La condición

La condición

martes, 21 de agosto de 2012

DOS CONSIDERACIONES PARA ALIGERAR EL ALMA




Apreciar, incorporar y participar
en todas las formas culturales de una sociedad, sin
 ningún tipo de censura.


CADA cierto tiempo o en determinadas circunstancias hay que hacer una definición de la sociedad. Se hace necesario siempre que se pretende intentar un nuevo proceso, acuñar una definición que nos haga familiares ciertas particularidades de eso llamado sociedad. No es solo para entenderla y tratar de asimilar sus maneras, sino también para transformarla de manera efectiva. A veces, al hacerlo, se corre el riesgo de restringir demasiadas cosas, de aportar –podría decirse- a la construcción de una nueva excusa con la cual acusarla de algo. Pero bueno, habría que considerar que al a acusar también se tiene la oportunidad de entender y que en algún momento de esa aparente contradicción, se suele redefinir la lucha de la vida, una intervención en el mundo en la que los obstáculos, la mayoría de las veces, están representados por otras personas: “La lucha por la supervivencia”.



En muchas ocasiones el desenvolvimiento apriorístico de los juicios masificados ha extendido la idea de que buena parte de la insensibilidad social y el estancamiento cultural de América, obedecería a ciertos hábitos, costumbres y prejuicios arraigados en las formas de enseñanza y transmisión de los cánones identitarios. Sin llegar a considerar esta especulación con seriedad, lo cierto es que una costumbre de esta naturaleza sería una actividad bastante ajena al despliegue creativo.



Ahora bien, nuestras mas gruesas nociones sobre eso que generalmente suele llamarse educación (que no está relacionada con las diversas manifestaciones a través de las cuales se constituye esa antigua práctica, ni con las formas malintencionadas o desprovistas de aptitud que lamentablemente cualifican esta potencia social) emparenta apresuradamente el mundo de las definiciones con el aprendizaje. Las definiciones suelen establecerse en relación con un interés transitorio, son un punto de partida en un juego de intereses, mientras que la educación es un conflicto en el que priman los conceptos que, si bien parecen definiciones, son establecidos bajo la premisa de ser verificables por puntos de vista más o menos objetivos o considerados como tales. Una definición, por tanto, al menos en principio, representa una determinada subjetividad.



Podría decirse de otra manera: Una definición se establece. (Transitoria o no. Puede que se convierta en un concepto). Pero el proceso del conocimiento no está ahí; el conocimiento, por así decirlo, está en el trabajo que significó construir esa definición, en el saber implícito y en las maneras de usar ese saber, en la relación de herramientas y elementos involucrados. Por lo cual se establece que el mundo del aprendizaje es un mundo de relaciones sociales que están restringidas, de alguna manera, por una determinada pretensión de objetividad (con todo lo que ello puede implicar, además de las arbitrariedades dogmáticas, ideológicas y académicas que, por otro lado, se encuentran en todas partes). Ahora bien, pienso en ello porque en los ambientes que suelen considerarse de aprendizaje, las que priman son las definiciones. Imagino como ocurre. Varias razones empiezan a definirse:



Funciona sin que nos demos conscientemente cuenta de ello, al menos la mayoría de las ocasiones. Solemos considerar algunas de nuestras luchas a favor de otros -este es un prejuicio bastante extendido y curiosamente ha sido difundido entre pensamientos que se consideraban opuestos-. Aprendemos a reprimir lo que nos resulta desagradable (“…el sistema que caracteriza los aspectos generales de la movilidad social en las principales ciudades de este continente, está estructurado para invertir un porcentaje de los recaudos en el desarrollo de las poblaciones más necesitadas, inestables y vulnerables…”). Todavía fuerte, cuenta la influencia religiosa que condensa este tipo de discurso práctico en la moral que utiliza. Algunas costumbres, quizás más antiguas que todo eso, velan por la permanencia de ciertas formas de amparo mediante el uso y la promoción cultural de hacer favores.



Pero lo que se esconde entre las relaciones sociales, lo que se disimula con la difusión de discursos de naturaleza conciliatoria, es una apasionada lucha contra otros que están ineludiblemente en el camino. No diré que la lucha sea inconveniente para la estabilidad social (la estabilidad social es una ilusión que en la mayoría de los casos depende de ella) sólo que desde algunos sectores dominantes se tiene la tendencia a disimularla, haciendo uso de estrategias que podrían ser consideradas como montajes de publicidad de un orden social determinado. En esta lucha disimulada los efectos suelen pasar desapercibidos, como si fueran invisibles. El salvoconducto “…invertir un porcentaje de los recaudos en el desarrollo de las poblaciones más necesitadas, inestables y vulnerables” funciona bastante bien.



A decir verdad, no rueda literalmente por el suelo la cabeza de alguien cuando otro avanza; pero sí se ponen en juego los factores que pueden afectar la estabilidad –por no decir la identificabilidad- de los Derechos Humanos, estableciendo una distribución de fuerzas desfavorable para algunos conglomerados y poblaciones. Este tipo de lucha está presente en nuestro lenguaje cotidiano. Cuando los encuentros sociales no se dan a través de formas culturales sino en formas de choque a la vez violento y disimulado (no que una cosa excluya a la otra necesariamente), las fuerzas en contraposición plantean el supuesto de estar luchando por los derechos que les corresponden, y cada parte puede plantear lo mismo, aunque cada cual con un lenguaje y puntos de vista distintos: Derechos inalienables inherentes a su óptimo desarrollo como conglomerado o comunidad. Entender al otro en términos de lo que puedan constituir sus formas culturales es una posición privilegiada de nuestra situación contemporánea, no del todo ilusoria si se quiere pero muy difícil en condiciones reales.



De esa especie de amalgama que queda del contacto cultural se suelen extraer aspectos con algún grado de valor, aspectos condicionados por la acción social de los valores. Muchos de esos aspectos integran los impulsos de mostrar o esconder los sentimientos. Considero importante mencionar esto porque la lucha por los Derechos Humanos ha estado marcada por poderosos sentimientos, expuestos, inhibidos o simulados, algunos de ellos incluso ridículos pero no por ello menos fuertes. Uno de ellos se ha manifestado a través de la empatía con las necesidades básicas. Se puede pensar en otros principios como el tejido permanente de un orden y el establecimiento institucional de formas de organización que respalden a ciertas generaciones o clases, sin descuidar otras, etc. Sin embargo considero que es interesante enfocar los sentimientos que podrían motivar, en algún momento, el discurso de la lucha por los Derechos Humanos.



Algunas veces la generalización clásica de la supuesta idea occidental de progreso, ha sido contrastada con la idea de enmendar un daño o despojo. Algunas de las luchas sociales se enmarcan en premisas similares. La lucha por los Derechos Humanos se traduce, de esta manera, en corregir las posturas que privaron a determinados sectores de “cosas” a las que tenían derecho y jamás disfrutaron, y de esta manera evitar que continúe sucediendo. En la práctica el asunto funciona más bien al revés. Cuando ciertos sectores comienzan a disfrutar de “las cosas” a las que por derecho todos deben acceder (bienes que representan necesidades básicas, que complementan las dimensiones de determinados sentimientos o estados de carencia), las posturas comienzan a cambiar. Generalmente la transformación de las posturas como un programa de corte pionero, establecido mediante la argumentación de posturas teóricas, sin una intervención representativa, es una estrategia a ciegas o un despliegue de estrategias a ciegas.



Pero bien, lo que nos interesa es entender y generar transformaciones sociales, movimientos que permitan orientar la mirada hacia la problemática de satisfacer la capacidad de integrarse al proceso de intervención social. Por un lado, considero que en América la ilusión de libertad, democracia y expresión disminuye notablemente el aliento crítico del concepto de Derechos Humanos, convirtiéndolo, de alguna manera, en un rótulo o etiqueta que se usa para justificar casi cualquier cosa, desde anhelos personales hasta intereses particulares de grupos. Es de uso común en el lenguaje político de todos los días, se hace espectáculo de la llamada Lucha por los Derechos Humanos. A largo plazo, la indiferencia, la desconfianza y el nihilismo suelen ser reacciones ante la acostumbrada ineficiencia de los discursos sin sustento práctico.



Otra cosa que suele verse con dificultad es que así como escasean gestos representativos del desarrollo político, económico e industrial, también escasean los gestos representativos de la integración educativa y cultural de la sociedad con esos entornos. Los actos creativos en las sociedades contemporáneas, en un nivel que permita el despliegue de los lenguajes y la participación activa de las personas en su reformulación y apropiación, si contemplamos el grueso de la población, son todavía sumamente raros, particulares o se encuentran en peligro de extinción. El grueso de la población, aislada en deberes haceres y lugares comunes ha quedado limitado a la reproducción de algunos gestos cómodos, con los que se suele simular la representatividad.



Cada entorno social y espacio donde las conductas se desenvuelven y difuminan en actos, provocando comportamientos y formas de relación general y relativamente identificables, tienen sus propias imposibilidades mentales, las cuales obedecen a lógicas de procedimiento inherentes. Estas lógicas de procedimiento tienen una cara interna que suele desconocerse o ignorarse voluntariamente, y que está representada por una coherencia que se mantiene durante cierto tiempo y que suele ser común a toda una sociedad, la cara interna de un metalenguaje. No obstante estar presente en la dimensión de la relación, esta representación pasa desapercibida, como ya mencioné, probablemente por dos razones: Se expresa intuitivamente, a través de maneras que se han interiorizado, volviéndose imperceptibles, y se encuentra enclavada en el terreno de lo inconsciente, mas precisamente del inconsciente colectivo. Un sistema, pues, generado al interior de una cultura.



Si se confía un poco en esa suposición, se podría considerar la posibilidad de que los actos creativos en las sociedades contemporáneas, tengan una alta dosis de manufactura inconsciente. Que puedan verse afectados por la esfera de lo invisible; que parte de su constitución esté condicionada por las inhibiciones y los impulsos inconscientes, y también por las imposibilidades mentales de los entornos en los que se conformen o perfilen. Y sin embargo, si lo consideramos, es ese proceso uno de los que más impulsa el desenvolvimiento de las sociedades hacia el sentido de los Derechos Humanos, sentido de construir y proteger los escenarios y posibilidades para que las personas, donde quiera se encuentren, sean valoradas y puedan disfrutar de espacios de enriquecimiento cultural, expresión crítica, intervención artística, producción y adquisición de cultura, confrontación con el pensamiento y despliegue de la imaginación.



Y no que simplemente sea la masa atomizada, cargada de responsabilidades insulsas, cuyo sentido inmediato y posterior es el de producir y adquirir cosas, marcas e imaginarios prototípicamente mercantilistas y superficializados. Podría aventurarme a decir, a riesgo de ser utópico, que quizá la única manera de salir del mierdero en que nos encontramos es creando y estableciendo dinámicas de reconstrucción del pensamiento, de ese pensamiento condicionado con cierta dosis de conciencia y un enfoque fuerte de dinamización cultural, exigente de coherencia comunicativa, que posibilite el fortalecimiento de la confianza en la vida social y permita el acceso a visiones críticas y amplitud de horizontes, a través de lo cual las personas puedan observarse sin esconder, negar o disfrazar lo que son.



Ahora bien, una de las tendencias más fuertes en nuestra sociedad –debería decir más bien, en la referencia documental del entorno donde se contextualizó la amalgama de opiniones, que se configuraron para representar la idea de eso que yo ahora llamo nuestra sociedad- ha sido la de olvidar y esconder ciertas cosas; algunos dirían: talento para disimular; otros han acusado: no llamar las cosas por su nombre. Como sea, hasta nuestra Historia (escrita, memorizada, declamada) conserva esa pretensión, ya que también la Historia es afectada por los conflictos de intereses del contexto en el que se tiene que desenvolver y aplicar.



En el pasado la premisa era que, en la construcción de una identidad dominante, para las regiones~estados que se hicieron a base de injusticias y excesos contra las poblaciones que interferían con los intereses ideológicos –para nuestro caso- del llamado “proceso de civilización”, la hipocresía ha sido un ingrediente necesario, casi un precepto; pues ¿quien podría vivir tranquilo y orgulloso de sus orígenes si realmente pesara sobre los hombros –digamos- una nacionalidad que acarreara con actos vergonzosos, corruptos y nauseabundos, atentando cotidianamente contra la escenografía moral y amenazando la frágil tranquilidad y, en este caso, el amor patrio?



Claro, se dirá que ahora se tiene conciencia de todo eso, que hay, sin embargo, que hacer énfasis en “lo positivo”; pero lo cierto es que la Historia, al menos la nuestra, se ha visto afectada por distinciones subjetivistas, discriminaciones convenientes y omisiones autoritarias. En términos de legitimidad, este es un problema reciente y antiguo al mismo tiempo. Es saludable mentirnos, ocultar, negar lo que nos estorba; esa es la sugerencia casi permanente, al menos en los primeros años de vida, cuando hacen presencia los dogmas institucionales pragmáticos, permeados en algunos procesos educacionales, característicos de esa visión historicista entumecida por anquilosadas versiones patrióticas. Pero ¿es saludable para quien? Y ¿si lo que nos estorba, si lo que queremos ocultar, si eso que fingimos no ver incluye a otras personas, sus dificultades y formas culturales propias?



Muchas personas y formas culturales definidas, ya han tenido que pasar de estar en un mundo hecho, en su mayor contexto, para ciertas medidas y modos de hacer. Si bien esta situación comienza a dar un giro, para aquellas personas que no disponen de medios viables para instalarse e integrarse funcionalmente en una sociedad, convencionalmente modulada por prejuicios normativos típicos, gran parte de ese mundo cuasicompartido se presenta como una contradicción, en la que social, cultural e incluso ideológicamente se evade la responsabilidad del reconocimiento y, al mismo tiempo, se presume de reconocer las características de una supuesta riqueza plural. La construcción de una imagen, si no falsa incompleta, y es ese hecho el que me hace relacionar las características de un esfuerzo constructor de Historia, basado en incorrectas definiciones metodológicas.



Estas realidades no se cuestionan suficientemente en una sociedad atascada en responsabilidades y obligaciones vertiginosas, convergentes en la poderosa dinámica de desarrollo de la era contemporánea, establecida como impulso incontrolado de consumo y producción. Y no se hace, en su mayor medida, por física falta de creatividad, por aburrición, por imposibilidad o desgano de proyección, por miopía ante las posibilidades de construir un plausible futuro. Porque la imaginación que cae en desuso se pudre y la creatividad que no es motivada se convierte en enajenación, acriticidad y desinteracción social y cultural, para no hablar de lo espiritual (llamado ahora inconsciente según Borges) que, si existe –y para muchos todavía existe- puede verse alterado.



Así pues, uno de los grandes inconvenientes de nuestra sociedad y de muchas otras, con seguridad, es la ausencia de estímulos a la creatividad, la de-construcción de una cultura cuestionadora, el desensamble de los actos imaginativos que pongan en evidencia la necesidad de pensar y crear, la necesidad de construir pensamiento y, además, intenciones para proyectar el futuro ó las ganas de construir en el mundo un mundo más inspirador. La creatividad pierde ese puesto especial y se anuncia desde los escenarios como una especie de cualidad profesionalizada. Las relaciones humanas han caído en desuso y escepticismo, en ocasiones en fenómenos de rebelión o pasividad frente a los acontecimientos, dos polos en este caso no tan opuestos, ya que hacen parte de la misma ruptura con la realidad que afecta a unas generaciones a las que no se les revela un futuro atrayente o fascinante sino aburrido, letalmente rutinario.



Curiosamente el reflejo de desgano en las actitudes contemporáneas, principalmente entre los jóvenes (la población carne de cañón del sistema) ante un mundo y su futuro que no provoca más que desconfianza, náuseas y desinterés, no afecta a todos. Este sentido poco explorado tiene que ver irónicamente con aquellas personas que no hacen parte de la sociedad, que están aisladas, que no constituyen un papel activo, que se encuentran en la periferia, aunque no por voluntad propia, en dos palabras: los marginados.



Ahora bien, en el mundo los escenarios de la confrontación social, cultural y ensoñadora de la realidad han coincidido de la manera más plural y fundamentada en la apertura hacia los otros a través del arte. Se ha llegado a decir incluso que todo es arte, más precisamente que todo es susceptible de ser leído en clave artística. El Arte revalúa las acciones, tiene el poder de reconstruir creativamente los hechos, permitiendo instalar una visión crítica de la realidad (o mejor, de las realidades) y alternativas de comunicación, dentro de las cuales la búsqueda del otro y de sus vivencias reivindica no sólo la posición de la lucha por los Derechos Humanos, sino también el esfuerzo de vivir en sociedad como forma de buscarnos y no como mera producción y consumo de marcas y modelos de conducta.



Pensar en el otro como una extraordinaria forma de comunicación y reconocimiento no es pensar en él como una solución a algo, es simplemente concederle la posición social que lo vuelve una persona importante en la tarea de construir ciudad, ciudadanía y reflexión, una tarea que demanda muchos elementos creativos y una significativa participación del mayor número de pensamientos posibles. Además, si lo miramos con detenimiento, el arte es una manera de concebir la experiencia de la vida como un enigma que vincula a los otros y a su pensamiento y sensibilidad reflexiva. Es más, pensar en el arte como forma de comunicación y reconocimiento tiene todavía un valor adicional:

Se ciñe a esas prácticas que son necesarias en todos, y por tanto se ubica en el campo de la accesibilidad, en la dimensión de lo cercano, lo íntimo, lo familiar, lo comunicante, lo que hacemos y somos.



El arte se remite a la creación de nueva comunicación y reconocimiento. Esto es crucial porque, de alguna manera, a través de la puesta en práctica de la potencia creativa del arte (…Arte como potencia social de transformación cultural…), el arte mismo se rescata de esa acartonada visión de pedestal, de supuesta habilidad particular de una disciplina o persona talentosa, y se vincula con la necesidad contemporánea (también moderna) de desajustar los parámetros impuestos a la creatividad artística, identificándola de esa manera con el uso libre de los mecanismos de construcción o manufactura de una idea necesaria, utilitaria, provisional o la exposición de actividades reflexivas construidas, transformadas o modificadas alrededor de intentos permanentes de entender o expresar lo que no se entiende y simplemente se siente.



En este punto hay que mencionar un detalle de inmensa importancia que, a mi juicio, tiene enormes implicancias en la construcción y gestión de proyectos de enfoque y carácter socioculturales. La necesidad de crear nueva comunicación, nuevas formas expresivas o de adaptar las que ya existen a las complejas problemáticas coyunturales que habitan las ciudades del siglo XXI, entendida como el deseo de trasmigrar la propia realidad superficial respecto al otro está, en circunstancia habituales, arraigada con más fuerza y provista de una representatividad mucho mayor en las personas arrinconadas socialmente por los diversos y ridículos esquemas de control.



Nos encontramos anclados a la expresión de lo que sentimos o pensamos desde esos remotos tiempos llamados “La Antigüedad”, y ello enriquece nuestro mundo en cantidades y cualidades insospechadas, aunque previsibles. Intuimos qué está en juego cuando alguien quiere expresarse. Y cuando no existe este recurso o se deja de lado por ceder a una “inevitable circunvolución de acontecimientos desaforados”, generalmente representativos de la misma superficialidad trivial llamada supervivencia moderna, la sociedad se sume en una indiferencia racional y meticulosa, catalizando fenómenos de pérdida de sentido que son usados, sin mucho éxito, para construir futuros precarios y tratar de redefinirse a sí misma; fenómenos que, si somos sensatos, fluctúan en función de esos encuentros en los que el reconocimiento humano, completo, integrador, libre depende, en una medida intransferible, de la capacidad activa para realizarlo.



...PARA ALIGERAR EL ALMA:


miércoles, 15 de agosto de 2012

Desapercibido



Hace cierto tiempo recibí una invitación más que interesante, para un seductor proyecto de hipermedia, realizado a partir de una célebre inquietud académica, en el marco de los programas de Comunicación con énfasis virtual, pertenecientes a una acreditada universidad del sur de la ciudad de Cali. Consistía en intervenir un texto polifónico para la página de escrituras creativas “http://besacali.tumblr.com/”; si no me equivoco el objetivo gravitaba en disolver las nociones primitivas de un autor, lo cual a mi modo de ver, se logró impecablemente. Aquí mi humilde contribución.



"De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada…
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo".

Arthur Rimbaud



Nadie sabe a ciencia cierta lo que se teje en la puta mente del mundo. No es que tenga una propensión por adjudicar a las cosas propiedades que no alcanzan a existir por sí solas, tal como lo veo lo siniestro no es otra cosa que un decoro para con lo poco que nos importa, que va a tener que vérselas con nuestras miserias esparcidas que no fuimos capaces de arrojar a la prudente distancia del olvido. Contrario a lo que se cree, son los donnadies los que se estancan con su propia identidad. Si alcanzas algún tipo de reconocimiento obtienes un disfraz que dejará falsas huellas una vez abandonada esta trampa existencial que desvela más de una conciencia. Si no, entonces eres aquel pobre diablo que nunca te negaste a ser y quedas atrapado en la maraña de insulsos pensamientos que embuten las farolas de quienes pretendieron estar al cabo de la calle, esperando ver con deleite cuando se te acabara el combustible. Lo que no te deja es no querer amenizar ninguno de esos estorbos que se hacen llamar fulana de tal, zutano de cual.

Pero esa parte ya la conociste, súmale entonces que de vez en cuando aparece alguien que no te importa un culo, alguien que puede prender la mecha humedecida de orín si te da la gana de permitírselo y entonces recuerdas tus miserias y sabes que aparatosamente no te has equivocado, que eres una suerte de intuitivo maligno. Te dejan de importar las putas concepciones de la distancia, dejas de pensar en las ventanas que miran hacia ninguna parte. No es que la hediondez se haga más tolerable, realmente se hace atractiva la idea de una alimaña más en la grieta que has elegido para esconder el obturador de los desmanes que ya no te van. Y así es como comienzan estas burdas parodias de zombi, dejas entrar la idea y sólo te la sacas de la cabeza metiéndola en otra. Te implantas una demora para dejar furtivamente algunos rastros de ceniza tibia que chamusquen la basura que otros hayan dejado y cuando los primeros brotes del temperamento resabiado empiezan a salir, los arrancas con los dientes y expones el cuello desnudo para despertar ese instinto depredador que provoca el insomnio turgente de la avidez desesperada.

María Antonia Cabal fue la sentencia que me escupió el crédulo embrión que pretendía hacer arqueología con las liendres fósiles de mi cabello, ese tipo de descuido siempre atrae un tipo de mujer que busca hondo. Lo primero que se me vino a la mente fue: Abajo tengo algunas vivas que te gustaría explorar de cerca, también huelo que eres de las que no nació para dejar una puta huella y no te gustan que te llamen ¡Muñeca! Lo último me gustó, como la última parte de su nombre, sonaba a que podría haber lance, a graciosa ironía de la estupidez. De inmediato me di cuenta que ya tenía que escurrirme la idea, que no iba a ser tan fácil dar media vuelta y dejar entre renglones el frenesí que con sus ojos prometía decir con su boca chica, que quizá no era tan chica pero que de seguro no había aprendido todavía a balbucear ninguna insolencia que valiera la pena.

Se dice con demasiada ligereza “la primera impresión…etc.” Eso sólo vale si tienes dotes para creerte un Auguste Dupin, en mi caso no adolezco de cierta indiferencia que sólo sirve para llamar la atención de la única forma de escepticismo que realmente me importó en la vida: la curiosidad femenina. Fue algo que aprendí mientras caducaba voluntariamente mi perseverancia congénita a desenredar las anudadas madejas viriles con que se amarran las voracidades más primarias. La mayoría de los hombres son unos pelmazos, las mujeres no se quedan atrás pero despiden ese potencial con mayor furia, lo cual también puede terminar fastidiando, pero nunca se sabe. Quizá esa noche estaba para que me encontraran, pero no habría sido necesario un especial estado de ánimo, pues esta párvula de alma dejaba bien claro que no tenía la menor intención de irse sin envenenar un poco su instinto, con lo que tal vez pensara era el apócrifo drama de una existencia agusanada. Lo bueno de esos encuentros es la oscuridad de las intenciones, nadie se percata pero resulta escamador que sientan la obligación de hundirse un poco en la pestilencia subterránea que despides.

No resultó difícil pasar de las cosas insulsas a la grandilocuencia caótica de los lúbricos eufemismos con que nos enmascaramos la timidez, y ya que a decir verdad, María Antonia era poseedora de una cierta lucidez invasora que le permitía situarse al margen de las convenciones y ver de cerca que no se dispone realmente del tiempo que se puede pasar inventando simplezas gastadas y retintines estériles, nos extraviamos lo mejor posible con lo que había a la mano en sacar el mejor provecho de lo poco que realmente nos apartaba. En dos segundos le extirpé todo lo que creía conocer sobre la vida, todos los parásitos que se había pasado debieron saltársele a los intestinos con aquella primera sacudida. Es curioso que sólo nos percatemos de lo que somos a través de un otro y que eso no nos cause mucha vergüenza. Un poco de yerba, algo que parecía éxtasis y el mejor esperanto que puedas arrancarte, con una tipa que se desase con tal desparpajo de los burdos tirantes con los que la pelusa de un progenitor frustrado procura inmovilizar el magnetismo del cuerpo que no puede poseer. Era la asomada al vacío que necesitaba.

Por eso siempre regresó, al principio se esquiniaba la verdad, pero se hizo flexible a medida que mis ley la moldeaba, necesitaba destruirse y rehacerse cada vez, había caído en el vicio divino cuya escapatoria o plenitud es la muerte. No se necesita estar dispuesto a llegar lejos si se tiene el miedo suficiente de quedarse corto, y ese era precisamente mi temor. La primera y la única vez que me volví mierda, porque nunca restituí mi antigua condición, fue por una mujer capaz de tocar fondo y hacer un agujero en él para liberar los malnacidos cuervos de la duda. Yo no llegué tan lejos esa vez y eso me trastornó las entrañas, seguí irresoluto, detenido en el camino hacia ninguna parte. Pude haber estado más conforme con la idea de seguir hundiéndole el alma a María Antonia, hasta las arcadas del Cabal, que alguna sombra había prometido, pero era un acaso que amanecí mirando de lado. No es que me disgustara del todo la idea de forrarme con la piel de un envase enrarecido con mi propia atmósfera, incluso le había alcanzado a tomar el gusto, simplemente quería demostrarle hasta dónde debía ser capaz de llegar.

Lo único aceptable de este tipo de confusiones es que llevan un cierto aire de desventura y un cierto tiempo, el necesario para saber que estás en una trampa y que debes salir cuando se presente la oportunidad, la primera la puedes fabricar, la segunda quizá nunca llegue. Lo virulento estiva en las variaciones, en medio del sueño circunstanciado del opio no existen las contraseñas, es el fuego negro que abraza definitivamente la inconsciencia, y la sorpresa como el encanto, se extingue fácilmente. Al final dejé de hacer lo mío y fuimos tirando lo mejor que pudimos, no nos hacía falta sino lo indispensable. Para no precisar, se puede tener así de simple una idea equivocada de lo que eso significa y ello parlamenta con pasmosa nitidez del monstruo que florece bajo tus ropas. Poco a poco nos fuimos hundiendo en los detalles de una bruma mutua, posiblemente sin saber dónde estaba cada uno, fuimos relegando lánguidamente lo que quedaba de los dos hacia la mitad de ninguna parte, tal vez con la esperanza de encontrarnos. Hacia el final una idea inundaba retórica la última bocanada de mi constreñida residencia, un vago fulgor iluminaba en una perspectiva próxima, adiviné que habíamos tropezado algo genuino, colindante a nuestro encuentro.

Un día desperté y estaba ahí con sus párpados medio cerrados y profundamente dormida, el espantoso carnaval de la humanidad estaba en su apogeo y no había nada al alcance que hiciera soportable el agrio aturdimiento de los sentidos a punto de despertar, habíamos levantado vuelo y nos habíamos quedado sin combustible, podía interpretarse como una congruencia geomántica o alguna mierda por el estilo. Las cosas no duran lo que tienen que durar, se hacen defectuosas desde el comienzo para que se acaben antes y poder sobrevivir a ellas, María Antonia Cabal quería tocar fondo, lamer con fruición el culo de algún ángel menor caído, yo hice lo que estuvo a mi alcance, rindió lo suyo, no escatimé los caducos resabios involuntarios de la lujuria, pero estos terminan perdiendo el filo y aunque la mente esté destruida, un cuerpo puede salir intacto de todas las profanas obscenidades que se le ocurran a una imaginación gastada, enjuagada con la sangre enfurecida de su precio y algunas costras de indecencia.

Ya estoy de vuelta, mi perspectiva no ha cambiado, es una emoción a la que hay que engancharse con la misma energía con la que te enganchas a esta ruina que palpita y en la que quisieras profanar tu último chance de súplica, ya he visto el postrer murmullo de la realidad, eso y otros gemidos menos dignos de omisión, no te pierdes de nada. No hay nada que puedas hacer. Llámalo como quieras, te atreves o no, le darás vueltas al asunto si no tuviste con qué, vuelta a la página en blanco y sin conmiseración o te corroerás conmigo en el sedimento letrinal por el que decías desvivirte. Tú decides ternura. El metal ya toca mis dientes y la corrosión del aire se estanca por un instante en la punta de mi lengua que palpa el borde plano del cañón, sólo puedo concentrarme en tu rostro que se escurre entre el último gesto de inocencia, mis manos vacilan. El arma pesa lo suficiente como para estar cargada, pero siempre hay que asegurarse. Los tendones se niegan a responder a ciegas, veo tus ojos aparecer bajo unos párpados que invitan sin querer. Un pálpito estremece con violencia una sangre ávida por desaguarse… Ya está.






Para ver el proyecto completo:
http://besacali.tumblr.com/

GOOD MORNING, SORROW



El silencio forma una presencia espesa en el comedor de una casa escrupulosamente nueva, en la que dos humanos traban sociedad o al menos realizan su mejor intento. El mutismo temprano de la pareja da paso, sin reparos, a las primeras luces de un día cotidiano, azaroso como todos los días que comienzan en medio de alguna paradigmática y forzosa movilización, de esas que no incluyen necesariamente lesiones indelebles. El frío de la noche recién fallecida parece cobrar una forma inhabitual entre los dos huéspedes mutuos, los cuales comparten aquél territorio que, renuente a las aprensiones habituales en los primerizos, no se decide a llamarse hogar todavía. Ambos, hace un buen fragmento de tiempo, vienen ejercitándose en la espinosa tarea de fotocopiar sus propios genomas, en una grafía que los haga sentirse orgullosos de la amalgama evolutiva que los compone.


Si bien entre los dos desprevenidos peregrinos no poseen la proporción de experiencia suficiente, como para dar rienda suelta a los pormenores lógicos que toda crianza humana implica, se han empeñado, malevolentes, en continuar con la íntima utopía de los siglos anteriores, consagrados casi en su totalidad al perspicaz equilibrio balsámico de una demoledora arquitectura procreativa, consistente en originar homogéneas muchedumbres que al cabo de unos pocos años, entran a engrandecer las vigilias memorables de la maquinaria auto-destructiva, aquella que cimenta las colectividades de la que hacen parte aquellos dos infelices que ahora, en medio de una mañana despojada brutalmente del asombro que confiere la existencia, trazan el objetivo de resguardarse en la más benigna de las suertes admitidas, una pretensión también analgésica y con pormenores a la deriva de la desfachatez, pero sin importancia práctica, excepto porque hasta ayer todo iba de maravilla.


La armonía posee una propiedad enajenante, contiene su propia antítesis en la exigente continuidad que demandan sus cuidados. Hoy es otra historia, uno y otro permanecen en un estado de sigilo involuntario, que nutre el afásico reposo de las primeras horas con un aparatoso ensamble de premuras, huérfanas de todo objetivo. Ciertamente no se trata del hermético preámbulo que rodea con suavidad el inicio de una vivaz celebración, si bien podrían tener mucho que festejar, entre otras cosas porque son jóvenes, un aspecto significativo para cualquiera de los dos; también han descollado con cierto éxito cada cual en lo que le corresponde, y por si fuera poco poseen el excepcional título de progenitores, lo que a ambos les confiere cierto prestigio oficial. Pero en las últimas 24 horas han tenido que encarar el extraño designio de los elementos. Y es precisamente el desconcierto lo que termina por franquear ese oprimido escenario doméstico, en el que se embrolla el tácito dilema de un desayuno desamparado de toda dignidad, justo un día después de que por accidente dejaran caer al primogénito desde la capota del auto.


¿Qué esperar de un trance semejante cuya elocuente ironía no acaba por desmadejarse? Ninguno se atreve a hablar, la culpa y la cortesía se amalgaman en una babaza incorpórea, que resulta intrépida contra la desmesura de los nóveles patriarcas, y va creando una dimensión propicia a los ensambles pusilánimes del aliento vital. Uno de los dos tendrá que poner fin al absurdo estado que los envuelve; pero poner fin a algo siempre implica dar comienzo a otra cosa. Finalmente el menoscabado primogénito clama por un exiguo trozo de presencia, que alguno de sus ineptos verdugos episódicos, no le importa el cuál, deberá soportar, provocando con el bullir de sus estropeadas lágrimas, que el pegajoso derrotero hasta ahora insuperable, estalle junto con el desmadejamiento de la afligida sangre, cuajada por el prematuro escarmiento de ambos linajes. La pareja se mira a través del opalino lustre de su núbil desdicha, y liberan, infantiles, una estruendosa carcajada que ahoga al unísono los lamentos del infortunado chiquillo.


Bogotá, abril de 2012.