería buena idea darles”, luego el pensamiento se haría un poco desfachatado en la expresión de lenguajes decorativos, Cantinflas estaba en escena, diciendo “Artista: nombre que se dan muchos artesanos”, un poco más en nuestro tiempo, un preceptor de la narrativa del nuevo continente, Doménico Cieri Estrada, aseveró, en suave tautología gramatical “El arte es una pausa, un encuentro de sensibilidades”.

 

 

martes, 4 de septiembre de 2012

EXPERIENCIA POeTICA




Ustedes están entrando a una frontera eclipsada en el sendero de este instante. Se trata de algo que no se debe dejar para después, posponer este sentimiento equivale a dejarlo partir hacia ignotos destinos, dejarlo partir en un silencio fértil a la sublimación del pensamiento; pero no en partículas de ideas sino en forma de olvido, no en brillante lluvia de espontánea geografía sino en disgregada indiferencia fundamentalista y dialéctica. Ustedes están entrando en territorios de la simbología refractaria, 4, 3, 2.






Nuestras cédulas instintivas, etcéteras de otra índole.



 
HUBO un tiempo, no del todo olvidado, intermedio digamos, en que mis fustigadores itinerarios afirmaban a boca llena, que hemos sido una cultura poco enseñada a tratar críticamente los aspectos de la propia realidad; quizá no sea la más avecinada de mis irreflexiones y exagere impunemente, quizá sólo debiera referirme en este caso a los aspectos de la memoria colectiva y la diversidad multicultural, la diseñada y la interpretada, la nutrida de insurgencias vagabundas y la encuadrada en formas ideológicas sedentarias, las típicas maneras de enrostrar lo que acontece y la fantasmagoría de las elucubraciones inmortales, en adelante “ello”, qué le vamos a hacer, no obtengo complacencia en el desagravio, me parece que es lo mismo y tal vez esté abominando de mis mayores. Pero consigo sostener aún, pese a todos mis esfuerzos redundantes, que nos resistimos sin embargo a ello, como nos resistimos a la transmigración de los sentidos por las recónditas ensoñaciones que provoca ser poseedor de una tradición robusta, de la cual sentirse orgulloso claro está.

Es decir, no somos precisamente una cultura con tradición identitaria, más allá de ciertos aspectos de naturaleza turística, y este es un juicio de valor que aprecio mucho, sobre todo porque parece estar en desacuerdo con la lógica histórica, que comprende la gran revolución constitucional del 91, desde la que se especula con nuestra gran ventaja en cuestión multicultural, lográndose excedentes privados extraordinarios en el proceso. Pero si se estudia un número suficiente de fenómenos independientes y se buscan correlaciones, es evidente que se encontrarán algunas, las oportunidades están ahí, si alguien no las quiere notar es su problema. Una respuesta que me inquieta: Si sólo tenemos conocimiento de las coincidencias y no del enorme esfuerzo y de los múltiples intentos fracasados que han precedido al descubrimiento, podemos pensar que se ha alcanzado algo nuevo y substancial cada vez que se alumbra la existencia de algo distinto; se trata tan sólo de lo que los estadísticos llaman la falacia de una enumeración de circunstancias favorables.

Un buen ejemplo de ello se descubre entre los recursos cotidianos con que contamos las personas para establecer consecuencias sociales significativas; esas amigables diplomacias de propósito y de circunstancias, por fortuna todavía escasamente definidas y, entre todo ese concierto de expectativas, algunas variantes de lo que se conoce como arte. Se trata simplemente, según lo entiendo, de un profundo deseo de hacer que caracteriza lo humano, y que se convierte en un reflejo estético, simbólico y poético de las maneras como se van moldeando el pensamiento, los sistemas de creencias, los conflictos y las formas de vida. He aquí la primera razón de este incordio literal: CÓMO dimensionar una experiencia artística sino a través de un escenario que nos atribuya, por decirlo de un modo brusco, todas las prerrogativas y atributos de su poesía, es decir, de su iniciativa creadora; su carácter íntimo, temporal, de huella mística de un algo que camina al lado del escenario que habitamos, como vigilando el ritual celebrado en honor de una invocación al reconocimiento, a la vida y la muerte, a la reacción contra lo prohibido, a lo que no es recuerdo sino realidad, a lo que arrastra cualquiera que camina por la calle.






 
Según Roman Jakobson, lingüista dedicado, entre otras cosas, a la poética y al lenguaje infantil, una de las funciones del lenguaje se esconde en las delicadas e interesantes formas de la expresión purificada por la creatividad. Ahora un procedimiento desguarnecido de inocencias, que no es ciento por ciento efectivo, tomar notas. ¿Se han preguntado en qué consiste la necesidad del arte? Por supuesto, ni más faltaba. Ya se decía en el siglo del enorme desarrollo del saber científico y se dice todavía, en el siglo del enorme desarrollo del despliegue tecnológico, “no podemos conformarnos a las respuestas aproximadas”. Basura, no hay respuesta que no lo sea, a no ser que se aspire a la revelación sobrenatural. La necesidad del arte resulta ser un misterio que abarca su desarrollo y su propia perpetuación… Lo sé, sí que lo sé, el tema nos llega a todos hasta la altura de las orejas, pero nuestra necesidad de arte es lo que deseo explorar, así que habrá mucho material para desbaratarme… EL ARTE, o la expresión artística especializada en curiosearse a sí misma, es una de las condiciones de nuestra existencia; según recuerdo Kant llegó a decir que la característica del objeto artístico que lo determinaba como obra de arte, era la de ser bellamente inútil, no sé bien si viene al caso o si es para grandilocucionar a placer (ampliar si se es afecto a despliegues palabrajéticos).

A pesar de las categorías que existen para definir la impresión que el arte nos pueda causar, hay que reconocer que para un buscador de la belleza, lo grotesco también podría parecerle susceptible de ser bello. A la belleza se la podría encontrar en cualquier parte y situación: en los brillantes y desvaídos ojos de una persona desterrada, desarraigada en lo más íntimo de su cultura, que vive al pasar la calle bajo el abrigo del cielo desnuco y mendiga pan para sobrellevar el peso instintivo del hambre. Incluso he oído que para algunos la situación más próxima al infierno que se ha vivido en las últimas dos décadas, el ya impreso en nuestra conciencia colectiva, once de septiembre de 2001, fue una gran experiencia estética y, sí, que también hubo gente a la que le pareció bella, como representación de una experiencia sugestiva o algo así. Me perdonarán la imprevisión pero no pude averiguar más al respecto; la belleza expresada en esa coalición de brutalidad era sobrecogedora más allá de mi capacidad. ¿Es el arte indispensable y por eso un rasgo particular del conocimiento humano y de sus formas de manifestarse? ¿Recuerdan aquellos personajes terriblemente interesantes y complejos que soñaban y hacían cosas para envenenar el arte y terminaron absorbidos como Vanguardias, y lo que hicieron se convirtió en arte? (estetas y críticos por este paraje).

El arte se redefine y reinventa constantemente. Me pregunto si algo puede dejar de ser arte, es obvio que no, pero me lo pregunto. Existen las circunstancias para ello, es indudable pero, la obra perdida ¿no sigue siendo la obra perdida, aún después de no poder recuperarla? Como es un acto creador, representa un acto de conocimiento, sólo que a partir de allí lo que priman son los actos del pensamiento y las emociones, el enriquecimiento histórico de cada acto vivido, por bochornoso o altruista que sea. El arte es humanidad enajenada, envuelta en misterio, por eso la obra de arte o la acción posee una niebla paradójica (ampliar, a mí se me acaba el hilo aquí, la idea ni siquiera es mía). En un ambiente hostil como el humano, el arte se vuelve una dimensión potencialmente indispensable en la construcción de un orden simbólico, que resulta primordial para el reconocimiento del mundo como un lugar habitable. Para algunos pueblos, entre ellos los más conocidos los orientales (ampliar, ídem); digamos, civilizaciones de antiguas raíces, el amor y las profundas repercusiones de su exploración corporal, rebasaron la cotidianidad a través de una especie de categoría artística, en realidad la exploración somática era un acto concebido como verdadero arte y en algunos estados socioculturales lo sigue siendo; el arte del reconocimiento del otro como lugar, de todos los otros posibles, como lugares halagados físicamente con la intención de habitar, en el mejor sentido de la palabra. Quizás esta idea fue el principio de una concepción, que actualmente mantiene su vigencia como discusión abierta, interesante y ambiguamente fértil; lo que quizá sea lo mismo que decir: ambiguamente estéril (no está de más la proyección en ese sentido, pero será en mi ausencia, pues yo pretendo hablar de otro algo que me parece igualmente importante, asomo que si siguen tal vez les parezca lo mismo, a la larga).







 
Esa postura que prima por instaurar la noción de que todo es arte, todo lo que hacemos y practicamos como reflejo de nuestras necesidades, caprichos, concepciones, represiones y prejuicios, y muchas otras cosas más… es una postura como cualquier otra y hay que respetarla, sólo por interesante, aunque resulte evidente su prosaico empatrañamiento, disculparán las fraseosidades, también en esta encrucijada se puede hacer referencia a la necesidad del arte. Yo pienso que aquí sería un poco más bien, la necesidad de reconocer esa necesidad tanto como reconocer el mismo arte, en el sentido de no olvidarse de eso que permite explorar el mundo como un lugar habitable, de que en todo lo que hacemos puede hallarse algo o alguien terriblemente necesario, más allá de la propia sensibilidad que personificamos. Es una forma sofisticada de vanidad del pensamiento, pero ¿es una necesidad intrínsecamente sicológica? No conocemos sociedad sin arte, sin alguna forma de expresión de los anhelos o temores más íntimos… Es cierto que en aquellas en las que el efecto del desarrollo, como lo conocemos y prevemos, ha producido muchas filosofías pesimistas y muchas ideas imposibles, depresiones generalizadas, irrespeto por las diferencias y genocidios; en fin, poco espacio para decidir la vida, el arte se ha visto como la forma más posibilitante de investir el futuro, de penetrar la corteza de las mentalidades intoxicadas con la dimensión de lo inadmisible como imposible, con la ausencia de intereses, bla, bla, y con la superficialidad de los esfuerzos, el hastío y la desidia pérfida…(explicar, ídem, el arte es ambiguo).

Y estas mismas realidades, indeterminadas excepto por la proyección histórica, han promovido el arte como representación, a la categoría de origen de nuevos modos simbólicos, de nuevos modos de hacer sociedad, de hacer su identidad. El paso de una identidad a otra o la famosa construcción de tradiciones, es uno de los rasgos más característicos de las sociedades de las que hacemos parte y que ayudamos a deconstruir permanentemente. En su afán por actualizarse, por ser competitivas, a la delantera, nuestras comunidades humanas incorporan aspectos culturales y los van invistiendo poco a poco de… de tiempo, energía y simbolismo, en una de sus representaciones más categóricas: publicidad. No tenemos que profundizar todo el detrimento que causó al arte las ideologías comunistas extendidas al nivel de gobierno totalitario; sin embargo ese detrimento también sirvió a los artistas para construir propuestas codificadas, no nos vamos a mentir, si quieren pruebas investiguen. De alguna manera este conocimiento se convirtió en persuasión, en señales y signos que seguir, en nuevos valores simbólicos, en absolutos lenguajes. Pero los rasgos funcionales del arte al servicio de la publicidad o la propaganda, parecen ser las mismas al servicio de la sensibilidad colectiva, de su depresión o exultancia, es decir, sospecho que no dejan de ser las mismas, pero con un tratamiento diferente (explicar, ídem). Nuestro presente, al menos hasta donde me alcanza la imaginación, es una realidad de consumo puro, nos consumimos hasta nosotros mismos, y contradictoriamente es un presente conformado por una realidad en la que las personas que lo habitan, tienen menos posibilidades de ser productivas (explicar, puede ser un chiste sospechosamente adecuado).

Algunos creen que eso se traduce confrontación inecesaria, en más violencia, y en formas de arte originales de paso, en culturas enteras marginales, drogoafectas o drogofóbicas y de allí, del esfuerzo categórico por contrarrestar la violencia, por encontrar un derrotero para la razón extraviada, hasta las formas culturales marginales hay suficientes movimientos para abrir un paréntesis (ampliar, ídem, no todo puedo hacerlo yo). En un presente así, la acción está concentrada en el goce y en el disfrute y muchas cosas se vuelven deseables y objetos distintivos de un estar bien, de un ser alguien que está bien. Una valoración de lo estético nos permite construir o adoptar un modelo apropiado, el conocimiento organiza los impulsos entusiastas, nos deleitamos en la provocación. No importa si adoptamos o asumimos ese modelo con cautela o con discreción, es consumo, pero lo gozamos, no podemos decir que no. Algunos lo han llamado repliegue narcisista, otros moda, el placer de la moda, dirigida por las instancias de la publicidad, otros lo llaman esteticismo. Yo lo veo como una ruptura redundante con la realidad impuesta, una rebelión cómoda, la búsqueda del “estilo”, que sin embargo millones compartimos, y me refiero más al sentimiento de grandeza que provoca el reconocimiento en algo deseado, algo que no obstante no puede ser único pero que sí puede ser exclusivo, pues no sólo debe ser deseable sino alcanzable, y sólo necesita destacar en medio de la monotonía de los deberes (explicar juicio de valor si se piensa lo mismo).

Se cree que esos estados de comodidad no producen demasiada autocrítica, incluso algunos creen que no produce la suficiente y que cierra los sentidos a la miseria que permite ese tipo de estados, a la miseria necesaria para que existan estos estados exclusivos, esta superabundancia del consumo, esta supervaloración de lo estético que representa nuestro modelo de estar bien, nuestro modelo de bienestar; pero en algunos sentidos suele ser implacable… Ese modelo de bienestar no es sólo más difícil para más gente en el mundo, a medida que hay más gente, sino para más gente joven, en lógica consonancia con nuestra proliferación un poco descontrolada, para la que el vivir puede significar, más allá de toda duda razonable, el tener que estar conectados con esa filosofía del consumo, hasta absorbernos en ella por completo. Para los que la filosofía del consumo es una necesidad ineludible y al mismo tiempo amenazadoramente insostenible (para ellos, pero también para todos), el futuro es un tiempo amenazador; el presente, aunque no siempre sus consecuencias, cobra todavía más valor y más valor lo que se hace en él, es decir, lo que se hace en él sin la proyección de lo que deviene con el futuro. Tal vez por eso ha cobrado tanto valor el arte de intervención, el happening, el performance, más bien tal vez por eso es que el arte ha tomado esa forma, y que a partir de allí se extienda la idea de que todo puede ser arte y de que efectivamente todo lo que hacemos lo es, a tal punto que ya no importa mucho preguntárselo, que más bien lo que importa es el vivírselo, el confundirse con el arte, el ser nuestra propia obra, por decirlo de algún modo.







El asunto problemático es que de no intentarse un futuro real, no se podrá hacer nada con la sociedad, y el arte pasaría a ser el sueño de una era condensada en posibilidades derrochadas, ¿dramático? (ampliar si se es aficionado a la ciencia ficción o alas novelas detectivescas). Esto no quiere decir que 2.0 no se esté haciendo nada, a un lado las ingenuidades, hay gente provocando sinnúmero de acontecimientos verdaderamente interesantes, llevando la capacidad de gestión a un nivel casi sublime. La cuestión que inquieta a muchos en esa dimensión que llamamos “el mundo actual”, con sus problemáticas actuales, es el por qué se masifica algo cuando millones evidencian al menos sus características más reprobables?, cómo puede ser masificado algo que crea menoscabo para el propio bienestar? Quizá por que serán otros quienes afrontarán las más duras consecuencias. Apurados como estamos por necesidades e inminentes desafíos a un nivel tecnológico, geopolítico, medioambiental… ético, de insurgencia, etc. nos vemos obligados a tomar decisiones y afrontar esos retos sin estar muy seguros de lo que hacemos o de cómo lo hacemos. Lo que quiero decir es, tal vez, aquí entre nos, que quizá sí fue cierto el que los niveles de especialización científica, conformaron un universo de dependencia cuasi irrefutable, a tal punto que el privilegio por ese sistema transferidor de consumo, tan acelerado que resultaría difícil meditar sobre ello, simplemente se desbordó. Genuino (para quienes buscan oro puro con que circunscribir sus best sellers ampliar cada línea).

También podría arriesgarme a comparar esa virulenta actividad con una posible evolución de lo que Marx llamaba: el fetichismo de las comodidades; Pero sería demasiado para mí, me quedaré pues, en que al desbordar nuestra capacidad de entendimiento, el microchip y esas otras novedades estructuralmente autónomas como la energía nuclear, el sistema de conocimiento forjó un nuevo orden simbólico, que abarca nuestro tiempo presente bajo una identidad conocida como posmodernidad. De ahí partió gran parte del desorden contemporáneo de competencialidad. En este nuevo orden, sea lo que sea dicha artimaña, legitimada por los medios y que tanto placer nos da, existen tantas interpretaciones válidas confrontadas con la necesidad de señalar, en la medida de lo posible, en qué se basan exactamente, y aún podría declararse incipiente que la identidad de este nuevo orden es una paradoja, pero ¿qué no lo es o se basa en paradojas? Ya que todas esas interpretaciones también se ven confrontadas por ellas mismas, por su propia ilusión de validez, dejo con la tarea de ampliar a todo aquél que guste de la intrepidez histórica. Entenderán la rudeza de este plegamiento inquisitivo una vez, una vez que hayan trasegado la ignorancia, porque una sociedad que no conoce la historia, no tiene pasado ni tiene futuro, y quien no esté de acuerdo, si ha llegado este vocablo y se saltó la última trasantepenúltima línea, ya sabe qué hacer.

¿Hay que conservar lo que queda del planeta para las próximas generaciones? La respuesta parecerá obvia, sin embargo posee abundancia de aristas dialécticas. Es decir, bueno, sí. Pero también es cierto que demasiados puestos, muchos quizá innecesarios, dependen ya de esa premisa, se justifica un número tan enorme de dependencias relacionadas con el manejo racional del ambiente y el desarrollo de tecnologías limpias, que muchos “enemigos” del espíritu conservacionista ironizan, con cierto tino, que pronto sí va a ser realmente inexcusable considerar la protección forzosa del medio ambiente, pero el medio ambiente de los conservacionistas y de la nueva burocracia verde (ampliar, a quien le gustan las intrigas burocráticas y ligar con entidades gubernamentales). El ser humano siempre ha querido vivir, sin importar las condiciones, afrontémoslo, y afrontemos también el hecho de que sólo una manada lo suficientemente loca se atrevería a intentar conquistar la vida en otros sistemas, estamos muy atrasados con relación a la fantasía. Ese es otro de los rasgos de la posmodernidad a boca llena, la fantasía ha pasado a tener un lugar en la escala inmediata de la realidad, haciendo parte de su temporalidad.

Así que tocará partirnos el alma aquí, o a las futuras generaciones, cada vez peor hasta que se apague el último suspiro de nuestra presencia (armagedones y apocalypsis, con terminators y demás por aquí). ¿Son necesarias las mediaciones internacionales? Es posible, pero lo realmente cierto es que justifican muchos empleos que no se justifican lo suficiente ellos mismos, un vistazo a las ONG´s dispersas por todo el orbe terráqueo ha insignificar una interesante perspectiva, pues en aquellos países donde funcionan sus oficinas centrales, donde se considera que han sido originadas, existen profundos conflictos similares a los que se ufanan de resolver por el resto del mundo, y de los cuales no se ocupan sistemáticamente, en un despliegue de hipocresía diplomática de lo más selecta (libertades y reticencias pormenorizadas y escandalosas, compañeros). Para muchas personas es un pernicioso y prefabricado futuro con el que tienen que cargar las generaciones esas, una especie de estigma impuesto. Que se me perdone el banal e impreciso por ejemplo, adornado con un proverbial deduzco; en los países nórdicos de Europa, el fenómeno de las relaciones humanas es mediado por una vigencia, robusta todavía, de seriedad valorativa, de un formalismo que aísla o atenúa lo que Tolstoi llamaba: “el contagio del sentimiento, y por eso depende todavía más del arte”. En metrópolis y ciudades grandes lo que aísla no es precisamente el tamaño de la ciudad sino la rapidez con que se pobla, la rapidez con que nuevas comunidades se inscriben en determinadas tradiciones, o las fabrican para construirse una forma de identidad, y la rapidez con que estas se rompen; más que extrañar la pérdida de una comunidad en permanente deconstrucción, lo que se extraña es la pérdida de la comunicación (planeta Freud por estos lares).








Pero la participación en realizaciones culturales colectivas puede estar adquiriendo el valor adicional de arte como una forma de conocimiento, que permite concebir la situación a la que se enfrentará una sociedad en su futuro inmediato, las actitudes que debe cambiar de acuerdo con su modelo impuesto, con el mundanal envión de las circunstancias, su deterioro, su potencial autosuficiente, etc. Se dice que para transformar el mundo, las actitudes, los medios de supervivencia, se debe poder visualizarlo de maneras distintas, y eso es precisamente lo que permite el arte, visualizarlo de formas y maneras distintas; el arte tiene capacidad polifónica y eso se traduce en un efecto crítico metastásico sobre el pensamiento. Si estamos de acuerdo en que el pensamiento se encuentra cada vez más especializado, o más organizado en función de esa especialización particular, el papel del arte se torna todavía más complejo y delicado. Sobre todo a la luz de las nuevas investigaciones sobre la participación del cerebro en la creación de formas de arte, que curiosamente coincide con el ascenso de categoría de variados géneros bióticos, de biodinámica compleja, en ese preciso sentido, al advertirse la participación de muchas especies de animales en la creación de bellas formas de un lujoso esparcimiento, de calibre manifiestamente artístico. Una vida artísticamente productiva según este planteamiento, sería una vida abierta al debate, al conflicto teórico en todos los ambientes salvo la confrontación con fines destructivos; habría una identificación directa con el mundo, existir en él tendría un valor agregado para aquellos que no pueden o no quieren alcanzar el modelo: participar en el mundo con su pensamiento, la posibilidad de cuestionarlo y generar, y proponer estados deseables alternativos, como guetos, pero en el buen sentido; atractivas formas de evolucionar y no sólo bacías formas y rudimentarios mecanismos para hacer evolucionar un sistema determinado.

Ya sé que suena utópico y hasta un poco desquiciado, la vida es un poco desquiciada, pero muchas cosas avasallantes sonaron así antes de ser intentadas, los movimientos contraculturales, ¡uy este ya va a empezar a hablar de los movimientos contraculturales! (por aquí camaradas), los movimientos contraculturales se propusieron detener un conflicto armado a kilómetros de distancia con marchas pacíficas, que las hubo, y RockandRoll, y lo detuvieron. Se propusieron romper estereotipos segregacionales y los rompieron, se propusieron obtener un lugar digno para las personas marginadas por algunas de las innumerables prácticas impunes, de carácter prejuicioso contra el género más valioso de la humanidad, y lo obtuvieron y ahí van, modificando el mundo. En toda esta evolución, los visionarios fueron un factor determinante, pero también lo fue el arte, en la medida en que permitía a estos visionarios adentrarse en las profundidades de un mundo posible. Posmodernidad puede llegar a significar que el carácter funcional del arte, como revelador de formas distintas de ver el mundo, puede ser aprovechado por todos y no sólo por unos cuantos visionarios; que el estilo de pensamiento analítico puede ser el estructurador permanente de la vida social, de las relaciones humanas, de las posibilidades creadoras y de los impulsos mismos del pensamiento crítico, sin que necesariamente implique una fría variante de sinónima auto¬aniquilación.

Un pensamiento es algo así como una especie de principio innato con el que la mente configura sus percepciones y hace inteligible la experiencia. La experiencia podría ser la combinación particular de las diferentes formas a través de las cuales se hace evidente el mundo. Algo es cierto, vamos para algún lado como humanidad, la pregunta es: ¿vamos todos en el mundo globalizado o es un neo¬fetichismo de las comodidades? ¿Nos convertimos en una muchedumbre solitaria y depresiva que compensa su ineficiencia creativa con un consumo indiscriminado de activismo?, no faltaba más. Perdonarán la desconsideración dialéctica de alguien que tampoco da la horma. Y si el arte transforma nuestra manera de ver el mundo ¿no es por eso mismo que adoptamos dietas más sanas y hacemos ejercicio? ¿No respondemos a una determinada valoración estética, no nos hace la práctica de una valoración estética corromper con frenesí el séptimo mandamiento? Tal vez en términos de la construcción del proyecto pensamiento humano, por el hecho de intervenir de manera tan decisiva ese mecanismo cultural llamado tecnología, hasta tal punto de entrar a convertirse en nuestra prótesis social por excelencia, la valoración estética pase más desapercibida, pero lo cierto es que allí también se forja un modelo de “campo de juego” para nuestras facultades y por tanto, originarias de nuestras facultades mismas, como condición para estar en él. Me gustaría trenzar en este final una frase de Oscar Wilde “Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad, si lo hiciera dejaría de ser artista“.



martes, 21 de agosto de 2012

DOS CONSIDERACIONES PARA ALIGERAR EL ALMA




Apreciar, incorporar y participar
en todas las formas culturales de una sociedad, sin
 ningún tipo de censura.


CADA cierto tiempo o en determinadas circunstancias hay que hacer una definición de la sociedad. Se hace necesario siempre que se pretende intentar un nuevo proceso, acuñar una definición que nos haga familiares ciertas particularidades de eso llamado sociedad. No es solo para entenderla y tratar de asimilar sus maneras, sino también para transformarla de manera efectiva. A veces, al hacerlo, se corre el riesgo de restringir demasiadas cosas, de aportar –podría decirse- a la construcción de una nueva excusa con la cual acusarla de algo. Pero bueno, habría que considerar que al a acusar también se tiene la oportunidad de entender y que en algún momento de esa aparente contradicción, se suele redefinir la lucha de la vida, una intervención en el mundo en la que los obstáculos, la mayoría de las veces, están representados por otras personas: “La lucha por la supervivencia”.



En muchas ocasiones el desenvolvimiento apriorístico de los juicios masificados ha extendido la idea de que buena parte de la insensibilidad social y el estancamiento cultural de América, obedecería a ciertos hábitos, costumbres y prejuicios arraigados en las formas de enseñanza y transmisión de los cánones identitarios. Sin llegar a considerar esta especulación con seriedad, lo cierto es que una costumbre de esta naturaleza sería una actividad bastante ajena al despliegue creativo.



Ahora bien, nuestras mas gruesas nociones sobre eso que generalmente suele llamarse educación (que no está relacionada con las diversas manifestaciones a través de las cuales se constituye esa antigua práctica, ni con las formas malintencionadas o desprovistas de aptitud que lamentablemente cualifican esta potencia social) emparenta apresuradamente el mundo de las definiciones con el aprendizaje. Las definiciones suelen establecerse en relación con un interés transitorio, son un punto de partida en un juego de intereses, mientras que la educación es un conflicto en el que priman los conceptos que, si bien parecen definiciones, son establecidos bajo la premisa de ser verificables por puntos de vista más o menos objetivos o considerados como tales. Una definición, por tanto, al menos en principio, representa una determinada subjetividad.



Podría decirse de otra manera: Una definición se establece. (Transitoria o no. Puede que se convierta en un concepto). Pero el proceso del conocimiento no está ahí; el conocimiento, por así decirlo, está en el trabajo que significó construir esa definición, en el saber implícito y en las maneras de usar ese saber, en la relación de herramientas y elementos involucrados. Por lo cual se establece que el mundo del aprendizaje es un mundo de relaciones sociales que están restringidas, de alguna manera, por una determinada pretensión de objetividad (con todo lo que ello puede implicar, además de las arbitrariedades dogmáticas, ideológicas y académicas que, por otro lado, se encuentran en todas partes). Ahora bien, pienso en ello porque en los ambientes que suelen considerarse de aprendizaje, las que priman son las definiciones. Imagino como ocurre. Varias razones empiezan a definirse:



Funciona sin que nos demos conscientemente cuenta de ello, al menos la mayoría de las ocasiones. Solemos considerar algunas de nuestras luchas a favor de otros -este es un prejuicio bastante extendido y curiosamente ha sido difundido entre pensamientos que se consideraban opuestos-. Aprendemos a reprimir lo que nos resulta desagradable (“…el sistema que caracteriza los aspectos generales de la movilidad social en las principales ciudades de este continente, está estructurado para invertir un porcentaje de los recaudos en el desarrollo de las poblaciones más necesitadas, inestables y vulnerables…”). Todavía fuerte, cuenta la influencia religiosa que condensa este tipo de discurso práctico en la moral que utiliza. Algunas costumbres, quizás más antiguas que todo eso, velan por la permanencia de ciertas formas de amparo mediante el uso y la promoción cultural de hacer favores.



Pero lo que se esconde entre las relaciones sociales, lo que se disimula con la difusión de discursos de naturaleza conciliatoria, es una apasionada lucha contra otros que están ineludiblemente en el camino. No diré que la lucha sea inconveniente para la estabilidad social (la estabilidad social es una ilusión que en la mayoría de los casos depende de ella) sólo que desde algunos sectores dominantes se tiene la tendencia a disimularla, haciendo uso de estrategias que podrían ser consideradas como montajes de publicidad de un orden social determinado. En esta lucha disimulada los efectos suelen pasar desapercibidos, como si fueran invisibles. El salvoconducto “…invertir un porcentaje de los recaudos en el desarrollo de las poblaciones más necesitadas, inestables y vulnerables” funciona bastante bien.



A decir verdad, no rueda literalmente por el suelo la cabeza de alguien cuando otro avanza; pero sí se ponen en juego los factores que pueden afectar la estabilidad –por no decir la identificabilidad- de los Derechos Humanos, estableciendo una distribución de fuerzas desfavorable para algunos conglomerados y poblaciones. Este tipo de lucha está presente en nuestro lenguaje cotidiano. Cuando los encuentros sociales no se dan a través de formas culturales sino en formas de choque a la vez violento y disimulado (no que una cosa excluya a la otra necesariamente), las fuerzas en contraposición plantean el supuesto de estar luchando por los derechos que les corresponden, y cada parte puede plantear lo mismo, aunque cada cual con un lenguaje y puntos de vista distintos: Derechos inalienables inherentes a su óptimo desarrollo como conglomerado o comunidad. Entender al otro en términos de lo que puedan constituir sus formas culturales es una posición privilegiada de nuestra situación contemporánea, no del todo ilusoria si se quiere pero muy difícil en condiciones reales.



De esa especie de amalgama que queda del contacto cultural se suelen extraer aspectos con algún grado de valor, aspectos condicionados por la acción social de los valores. Muchos de esos aspectos integran los impulsos de mostrar o esconder los sentimientos. Considero importante mencionar esto porque la lucha por los Derechos Humanos ha estado marcada por poderosos sentimientos, expuestos, inhibidos o simulados, algunos de ellos incluso ridículos pero no por ello menos fuertes. Uno de ellos se ha manifestado a través de la empatía con las necesidades básicas. Se puede pensar en otros principios como el tejido permanente de un orden y el establecimiento institucional de formas de organización que respalden a ciertas generaciones o clases, sin descuidar otras, etc. Sin embargo considero que es interesante enfocar los sentimientos que podrían motivar, en algún momento, el discurso de la lucha por los Derechos Humanos.



Algunas veces la generalización clásica de la supuesta idea occidental de progreso, ha sido contrastada con la idea de enmendar un daño o despojo. Algunas de las luchas sociales se enmarcan en premisas similares. La lucha por los Derechos Humanos se traduce, de esta manera, en corregir las posturas que privaron a determinados sectores de “cosas” a las que tenían derecho y jamás disfrutaron, y de esta manera evitar que continúe sucediendo. En la práctica el asunto funciona más bien al revés. Cuando ciertos sectores comienzan a disfrutar de “las cosas” a las que por derecho todos deben acceder (bienes que representan necesidades básicas, que complementan las dimensiones de determinados sentimientos o estados de carencia), las posturas comienzan a cambiar. Generalmente la transformación de las posturas como un programa de corte pionero, establecido mediante la argumentación de posturas teóricas, sin una intervención representativa, es una estrategia a ciegas o un despliegue de estrategias a ciegas.



Pero bien, lo que nos interesa es entender y generar transformaciones sociales, movimientos que permitan orientar la mirada hacia la problemática de satisfacer la capacidad de integrarse al proceso de intervención social. Por un lado, considero que en América la ilusión de libertad, democracia y expresión disminuye notablemente el aliento crítico del concepto de Derechos Humanos, convirtiéndolo, de alguna manera, en un rótulo o etiqueta que se usa para justificar casi cualquier cosa, desde anhelos personales hasta intereses particulares de grupos. Es de uso común en el lenguaje político de todos los días, se hace espectáculo de la llamada Lucha por los Derechos Humanos. A largo plazo, la indiferencia, la desconfianza y el nihilismo suelen ser reacciones ante la acostumbrada ineficiencia de los discursos sin sustento práctico.



Otra cosa que suele verse con dificultad es que así como escasean gestos representativos del desarrollo político, económico e industrial, también escasean los gestos representativos de la integración educativa y cultural de la sociedad con esos entornos. Los actos creativos en las sociedades contemporáneas, en un nivel que permita el despliegue de los lenguajes y la participación activa de las personas en su reformulación y apropiación, si contemplamos el grueso de la población, son todavía sumamente raros, particulares o se encuentran en peligro de extinción. El grueso de la población, aislada en deberes haceres y lugares comunes ha quedado limitado a la reproducción de algunos gestos cómodos, con los que se suele simular la representatividad.



Cada entorno social y espacio donde las conductas se desenvuelven y difuminan en actos, provocando comportamientos y formas de relación general y relativamente identificables, tienen sus propias imposibilidades mentales, las cuales obedecen a lógicas de procedimiento inherentes. Estas lógicas de procedimiento tienen una cara interna que suele desconocerse o ignorarse voluntariamente, y que está representada por una coherencia que se mantiene durante cierto tiempo y que suele ser común a toda una sociedad, la cara interna de un metalenguaje. No obstante estar presente en la dimensión de la relación, esta representación pasa desapercibida, como ya mencioné, probablemente por dos razones: Se expresa intuitivamente, a través de maneras que se han interiorizado, volviéndose imperceptibles, y se encuentra enclavada en el terreno de lo inconsciente, mas precisamente del inconsciente colectivo. Un sistema, pues, generado al interior de una cultura.



Si se confía un poco en esa suposición, se podría considerar la posibilidad de que los actos creativos en las sociedades contemporáneas, tengan una alta dosis de manufactura inconsciente. Que puedan verse afectados por la esfera de lo invisible; que parte de su constitución esté condicionada por las inhibiciones y los impulsos inconscientes, y también por las imposibilidades mentales de los entornos en los que se conformen o perfilen. Y sin embargo, si lo consideramos, es ese proceso uno de los que más impulsa el desenvolvimiento de las sociedades hacia el sentido de los Derechos Humanos, sentido de construir y proteger los escenarios y posibilidades para que las personas, donde quiera se encuentren, sean valoradas y puedan disfrutar de espacios de enriquecimiento cultural, expresión crítica, intervención artística, producción y adquisición de cultura, confrontación con el pensamiento y despliegue de la imaginación.



Y no que simplemente sea la masa atomizada, cargada de responsabilidades insulsas, cuyo sentido inmediato y posterior es el de producir y adquirir cosas, marcas e imaginarios prototípicamente mercantilistas y superficializados. Podría aventurarme a decir, a riesgo de ser utópico, que quizá la única manera de salir del mierdero en que nos encontramos es creando y estableciendo dinámicas de reconstrucción del pensamiento, de ese pensamiento condicionado con cierta dosis de conciencia y un enfoque fuerte de dinamización cultural, exigente de coherencia comunicativa, que posibilite el fortalecimiento de la confianza en la vida social y permita el acceso a visiones críticas y amplitud de horizontes, a través de lo cual las personas puedan observarse sin esconder, negar o disfrazar lo que son.



Ahora bien, una de las tendencias más fuertes en nuestra sociedad –debería decir más bien, en la referencia documental del entorno donde se contextualizó la amalgama de opiniones, que se configuraron para representar la idea de eso que yo ahora llamo nuestra sociedad- ha sido la de olvidar y esconder ciertas cosas; algunos dirían: talento para disimular; otros han acusado: no llamar las cosas por su nombre. Como sea, hasta nuestra Historia (escrita, memorizada, declamada) conserva esa pretensión, ya que también la Historia es afectada por los conflictos de intereses del contexto en el que se tiene que desenvolver y aplicar.



En el pasado la premisa era que, en la construcción de una identidad dominante, para las regiones~estados que se hicieron a base de injusticias y excesos contra las poblaciones que interferían con los intereses ideológicos –para nuestro caso- del llamado “proceso de civilización”, la hipocresía ha sido un ingrediente necesario, casi un precepto; pues ¿quien podría vivir tranquilo y orgulloso de sus orígenes si realmente pesara sobre los hombros –digamos- una nacionalidad que acarreara con actos vergonzosos, corruptos y nauseabundos, atentando cotidianamente contra la escenografía moral y amenazando la frágil tranquilidad y, en este caso, el amor patrio?



Claro, se dirá que ahora se tiene conciencia de todo eso, que hay, sin embargo, que hacer énfasis en “lo positivo”; pero lo cierto es que la Historia, al menos la nuestra, se ha visto afectada por distinciones subjetivistas, discriminaciones convenientes y omisiones autoritarias. En términos de legitimidad, este es un problema reciente y antiguo al mismo tiempo. Es saludable mentirnos, ocultar, negar lo que nos estorba; esa es la sugerencia casi permanente, al menos en los primeros años de vida, cuando hacen presencia los dogmas institucionales pragmáticos, permeados en algunos procesos educacionales, característicos de esa visión historicista entumecida por anquilosadas versiones patrióticas. Pero ¿es saludable para quien? Y ¿si lo que nos estorba, si lo que queremos ocultar, si eso que fingimos no ver incluye a otras personas, sus dificultades y formas culturales propias?



Muchas personas y formas culturales definidas, ya han tenido que pasar de estar en un mundo hecho, en su mayor contexto, para ciertas medidas y modos de hacer. Si bien esta situación comienza a dar un giro, para aquellas personas que no disponen de medios viables para instalarse e integrarse funcionalmente en una sociedad, convencionalmente modulada por prejuicios normativos típicos, gran parte de ese mundo cuasicompartido se presenta como una contradicción, en la que social, cultural e incluso ideológicamente se evade la responsabilidad del reconocimiento y, al mismo tiempo, se presume de reconocer las características de una supuesta riqueza plural. La construcción de una imagen, si no falsa incompleta, y es ese hecho el que me hace relacionar las características de un esfuerzo constructor de Historia, basado en incorrectas definiciones metodológicas.



Estas realidades no se cuestionan suficientemente en una sociedad atascada en responsabilidades y obligaciones vertiginosas, convergentes en la poderosa dinámica de desarrollo de la era contemporánea, establecida como impulso incontrolado de consumo y producción. Y no se hace, en su mayor medida, por física falta de creatividad, por aburrición, por imposibilidad o desgano de proyección, por miopía ante las posibilidades de construir un plausible futuro. Porque la imaginación que cae en desuso se pudre y la creatividad que no es motivada se convierte en enajenación, acriticidad y desinteracción social y cultural, para no hablar de lo espiritual (llamado ahora inconsciente según Borges) que, si existe –y para muchos todavía existe- puede verse alterado.



Así pues, uno de los grandes inconvenientes de nuestra sociedad y de muchas otras, con seguridad, es la ausencia de estímulos a la creatividad, la de-construcción de una cultura cuestionadora, el desensamble de los actos imaginativos que pongan en evidencia la necesidad de pensar y crear, la necesidad de construir pensamiento y, además, intenciones para proyectar el futuro ó las ganas de construir en el mundo un mundo más inspirador. La creatividad pierde ese puesto especial y se anuncia desde los escenarios como una especie de cualidad profesionalizada. Las relaciones humanas han caído en desuso y escepticismo, en ocasiones en fenómenos de rebelión o pasividad frente a los acontecimientos, dos polos en este caso no tan opuestos, ya que hacen parte de la misma ruptura con la realidad que afecta a unas generaciones a las que no se les revela un futuro atrayente o fascinante sino aburrido, letalmente rutinario.



Curiosamente el reflejo de desgano en las actitudes contemporáneas, principalmente entre los jóvenes (la población carne de cañón del sistema) ante un mundo y su futuro que no provoca más que desconfianza, náuseas y desinterés, no afecta a todos. Este sentido poco explorado tiene que ver irónicamente con aquellas personas que no hacen parte de la sociedad, que están aisladas, que no constituyen un papel activo, que se encuentran en la periferia, aunque no por voluntad propia, en dos palabras: los marginados.



Ahora bien, en el mundo los escenarios de la confrontación social, cultural y ensoñadora de la realidad han coincidido de la manera más plural y fundamentada en la apertura hacia los otros a través del arte. Se ha llegado a decir incluso que todo es arte, más precisamente que todo es susceptible de ser leído en clave artística. El Arte revalúa las acciones, tiene el poder de reconstruir creativamente los hechos, permitiendo instalar una visión crítica de la realidad (o mejor, de las realidades) y alternativas de comunicación, dentro de las cuales la búsqueda del otro y de sus vivencias reivindica no sólo la posición de la lucha por los Derechos Humanos, sino también el esfuerzo de vivir en sociedad como forma de buscarnos y no como mera producción y consumo de marcas y modelos de conducta.



Pensar en el otro como una extraordinaria forma de comunicación y reconocimiento no es pensar en él como una solución a algo, es simplemente concederle la posición social que lo vuelve una persona importante en la tarea de construir ciudad, ciudadanía y reflexión, una tarea que demanda muchos elementos creativos y una significativa participación del mayor número de pensamientos posibles. Además, si lo miramos con detenimiento, el arte es una manera de concebir la experiencia de la vida como un enigma que vincula a los otros y a su pensamiento y sensibilidad reflexiva. Es más, pensar en el arte como forma de comunicación y reconocimiento tiene todavía un valor adicional:

Se ciñe a esas prácticas que son necesarias en todos, y por tanto se ubica en el campo de la accesibilidad, en la dimensión de lo cercano, lo íntimo, lo familiar, lo comunicante, lo que hacemos y somos.



El arte se remite a la creación de nueva comunicación y reconocimiento. Esto es crucial porque, de alguna manera, a través de la puesta en práctica de la potencia creativa del arte (…Arte como potencia social de transformación cultural…), el arte mismo se rescata de esa acartonada visión de pedestal, de supuesta habilidad particular de una disciplina o persona talentosa, y se vincula con la necesidad contemporánea (también moderna) de desajustar los parámetros impuestos a la creatividad artística, identificándola de esa manera con el uso libre de los mecanismos de construcción o manufactura de una idea necesaria, utilitaria, provisional o la exposición de actividades reflexivas construidas, transformadas o modificadas alrededor de intentos permanentes de entender o expresar lo que no se entiende y simplemente se siente.



En este punto hay que mencionar un detalle de inmensa importancia que, a mi juicio, tiene enormes implicancias en la construcción y gestión de proyectos de enfoque y carácter socioculturales. La necesidad de crear nueva comunicación, nuevas formas expresivas o de adaptar las que ya existen a las complejas problemáticas coyunturales que habitan las ciudades del siglo XXI, entendida como el deseo de trasmigrar la propia realidad superficial respecto al otro está, en circunstancia habituales, arraigada con más fuerza y provista de una representatividad mucho mayor en las personas arrinconadas socialmente por los diversos y ridículos esquemas de control.



Nos encontramos anclados a la expresión de lo que sentimos o pensamos desde esos remotos tiempos llamados “La Antigüedad”, y ello enriquece nuestro mundo en cantidades y cualidades insospechadas, aunque previsibles. Intuimos qué está en juego cuando alguien quiere expresarse. Y cuando no existe este recurso o se deja de lado por ceder a una “inevitable circunvolución de acontecimientos desaforados”, generalmente representativos de la misma superficialidad trivial llamada supervivencia moderna, la sociedad se sume en una indiferencia racional y meticulosa, catalizando fenómenos de pérdida de sentido que son usados, sin mucho éxito, para construir futuros precarios y tratar de redefinirse a sí misma; fenómenos que, si somos sensatos, fluctúan en función de esos encuentros en los que el reconocimiento humano, completo, integrador, libre depende, en una medida intransferible, de la capacidad activa para realizarlo.



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