La condición

La condición

sábado, 14 de junio de 2014

o: CON BASE EN EL ORIGINAL (completo)


Nota aclaratoria: Siguiendo un hilo más bien perezoso en el tratamiento de los temas que se encuentran en cuestión, he utilizado en mi favor las actuales circunstancias hipermediáticas de la comunicación y del lenguaje. En ellas los averiguamientos para suministrarme la información y las referencias, basadas en las cuales auguro sobre las diversas singularidades mencionadas, y que del mismo modo desconozco, se fundamenta básicamente en una juiciosa y subrepticia plagialidad del estado del arte.

Nota de lectura: En algunos tramos de esta especie de pseudoadmonición tipo recodo a la deriva, se aglomeran ciertos despojos cauterizados de un corpus más o menos amplio, en general de dominio público, su advenimiento en este caso podría resultar discutible, incluso más allá del escrúpulo académico.



DISPERSIONES

Hace relativamente poco tiempo, apenas el fértil asomo de un castañeo subconsciente, pude ver -con escueta diferencia podría decir “contemplar”-, cómo asomaba de su casi inadvertido sueño de décadas, uno de los proyectos más significativos para mi efímera percepción de la existencia, lo cual no resulta demasiado importante de no ser porque, con presunción de objetividad, no debo ser el único... Me refiero al remake de Cosmos, uno de tantos a decir verdad, y que suspicazmente pretende ser una de las reminiscencias más memorables de aquél grato bosquejo de Ciencia aplicada, cargado de pertinencias documentales según lo que recuerdo. Si bien me pareció que se manifiesta algún traspiés de más para mi gusto excesivamente escrupuloso, quizás ineludible en la aligerada dinámica contemporánea, aquello bastó lo suficiente como para revivir casi a flor de piel mi trivial curiosidad, todavía precipitosa, por los fantásticos y espinosos recuentos de un trasiego apretujado de sombras inefables y no pocos relámpagos de confusión, lo que algunos estaríamos dispuestos a llamar de buen agrado y con una sencilla disposición de ánimo: la Historia. En la breve tormenta del intelecto que nos compete, se agita el eco de un grato o quizás ingrato recordatorio, el de un pasado compartido que habría que conocer.


Hasta donde se piensa que podemos deducir y dentro de lo que se puede definir como existencia, ocurren fenómenos de naturaleza extremadamente singular, que con el transcurso del tiempo y los refinamientos idiomáticos hemos llegado a llamar cognitivos -además de usar otros términos, astutos de nosotros-, los cuales nos permiten interpretar los asuntos que por una u otra razón nos llaman la atención. Lo interesante de este aspecto del mundo humano, o una de sus interesancias, es que la conjugación de sus componentes resulta susceptible de ser organizada, hasta cierto punto, al menos en la dimensión abstracta y hoy casi rezagada del pensamiento aristotélico. Pero también resulta importante porque involucra los límites, intuidos más como horizontes que como fronteras, de las capacidades didácticas de que disponemos para entenderlo todo. Supongo que no tenerle miedo a buscar las respuestas no es lo mismo a no tenerle miedo a la posibilidad de encontrarlas. Imagino sin mayores dificultades, que lo último está relacionado de forma más directa con las estructuras de soporte especulativo que conocemos con el nombre de Ciencia.


La Ciencia nos involucra a todos en la medida en que es el compendio organizado de los intereses que presentan una dimensión común. Una de las ideas que se expresan en el proyecto de Carl Sagan -para no perder la insinuación de una vaga idea esbozada en el primer párrafo-, infiere que los moldes de la vida estarían, en teoría, por todas partes y que, eventualmente, se ocasionarían fácilmente, aunque no podamos entender todavía cómo lo hacen, ni siquiera en nuestro propio ambiente. Pero algo que sí sabemos es que, salvo raras excepciones, también se deshacen con relativa facilidad. Los organismos encuentran su forma de sobrevivir atrapando en sus sistemas la energía que precisan, lo hacen de manera autónoma y a veces por medios tan primarios como sorprendentes. Algunos organismos simplemente cosechan luz, de manera directa, convirtiéndose en el soporte de la vida, donde esta depende de ella; otros organismos entre los que se encuentra nuestra especie son complejamente parásitos de los primeros. Este simple enunciado me lleva a intentar explorar, en cuanto me percato de la posibilidad, algún que otro tramo de la complejidad que nos habita. No obstante, basta con que uno se interese por algún tramo para que se disperse la potencia intuitiva que procede de nuestras contradicciones. Tenemos tendencia al protagonismo.


Sin embargo dicha complejidad habitacular, al menos en la extensión no ignorada de “nuestro” planeta, no hubiera sido posible si no hubieran existido los asombrosos entramados entre las naturalezas física y química de los elementos primigenios. Ahora bien, que existan unos elementos primigenios parece tener una relación especial con un alter-entramado rubicundo, un tanto externo a nuestra percepción de la cotidianidad. Sin embargo –y este segundo sin embargo promete alargar de manera superflua la extensión de este comentario-, parece que no hay nada en nuestra vida que tenga mayores consecuencias cotidianas si terciamos por allí. Una especie de adagio adoptado, a última hora y a regañadientes por la Sicología aplicada de finales del siglo XX, que acrecentó su perspicacia en los sumideros novecénticos de una Antropología de lo inefable, enuncia, exagerando un poco, que reverenciar al sol y a las estrellas tiene al menos un sentido, ya que al fin y al cabo somos su producto indirecto. A pesar de que esa es una idea que alcanza a ser revolucionaria, al interior de la catarsis duelada que abarca nuestro tortuoso aprendizaje colectivo, si se puede llamar así, se ha admitido de manera más o menos generalizada, que las respuestas a los porqués pueden y suelen tener más de una explicación convincente, dependiendo consecuentemente de los intereses implícitos de la cultura dominante y de los grados de fe implícitos.


Como se sabe o se especula con mayor o menor suspicacia, para algunas culturas y quizá la nuestra deba incluirse, la verdad puede no ser otra cosa que una alucinación muy bien argumentada, o acaso (para otras culturas) la réplica pasiva de una ignorancia muy bien administrada. Intentar conjurar los muchos siglos de ostracismo dialógico ha sido, en algunos casos venturosamente contrariados, el propósito de algunos sistemas explicativos del mundo. A lo largo y ancho de nuestra fugaz historia registrada, las diversas ideologías, similares en vastos sentidos a lo que llamamos Ciencia, han competido encarnizadamente por obtener el dudoso monopolio sobre los derechos de verdad, y cualquier aspecto que les facilite lo que podríamos llamar una verosimilitud estructural de sus planteamientos. Se trata de un material que resulta susceptible de convertirse en trasfondo enajenado de la intolerancia, en un elemento de cohesión que en algunos casos puede ser utilizado con el propósito de excluir. Hay que reconocerlo, nuestra forma poética de plantearnos el mundo ha probado tener abundantes puntos de convergencia con destacables mecanismos de meticulosidad. Tal vez ahora –un simple ahora sempiterno en nuestra humilde escala existencial- nos encontremos develando, a la manera en que los renacentistas andaban descubriendo los mediterráneos pensamientos hoy llamados clásicos, las potentes cargas de verdad en afirmaciones y sistemas de creencias que en una época, más bien reciente, todavía solían ser consideradas parafraseos balbucientes de incidental relevancia, cuando no descarados anatemas al orden establecido.


Como si dado el momento, pudiéramos hacer a un lado los argumentos desdeñosos que ponen en primer plano las cargas místicas de aquellas cosmovisiones y, en seguida, en vez de despreciarlas categóricamente, como si de planteamientos filosofístcos –y por lo tanto desautorizados- se tratara, aspirar a una lectura semejante, o limítrofe, con la que pudieron pretender quienes las construyeron; llevados a suponer que tal vez ello nos permitiría establecer y patrocinar el interés crítico, tanto a favor como en contra, de las tendencias de ciertos sistemas de dimensión exclusivamente política, cuya participación en la historia sólo es entendida, por lo general en términos autorizados, cuando deslumbran por su ausencia en pleno mediodía los más mínimos matices indulgentes, en el a veces forzoso batir de alas de la clarividencia gubernativa, a partir del deseo de homogeneizar y contener el pensamiento en una sola manera de interpretar. Y ahora que ya hemos entrado en calor, me gustaría imprecar con unos cuantos párrafos propensos al desentusiasmo, una vieja y repentina visión de lo que tal vez somos, y que me ha venido a la mente, como la húmeda envergadura de una temática esquiva. La titularé sin mayores sentimentalismos:

Se nos ha dicho que lo que hace la vida interesante es el conflicto, que los inconvenientes y el cómo los resolvemos o salimos de ellos es lo que realmente importa, que las magnitudes de nuestras problemáticas establecen las dimensiones a las que podemos y debemos aspirar, que nuestros sacrificios o lo que podría llamarse el calibre de nuestra persistente devoción a mejorar, ya se trate de fenómenos trascendentes o no, sobrellevan el prestigio de una especie distinguida en términos generales por el designio de la reflexión, aplicada o no, y que a ello se debe sacrificar incluso la vida misma si resulta necesario. Pero ¿qué es realmente lo que se enuncia en un postulado de esta naturaleza, tan sutilmente radical y plausiblemente ideológica? ¿Quizá que lo que lo que más importa en la vida es el respeto a lo que se nos ha dicho? Seguramente que no; pero ¿y si la adhesión social se simplificara en un si hubiera más armonía en el mundo, en el sentido de una aquiescencia solidaria, seríamos más felices? Voy a tantear el resbaladizo asunto, que acaba de aparecer aquí como sacado de la manga, desde otro ángulo, uno que me permita trenzar una admisible ilusión de coherencia. Ahí va.

¿Qué pasaría en el mundo si hubiera más armonía? En la actualidad el mundo civilizado tiene en la democracia un concepto de gobierno extendido y adaptable, que por otro lado casi no se practica por múltiples razones de orden y euritmia casi inexplicable, y que no entraré a debatir, esquivando así el riesgo de entramparme en una disertación infinita. Sin embargo dicho concepto propugna ese tipo de valores que se suelen conceder al expresar la pertinencia que se afilia, principalmente, a las nociones de orden político, de competencia cooperativa, entre las cuales se anteponen ciertos rudimentos que podrían parecer insólitos al día de hoy, tales como la fraternidad, la conciliación y la ineludible correspondencia entre derechos y deberes... A pesar de rehuir las posibles conveniencias o no de una dialéctica irreflexiva, en el presente sumario intentaré articular, sin demasiadas negligencias, eso espero, la insuficiencia de mi discernimiento sobre asuntos tan ajenos a mi específica cultura, junto con el deseo de aprovechar la tradición de casi una centuria de eufemismos para los comportamientos desmedidos, y exponer, por el sinuoso camino de la mnemotecnia, entre otras, la necesidad de legalizar y profesionalizar uno de los servicios de corte recíproco que se encuentra más descuidado, y no me refiero al régimen mediante el cual intentamos justificar cualquier sistema de gobierno.

Si de manera utilitaria definimos la felicidad con un poco de pericia permisiva, resulta admisible que si bien parece provenir, al igual que el resto de los afectos conceptuales que se nos traducen en forma de emoción, de algún área del cerebro donde las ilusiones dominan, y de una forma tal que su manifestación bordea los dominios que concebimos como realidades, podemos asimilar que la felicidad depende, para sobrevivir con dignidad, de una buena medida de tolerancia, concordante o compatible con los sistemas de organización que nos han tocado en suerte; una especie de modulación de la sociedad en un sentido grato, complaciente, conciliador, inofensivo, es decir, eutópico. Y puesto que más tolerancia no significa necesariamente menor deferencia o disposición de conflictos, pues los conflictos, como ya se ha dicho, crean el entramado de interesancias que vuelve la vida, más que un algo fascinante, un algo excepcional, puede llamarse a este tipo de tolerancia una especie de armonía, una sutil armonía habitable. Aunque como casi siempre ocurre, la inflexión directa parece funcionar cuando menos en reversa.


Pero la armonía es un asunto más bien complicado para los seres humanos, depende de lo que puede calificarse como un temperamento social, que suele estar más acorde con cierto tipo de conflictos. Demasiadas asperezas hacen cola por su cuota de satisfacción, entre ellas el campo de lo privado, la dimensión de lo personal, por decirlo de algún modo, una superficie tan cargada de optimismo como de fastidio por no decir más. Una de aquellas franjas de soslayada reserva gravita alrededor de lo que se puede hacer o no con el propio pellejo, no necesariamente con lo que se está, por alguna u otra razón, obligado a hacer. Tan particular cuestión podría manifestar agudezas desaconsejadas, incluso invasivas en el terreno de lo privado, pero nada que no sea menester tratar en algún momento. Para acoger de la manera menos inoportuna las un tanto irrisorias dos vertientes introspectivas que parecen surgir de este arroyo legamoso, se me ocurre mencionar, como si de un al vuelo se tratara, sólo uno de los aspectos unificadores que caracteriza una pequeña, pero distintiva e importante parte del itinerario correspondiente a nuestra trayectoria compartida.
Tras una tentativa circunspecta convengo en que se podría describir más o menos como se lo expresa en los círculos medianamente especializados: la dúctil oferta del oficio de acompañamiento esporádico lúdico y esparcivo más antiguo de que se tenga registro, es decir, contextualizando un poco, que tratará del “asunto” de la legalización de las actividades sexuales realizadas mediando, de manera más o menos improvisada, convenios bursátiles inmediatos, una práctica conocida como prostitución. Ahora bien, en términos de análisis bursátiles, parece no ser posible analizar datos oficiales sobre el volumen de dicha economía mercenaria, pues no existen, más allá de un sinnúmero de aproximaciones y estimaciones por parte de distintos colectivos, vinculados a diversos tipos de reivindicación, prevención o defensa de los variopintos y concurrentes estilos de vida asociados a la práctica, discernimiento y rutinas partidarias de los panoramas sexuales en oferta, por decirlo de algún modo. Y ello ocurre impunemente bajo la mirada impertérrita de la sociedad, acostumbrada a los agobios cotidianos de los monopolios.

Tal vez haga falta advertir que una opinión semejante puede ser señalada de insustancial, cuando menos, pero entre los ejercicios de revisión fiscal que se asumen en Colombia, demás está decir por estos días, demás también citar operaciones análogas en todo el orbe, es quizás el momento de recapitular un poco y poner a cuestionamiento, dado el enorme déficit presupuestal al que se enfrenta el mundo, la viabilidad -o el conflicto- de gravar aquellas actividades que, por un lado, gozan de una tributación nula y por otro padecen del más abnegado desprestigio, bien por encontrarse en una alegalidad obvia como puede ser la prostitución, bien por ser ilegales dentro de ciertas facetas, como puede ser el tráfico de drogas blandas, hachís y marihuana, por reiterado ejemplo, que, dependiendo donde nos encontremos, se considera delito si bien no así su consumo, o no del todo, o a lo mejor me equivoque, tal es el clima de mi actualidad sobre el desconcierto mediático que alcanzo a detectar, a través de la displicencia des-informativa que, desde luego, no sólo concurre a mi alrededor.


...DESPOJOS CAUTERIZADOS

Para entrar en materia de una vez por todas, habrá que hacer un recorrido medianamente detallado y promiscuamente sugerente del tema en cuestión, digamos el último tema planteado. Ya en el siglo IV antes de la era común, la antigua Grecia aceptaba, con franqueza práctica, el hecho de que existen personas que viven de los sectores sociales que hoy describiríamos como tabú, al igual que existen otras personas que demandan este tipo de realidades, productos, servicios, tratos especiales o como se le quiera llamar; una tesis de existencia, por tanto. Las sociedades modernas llevan a cuestas su propia historia, menoscabada y todo el etcétera que se quiera, de profunda convivencia con actividades económicas que son abarcadas por altas dosis de prejuicios y variadas técnicas de intimidación, y no se ha llegado aún al momento de plantear, con despreocupación transgeográfica, por decirlo de alguna manera, debates serios sobre la necesidad de asignar o establecer figuras arancelarias –y por lo tanto de salvaguarda- a dichas actividades. Si bien un litigio de esa naturaleza podría resultar, al parecer, todavía más tabú, bien pensado el asunto, las interrogantes parecen ensancharse.

Cuando se mira hacia el pasado suele prevalecer una visión masculina de la realidad, ello obedece a que el pensamiento femenino y sus modelos expresivos fueron subestimados casi en su totalidad, o hasta casi suprimirlos del panorama fundacional del intelecto humano. Una cita célebre que describe más o menos bien una de las formas de relacionarse en algunas polis de antaño, modelos de la sagacidad ministerial que suele atribuirse a ciertos modos de sojuzgamiento contemporáneo, se imputa a un seudo-Demóstenes, una especie de Homero mitad mito, mitad realidad, que formalizó una serie de discursos sobre moral y comportamiento, la cita aventura: “Tenemos las cortesanas para el placer, las concubinas para proporcionarnos cuidados diarios y las esposas para que nos den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de nuestra casa...”

Ni más ni menos que la opinión de un patriota, lo cual no viene al caso más allá de semejar un desliz desenfrenado, moderadamente tolerable desde la ventajosa posición en que nos encontramos, sin duda una etapa muy temprana del desarrollo cognoscitivo en la que relacionarse íntimamente con una sola persona, resultaba poco menos que un comportamiento antisocial. Al ser casi inexistentes los matrimonios por devoto apego a un solo ser, ya que solían entenderse, de hecho, como un contrato entre dos familias (núbil origen del matrimonio, al menos en aquel momento y lugar aunque también en otros), los hombres -en su extensión- buscaban los placeres sexuales asociados con su apreciación de una especie de suerte de individualidad colectivizada, fuera de los límites de la casa. Desde luego hemos avanzado desde entonces en aquellos sofismas pre-racionales, ya que en nuestra actualidad atemperada de las proto̴sensateces propias de una evolución cognitiva a lo que dios manda, suele concurrir todo lo opuesto. Si en algo hemos avanzado desde aquellos pretéritos es en dilucidar una triple moral.

Esta tolerancia apócrifa y vicisitudinalmente poco decorosa o poco ortodoxa, en relación con nuestro evolucionado y diafragmático tiempo presente, se percibía a mi juicio algo adelantada, al menos en una trayectoria moral actualmente en desuso, la complicada bilateralidad de los intereses íntimos, pues si bien las leyes reprobaban muy severamente las relaciones de los hombres fuera del matrimonio con una mujer libre (en el sentido de ciudadana soltera económicamente dependiente), no ocurría lo mismo cuando el casado (algunas veces la casada) recurría a los servicios de una hetera o introducía en el hogar conyugal una concubina (del griego παλλακή, pallakế). Tal vez quepa añadir aquí que resultan esquivos los datos respecto a la formalización de los servicios sexuales, en disposiciones más heterogéneas que ofrezcan mejor luz sobre los diversos mutualismos involucrados.

Por lo que respecta específicamente a la existencia de una prostitución femenina o masculina con destino a las mujeres, el asunto parece estar muy mal atestiguado, al menos desde la perspectiva de un neófito. El Aristófanes de El banquete de Platón menciona un grupo particular, en su célebre mito del amor. Para el escritor, «las mujeres descendientes de las mujeres primitivas no tienen gran gusto por los hombres: ellas prefieren las mujeres; son las que se llaman las hetairístriai». Se supone que se trata de prostitutas que se dirigen a una clientela lésbica, especializada en delicadezas que hoy tal vez llamaríamos “de género”. Un tal Luciano se extiende sobre esta práctica en su Diálogo de las cortesanas, pero es posible que se trate simplemente de una alusión al pasaje de Platón o un impúdico desliz en la exégesis de algún entonces pre o post renacentista. Lo que sí parece poseer un registro fidedigno es el estatus de las prostitutas, admitiendo su oficio como una actividad de lucro, lo cual no quiere decir en modo alguno que todas mantuvieran muy bien lucradas.

Según se apunta en algún lado del intelecto colectivo, basta consultar la enciclopedia británica, mencionada tanto por estudiosos como por entendidos, para consignar que las prostitutas griegas pertenecían a distintas categorías, dependiendo de factores heterogéneos, por lo general relacionados con las exclusivas condiciones concernientes a su praxis, aquí un aparte: «...las pórnai, las prostitutas independientes y las heteras. Las heteras constituyen la categoría más alta entre las prostitutas. A diferencia de las pórnai, no se contentan con ofrecer sólo servicios sexuales y sus prestaciones no son puntuales (de manera literal, en griego ἑταίρα, hetaíra significa 'compañía')». Comparables en cierta medida a las geishas japonesas, las heteras poseían una educación esmerada y eran muy capaces de tomar parte activa en las conversaciones entre gentes cultivadas con igual esmero, una cuestión de sutilezas superpuestas en selectas e inspiradas disposiciones, sustanciadas en antiguas destrezas tan aptas y versátiles como misceláneas, según el corpus aludido.

Las πόρναι, pórnai, palabra que etimológicamente deriva del griego πέρνημι, pérnêmi, «vendida», eran, habitualmente, mujeres esclavizadas, propiedad de un πορνοβοσκός, pornoboskós o proxeneta, literalmente, el «pastor» de las prostitutas. Este propietario podía ser un ciudadano (también un o una meteco, es decir un o una inmigrante), para el que ese negocio constituía una fuente de ingresos como cualquier otra y por el que tenía que pagar un impuesto proporcional a los beneficios que le generaba. Desde luego hemos avanzado desde entonces en aquellos artificios pre-nomológicos, ya que en nuestra ventajosa actualidad, atemperada de las fecundas proto̴cautelas distintivas en cualquier maniobra epistemológica a lo que dios manda, suele ocurrir, hay que decirlo, todo lo antagónico a una experiencia tan visceral. Hábiles desidias de la Historia, podríamos solemnizar.

También existía una noción tal vez perniciosa para algunos niveles de tolerancia, la de prostitutas independientes. Las prostitutas independientes trabajaban directamente en las calles. Se cuenta que para exhibir sus peculiaridades a los o las clientes potenciales, solían recurrir a distintos mecanismos publicitarios de lo más interesantes: así, entre los registros arqueológicos se han encontrado sandalias con la suela engalanada sistemáticamente, concebidas para dejar sensuales marcas en el suelo, como: ΑΚΟΛΟΥΘΙ, AKOLOUTHI («¡Sígueme!, ¡no lo lamentarás!, ¡etc!»). También innovaban el automatismo selectivo con ayuda de capciosos cosméticos, emblemáticamente de forma poco discreta. Se dice que Eubulo, autor de la Comedia Media, se burlaba de los trucos de estas prostitutas describiéndolas como «pintarrajeadas de blanco de albayalde y (…) untadas las mejillas de zumo de mora». Atributos lucida y vehementemente expresados, lo que puede tomarse como fiel testimonio de la equilibrada proporción estética a la que algunos estaban acostumbrados.

Sin duda la extrema síntesis a la que se han visto reducidos nuestros mejores aparatajes de propagación sensorial (y quizás taladraría mejor una expresión más sensual), convirtiendo la publicidad en una colección de estrofas lugarcomunes es, desde una perspectiva propensa a tomarse a veces las cosas a la ligera, una respuesta amigable y desprovista de alguna habilidosa inquietud por nuestra parte; podría decirse, una objeción huérfana de un apropiado interrogatorio. Aunque, claro, eso está a punto de cambiar, y en su cambio tal vez pueda integrarse al desbordado sincretismo de oficios que convoca nuestra realidad en el planeta que nos sufre, aquellas actividades que por razones que algunos doc-tos especulan que nos avergüenzan o avergonzarían, se encuentran en alguna brecha de rugosa marginalidad, esa condensada armonía pendenciera y a cierta segura distancia, desde la que nos empecinamos, por razones tan indistintas como gente entre la gente, en antipatizar con o a los demás. Desde luego en este asunto, como en todos los que puedan resultar atesorables, por los motivos que sean, se da la simpática paradoja que enuncia que no pueden caber pensamientos reduccionistas, por minúsculos que estos parezcan, y sabemos, al menos en teoría, que en el universo lo minúsculo puede contener otros universos, y estos, a su vez, ser semilleros de otros que contienen otros más.

Pero volvamos a la ruda deriva de los suspicaces auspicios helénicos, suavizados con el hábito vital de acalorar el intelecto con una rubicunda y sobria ebriedad, y retomemos el hilo sinuoso de este devaneo. En la Grecia antigua, como ya se ha mencionado, las prostitutas solían personificar los orígenes más diversos: «mujeres metecas que no encuentran otro empleo en la ciudad de llegada, viudas pobres, antiguas pórnai que han logrado independizarse...» Se sabe que al menos en Atenas debían estar registradas y pagar un impuesto, mientras que algunas conquistaban el derecho de hacer fortuna practicando exclusivamente su oficio. En el siglo I de la era común, en Koptos, en el Egipto romano, se tiene registro de que dicho impuesto se eleva a unas 108 dracmas. Por otro lado se conoce el nombre de varias de estas heteras, las cuales podían administrar libremente sus bienes y cultivar diversas prácticas, hoy en día se las llamaría, tal vez, custodias de la didáctica sensual, piezas subsidiarias del mucilaginoso engranaje social, hippies pseudocontemporáneas o algo por el estilo. Un ejemplo eminente fue Aspasia, amante de Pericles y una de las mujeres más célebres del siglo V antes de la era común. Originaria de Mileto y, por tanto, reducida al estatuto de meteco en Atenas, atrae a su casa a Sófocles, Fidias, a Sócrates y sus discípulos. Según Plutarco en su Vida de Pericles, «domina a los hombres políticos más eminentes e inspira a los filósofos un interés nada despreciable», la cita en general ofrece una elocuencia nada despreciable.

De la época clásica se mencionan por citar algunos ejemplos una Teódota, compañera de Alcibíades, con quien Sócrates dialoga en las Memorables; una Neera, a quien el pseudo-Demóstenes dedica un célebre discurso; una Friné, modelo de la Afrodita de Cnido —obra maestra de Praxíteles—, donde ella es la amante, pero también compañera del orador Hipérides, que la defenderá en un proceso de impiedad (la asebeia); una Leontion que fue condiscípula de Epicuro y filósofa ella misma. De la época helenística, por su parte, se puede citar a Pitónica, compañera de Hárpalo, tesorero de Alejandro Magno, o a Tais, correligionaria del propio Alejandro y después de Ptolomeo I. Como se puede deducir, algunas de estas heteras fueron muy ricas, en el sentido más próspero del término. Jenofonte describe a Teódota rodeada de esclavas, ricamente vestida y alojada en una casa de gran altura. Así pues algunas de ellas sobresalen por sus gastos extravagantes, como Rodopis, cortesana egipcia liberada por el hermano de la poetisa Safo, quien se distinguiría por hacerse construir una pirámide, quizás a manera de uno de varios equívocos distintivos, dedicados a su iluminada dimensión respecto al perdurable acto de conjurar a la muerte.

Según informes, detalles, datos recopilados a partir de efímeras citas, Heródoto, uno de los grandes historiadores de la antigüedad y cuyos registros fueron objeto de un análisis escrupuloso por parte de grandes, diversas y desconocidas inteligencias, en una época en que el conocimiento reptaba sobre las arenas del Sahara, fuera del alcance de las purificadoras llamas del intelectualismo ideológico dominante un poco más al norte, cortesía de la exacerbada imaginación totalitaria que aún hoy en día se suele exhibir en todo gran convencimiento, al recapitular su delicada Historia, el escéptico Heródoto descree de esta anécdota, sin embargo refiere la existencia de una inscripción muy costosa que Rodopis financió en Delfos, en todo caso una insinuación del talante concurrente y manifiesto de estas legendarias y, en algún momento y perímetro, tradicionales presencias. Siguiendo la tradición y si hay que creer a Aulo Gelio, autor de Noches áticas, las cortesanas de la época clásica cobraban hasta 10.000 dracmas por una noche, pero quizá no basten los cálculos y correcciones monetarias para hacerse una idea sobre cuáles eran las habilidades tasadas en ese precio. Para citar otro ejemplo, en Los aduladores, Menandro menciona a una cortesana ganando tres minas por día, es decir, precisa, más que diez pórnai reunidas.

Sobre las pórnai se sabe que solían ser esclavas de origen bárbaro, lo que tal vez sugiera que podrían ser nórdicas, quizá escandinavas. Sin embargo es a partir del período helenístico cuando se incorporan al gremio incluso jóvenes esclavizadas en el propio territorio, que sólo dejarían de serlo cuando fuesen adoptadas por sus amos. Recíprocamente existían otros devenires quizá menos susceptibles de surcar entre huraños huertos de espinas. Existía una categoría específica de los templos consagrados al decoro de la desmaterialización, la de las prostitutas sagradas, que se abastecía, habitualmente, de heteras. Un género de casinos divinizados de la época. El santuario de Afrodita era tan rico que a título de “esclavas sagradas” tenía más de mil heteras, que tanto hombres como mujeres habían ofrecido a la diosa. La ofrenda a las divinidades en forma de mujeres-prostitutas no alcanzó en Grecia una amplitud comparable a la que existió en el Próximo Oriente antiguo, no obstante se conocen numerosos casos. Por un lado, dentro del propio mundo griego, hubo prostitución sagrada en Sicilia, en Chipre, en el reino del Ponto o en Capadocia; por otro, la hubo también en Corinto, cuyo templo de Afrodita alojaba una importante tropa servil, al menos después de la época clásica.

Así, en 464 antes de la era común, un tal Jenofonte, ciudadano de Corinto y atlético vencedor de la carrera a pie y del pentatlón en los Juegos Olímpicos, dedicó a Afrodita, en síntoma de agradecimiento, cien de sus jóvenes mujeres, para distribuir mejor la gracia en el templo de la diosa. Conservamos el recuerdo del hecho gracias a un canto festivo encargado a Píndaro, enalteciendo a las «hijas muy acogedoras, sirvientes de Pito [la persuasión] en la fastuosa Corinto». Aunque el oficio de las pórnai se desarrollaba en los prostíbulos, generalmente en los barrios conocidos por esta actividad, tales como El Pireo (puerto de Atenas) o el Cerámico de Atenas, frecuentadas por los marineros y los ciudadanos menos opulentos, a esta categoría pertenecían también las mujeres de los burdeles del Estado ateniense. Según Ateneo, en su Banquete de los eruditos, en el cual se citan al autor cómico Filemón y al historiador Nicandro, autor de una Historia de Colofón, fue Solón quien, «preocupado por calmar los ardores de los jóvenes, (...) tomó la iniciativa de abrir casas de paso y de instalar allí a chicas compradas». Así, uno de los personajes de las Adelfas exclama:

«…Nuestra ciudad rebosa de pobres chicos a los que la naturaleza obliga duramente, que se perderían por caminos nefastos: para ellos, has comprado, y después instalado en diversos lugares, a chicas muy bien equipadas y dispuestas. (...) Precio: un óbolo; ¡permíteles hacer! ¡Nada de cursilerías! Las tendrás por tu dinero, como tú quieras y de la manera que tú quieras (...)».

Como subraya el personaje y sin mayor ánimo de imaginar algún comentario extravagante, los prostíbulos solonianos resultan significativos a la hora de aportar satisfacción sexual accesible. Existen numerosas alusiones al precio de un óbolo para las prostitutas menos costosas, sin duda para lo que hoy se consideraría las prestaciones más simples o básicas. Incluso Solón habría erigido, gracias al impuesto sobre los prostíbulos, un templo a Afrodita Pandemos, literalmente Afrodita «de todo el pueblo». Parece bastante claro, pues, que los atenienses consideraban la prostitución como un componente sustancial, casi nativo, de la democracia.

 Y aquí detengo esta disertación calcada a pulso, pues ya iba a pasar a hablar de los agitados y nervudos ritos de los Troyanos y espartanos respectivamente, y a embarcarme en la explicación de porqué al parecer no..., pero me voy por las ramas. Argumento de economía. Basta de clasicismos, es hora de apartar a un margen más sensato la acumulativa y docta presencia de la Wikipedia, (del griego Βικιπαίδεια)¡? Pasemos más bien a hablar de los norteamericanos, y por qué no, si todavía se bromea en ciertos cafetines de orgánica oriundez sobre los deslices de aquellas legiones de la CIA que... Bueno, basta de chismes. Concretamente hablando, la pujanza del pueblo de las barras y las estrellas y moderno tremedal de culturas forcejeantes, en su búsqueda perpetua de encumbrar a lo que dios manda, las inflamadas despensas que sus apasionados padres fundadores sudaron siglos atrás. Su profunda comprensión que fundó y fecundó buena parte del mundo preposmoderno, llevado de la mano por la revista para hombres más glamorosa de la historia, según su propio fundador, permitió que aquellos pioneros, impregnados con tan insondable conocimiento, vislumbraran el potencial de la sexualidad en un concepto de bolsillo, o más bien de ático, cochera o espontáneamente fatigado entre el colchón.


Bastaba con extender el principio de la flexibilidad de las superficies para irrumpir en un orbe de fantasía, ironías aparte, consumadamente inadvertido, una habilidad heredada de aquellos tiempos en que unos cuantos míseros folletines escandalizados de tres o cuatro augurios y dos o tres cándidos apetitos, salpimentaban la ruda existencia de esos hieráticos y comedidos paladines, lanza en ristre contra el nuevo continente, subsidiarios a fuerza de tesón, a una manumisión desflorada a palo seco por la imposición, a filo de hacha, del bizarro espíritu puritano, el cual de cuando en cuando retortija visiblemente sus entrañas, mucho más que el encogimiento o desplome de su intrépida economía. Inusitadas eidexégesis de la Historia. La vivacidad de un comedimiento tan altruista parece tornar algunas trazas de temeridad, con el tiempo y la distancia, en leves cenizas para un delicado esparcimiento. De tal suerte, emergen en el panorama inmediato ciertas expresiones eufemísticas, cuyos senderos se irrumpen de formas todo menos ortodoxas, es decir, más allá del escozor moral, en la destilación de horizontes tan exóticos como intrínsecos. He a continuación un ejemplo de ello.

“Si se expresa la noción rudimentaria de economía sumergida en función del PIB, una disminución de éste genera un aumento automático de la economía sumergida, de inmediato y viceversa” ...Un panorama financiero complicado, si se lo contempla seriamente: implosión de ingresos y explosión del gasto. Y suele suceder que ante los panoramas financieros complicados, por lo general no se pregunta de dónde viene el dinero. Cuestión de valores de interpretación. Malestar aparte, la llamada prostitución voluntaria se considera una “actividad económica” que se convulsiona en zonas que no se encuentran contempladas en los niveles de la iniciativa empresarial viable, y menos como dinámica de promoción laboral. Aunque la sociedad haya hecho magnos esfuerzos por legitimizar algunas formas de prostitución, por lo general relativas al pragmatismo de la conservación de los valores, un legado quizá escandinavo, bajo la fachada caravánica de las buenas costumbres y el papel central de la familia, una prostituta o un prostituto estándares, no tienen permitido tributar por los ingresos derivados de su oficio, ni mucho menos contribuir con ellos a las formas representativas de cotización vigentes, por más que ambicionen ser una parte productiva de la sociedad. Se encuentran, por decirlo de algún modo, irremisiblemente ligados a lo que se conoce como economía por asociacionismo, una vertiente marginal de la modulación accesoria de las riquezas foráneas.

Los norteamericanos son precisamente todo lo contrario a un ejemplo a seguir, especialmente en el momento que nos corresponde llamar su singular tiempo presente, tan lleno de incertidumbres y despropósitos a merced de renovados y aterradores vaticinios, provenientes de ninguna y cualquier parte, de un porvenir que ya no les pertenece, que ya no pueden empuñar con la vieja certeza de sus principios exaltados, su economía rimbombante, su eufórica simetría suburbana, su decadente cotidianidad apesadumbrada, sus inspirados destellos sintéticos, perdurables a costa de implantar lobregueces y esparcir la exuberante desolación de su truncada grandeza, aunque se esfuercen por aparentar las cualidades del superhombre, el guerrero, el patriota, el pilar de la sociedad; no obstante y gracias a que su historia nos permea las naguas con un viscoso rezumado de aquelarre santurrón, a lo largo de los siglos que abarcara la llamada edad temprana del ostracismo moderno, o algún viso por el estilo, nosotros mismos hemos agrandado nuestra colección de traumas a una despensa bilingüe, de tal suerte que, entre algunos ¡ah! Y ¡oh! de propagación cosmopolita, lingüísticamente hablando, y cuando su popularidad declina y se diluye en un nuevo amague de postrimería prematura, una contemporaneidad encolerizada presume su cetro con degustaciones impalpables, es decir, etéreas, mientras la política de la desconfianza perfila un nuevo rastrillar de garras, a ciegas y contra un monstruo informe, es decir, salvajista, así el estatus de ansiedad que gobierna los derroteros regulares de la didáctica de las bacanales indica que, si bien debe haber esperanza, no parece haber adarga que nos libre de proliferar en la destrucción, y con ello un baldón de etcéteras profuso y perverso para quien se encuentre bajo su sombra.

Hay muchas formas de escudarse en argumentos de todo tipo. Norteamérica es para muchos norteamericanos la tierra de los magnates, cuya perspectiva no trasciende lo que hay más allá de los océanos, aunque ahora el mundo esté en todas partes. Es entendible, su esplendor empezó cuando Europa estaba en ruinas, su revolución industrial reemplazó la mano de obra esclavizada o de esclavos, aunque para ello se emplearon las técnicas de “sistematización laboral” de manufactura nazi. Según se especula, el gran cambio que envolvió y dividió al país en una guerra fratricida, no ocurrió sólo por los puros excedentes enfrentados a la manutención, según el informe oficial. Quizá el sur fuera renuente por su retorcida filiación a un sentido de inferioridad intolerable, pues los estadounidenses saben odiarse entre sí con mucho entusiasmo, y tal vez por ello, al enfrentar nuevos enemigos que no pueden aplastar, han aprendido como disimularlo. La desconfianza en un gobierno que se inmiscuye en la vida privada los ha hecho propensos al aislamiento simbólico, la cultura de base pop y el mass entertainment. Salvo que a diferencia de la prohibición, este material, incalculable y estrechamente embrollado, se encuentra a disposición en cualquier momento y lugar, y, si no representa amenaza, bajo cualquier circunstancia.

Su bohemia, antes de la resaca que marcó la brecha entre un antes y un después, la cual muy pocos habrán olvidado tanto si lo presenciaron como si no, fue una era postindustrial, aturdida y decadente, regida por trafagadores altibajos y, si se me permitiera una circunscripción de bajo espectro, entertainmentesca. Hay que reconocerlo, para una fracción de doscientos cincuenta años o un poco más, de una cultura francmasónica y un tremendo historial de fraudes y complots que más parece, a veces, un burdel real del siglo XIV o algo por el estilo, han sabido cumplir con el principio de vivir rápido e irse ardiendo. Mejor eso que enfrentar sin alivio las reprimendas de una revisión censuradora, aunque sea falsa. Se dice, a manera de chisme, que Lincoln quiso abolir la esclavitud para que proliferaran los burdeles, que era una de sus más secretas ilusiones, etc. Pero también se ha dicho de buen frintein que se comunicaba con algunos alienígenas, de ideología armonizada notablemente con los principios de cierta entidad secreta. Por estos lares de la cohorte que lleva invertida la etc. –Averiguar, sonsos-! Pero patrañas aparte, su propio primer despunte fue brutal, incontables violaciones a las culturas que, de cualquier modo, habían decidido borrar en un holocausto que algunos dicen no termina, o no acaba de terminar, para ser consecuentes con los ímpetus ventilados. Luego del famoso encuentro del ave fría –lejos de una grandeza espiritual, lo único que les quedaba era la “dignidad” de no ser exterminados, por lo que se pusieron ellos mismos a exterminar. Se sigue dando gracias hasta ahora.

Los casos documentados y reportados en los informes sobre abusos sexuales en EE. UU. por la FF. AA. indican que su ejército es responsable los hechos por los cuales existe la mayor cantidad de denuncias sobre, como no, intolerancia y autoritarismo, pero también trata ilegal de personas, especialmente de comportamentalidad femenina, y entre los delitos más frecuentes y significativos, cohesión para prostituir y prostituirse. La mejor prueba de su asiduidad a cuantos sitios y lugares clandestinos se ahuequen por doquier idóneo zigzagueo del relieve urbano, o donde se encuentren, la cartografía puede ser inabarcable, depósitos y depósitos de especulativos anagramas y laberínticas exploraciones en un delicado equilibrio dominante. Cuan trajinados y desvaídos, predicando un atrabiliario manifiesto de respuestas sin preguntas, y sin embargo, han apoyado la Ciencia. ¿Cómo se explica eso? Los aficionados a las teorías conspirativas especularíamos, quizás, con desequilibrios léxicos y una retahíla de afirmaciones sociologistas; diríamos, por ejemplo, no es que hayan apoyado la Ciencia, se han apoyado en ella y, a riesgo de chiste, se la han apoyado, nosecuantas veces y con athlética celeridad, quien sabe, quizá hasta pueda atribuírseles el vago concepto de una nueva fórmula de decadencia, una que se regodea en la crapulencia de sus tecnicismos omnímodos tipo “El Gobierno Tiene La Razón” y entes de ese estilo.


Un declive autoritario de ingentes ultranzas y de sutiles mediocridades. Llamémosle, ya que estamos en tan buenas migas diplomáticas, omisiones de buena fe, sin embargo nunca se olviden que hay que aprender a arroparse con el manto de la confianza que poseen las grandes mentalidades de corte estadista y vandaloempresarialista. Pero este no pretende ser un texto tipo blog del juicio, se trata de un disparate diferente aunque tenga una semblanza semejante. De vez en cuando la jurisdicción de los símbolos resulta ineludible, es cuando tomas o no la decisión de arriesgarte y esperas que no se te interprete trágicamente sino en el tono amable en que se departe una íntima y trapicheada amistad. Amistades de ese calibre con mucha frecuencia se encuentran sólo donde rezuma el fragor del sexo consentido, que sin embargo se encuentra enmarañado en el lujo, a veces extravagante, de poseer la atención de alguien por un par de horas. Y dado que mi trabajo es imaginar y no juzgar, dejad que la imaginación juguetee a sus anchas por algunos minutos, siquiera, antes de hacer el primer contacto visual con quien sea que se encuentre a vuestro lado.




DROGAS, SEXO Y ROC AND ROLL


Viene de LA ECONOMÍA SUMERGIDA

Bastaba con extender el principio de la flexibilidad de las superficies para irrumpir en un orbe de fantasía, ironías aparte, consumadamente inadvertido, una habilidad heredada de aquellos tiempos en que unos cuantos míseros folletines escandalizados de tres o cuatro augurios y dos o tres cándidos apetitos, salpimentaban la ruda existencia de esos hieráticos y comedidos paladines, lanza en ristre contra el nuevo continente, subsidiarios a fuerza de tesón, a una manumisión desflorada a palo seco por la imposición, a filo de hacha, del bizarro espíritu puritano, el cual de cuando en cuando retortija visiblemente sus entrañas, mucho más que el encogimiento o desplome de su intrépida economía. Inusitadas eidexégesis de la Historia. La vivacidad de un comedimiento tan altruista parece tornar algunas trazas de temeridad, con el tiempo y la distancia, en leves cenizas para un delicado esparcimiento. De tal suerte, emergen en el panorama inmediato ciertas expresiones eufemísticas, cuyos senderos se irrumpen de formas todo menos ortodoxas, es decir, más allá del escozor moral, en la destilación de horizontes tan exóticos como intrínsecos. He a continuación un ejemplo de ello.

“Si se expresa la noción rudimentaria de economía sumergida en función del PIB, una disminución de éste genera un aumento automático de la economía sumergida, de inmediato y viceversa” ...Un panorama financiero complicado, si se lo contempla seriamente: implosión de ingresos y explosión del gasto. Y suele suceder que ante los panoramas financieros complicados, por lo general no se pregunta de dónde viene el dinero. Cuestión de valores de interpretación. Malestar aparte, la llamada prostitución voluntaria se considera una “actividad económica” que se convulsiona en zonas que no se encuentran contempladas en los niveles de la iniciativa empresarial viable, y menos como dinámica de promoción laboral. Aunque la sociedad haya hecho magnos esfuerzos por legitimizar algunas formas de prostitución, por lo general relativas al pragmatismo de la conservación de los valores, un legado quizá escandinavo, bajo la fachada caravánica de las buenas costumbres y el papel central de la familia, una prostituta o un prostituto estándares, no tienen permitido tributar por los ingresos derivados de su oficio, ni mucho menos contribuir con ellos a las formas representativas de cotización vigentes, por más que ambicionen ser una parte productiva de la sociedad. Se encuentran, por decirlo de algún modo, irremisiblemente ligados a lo que se conoce como economía por asociacionismo, una vertiente marginal de la modulación accesoria de las riquezas foráneas.

Los norteamericanos son precisamente todo lo contrario a un ejemplo a seguir, especialmente en el momento que nos corresponde llamar su singular tiempo presente, tan lleno de incertidumbres y despropósitos a merced de renovados y aterradores vaticinios, provenientes de ninguna y cualquier parte, de un porvenir que ya no les pertenece, que ya no pueden empuñar con la vieja certeza de sus principios exaltados, su economía rimbombante, su eufórica simetría suburbana, su decadente cotidianidad apesadumbrada, sus inspirados destellos sintéticos, perdurables a costa de implantar lobregueces y esparcir la exuberante desolación de su truncada grandeza, aunque se esfuercen por aparentar las cualidades del superhombre, el guerrero, el patriota, el pilar de la sociedad; no obstante y gracias a que su historia nos permea las naguas con un viscoso rezumado de aquelarre santurrón, a lo largo de los siglos que abarcara la llamada edad temprana del ostracismo moderno, o algún viso por el estilo, nosotros mismos hemos agrandado nuestra colección de traumas a una despensa bilingüe, de tal suerte que, entre algunos ¡ah! Y ¡oh! de propagación cosmopolita, lingüísticamente hablando, y cuando su popularidad declina y se diluye en un nuevo amague de postrimería prematura, una contemporaneidad encolerizada presume su cetro con degustaciones impalpables, es decir, etéreas, mientras la política de la desconfianza perfila un nuevo rastrillar de garras, a ciegas y contra un monstruo informe, es decir, salvajista, así el estatus de ansiedad que gobierna los derroteros regulares de la didáctica de las bacanales indica que, si bien debe haber esperanza, no parece haber adarga que nos libre de proliferar en la destrucción, y con ello un baldón de etcéteras profuso y perverso para quien se encuentre bajo su sombra.

Hay muchas formas de escudarse en argumentos de todo tipo. Norteamérica es para muchos norteamericanos la tierra de los magnates, cuya perspectiva no trasciende lo que hay más allá de los océanos, aunque ahora el mundo esté en todas partes. Es entendible, su esplendor empezó cuando Europa estaba en ruinas, su revolución industrial reemplazó la mano de obra esclavizada o de esclavos, aunque para ello se emplearon las técnicas de “sistematización laboral” de manufactura nazi. Según se especula, el gran cambio que envolvió y dividió al país en una guerra fratricida, no ocurrió sólo por los puros excedentes enfrentados a la manutención, según el informe oficial. Quizá el sur fuera renuente por su retorcida filiación a un sentido de inferioridad intolerable, pues los estadounidenses saben odiarse entre sí con mucho entusiasmo, y tal vez por ello, al enfrentar nuevos enemigos que no pueden aplastar, han aprendido como disimularlo. La desconfianza en un gobierno que se inmiscuye en la vida privada los ha hecho propensos al aislamiento simbólico, la cultura de base pop y el mass entertainment. Salvo que a diferencia de la prohibición, este material, incalculable y estrechamente embrollado, se encuentra a disposición en cualquier momento y lugar, y, si no representa amenaza, bajo cualquier circunstancia.

Su bohemia, antes de la resaca que marcó la brecha entre un antes y un después, la cual muy pocos habrán olvidado tanto si lo presenciaron como si no, fue una era postindustrial, aturdida y decadente, regida por trafagadores altibajos y, si se me permitiera una circunscripción de bajo espectro, entertainmentesca. Hay que reconocerlo, para una fracción de doscientos cincuenta años o un poco más, de una cultura francmasónica y un tremendo historial de fraudes y complots que más parece, a veces, un burdel real del siglo XIV o algo por el estilo, han sabido cumplir con el principio de vivir rápido e irse ardiendo. Mejor eso que enfrentar sin alivio las reprimendas de una revisión censuradora, aunque sea falsa. Se dice, a manera de chisme, que Lincoln quiso abolir la esclavitud para que proliferaran los burdeles, que era una de sus más secretas ilusiones, etc. Pero también se ha dicho de buen frintein que se comunicaba con algunos alienígenas, de ideología armonizada notablemente con los principios de cierta entidad secreta. Por estos lares de la cohorte que lleva invertida la etc. –Averiguar, sonsos-! Pero patrañas aparte, su propio primer despunte fue brutal, incontables violaciones a las culturas que, de cualquier modo, habían decidido borrar en un holocausto que algunos dicen no termina, o no acaba de terminar, para ser consecuentes con los ímpetus ventilados. Luego del famoso encuentro del ave fría –lejos de una grandeza espiritual, lo único que les quedaba era la “dignidad” de no ser exterminados, por lo que se pusieron ellos mismos a exterminar. Se sigue dando gracias hasta ahora.

Los casos documentados y reportados en los informes sobre abusos sexuales en EE. UU. por la FF. AA. indican que su ejército es responsable los hechos por los cuales existe la mayor cantidad de denuncias sobre, como no, intolerancia y autoritarismo, pero también trata ilegal de personas, especialmente de comportamentalidad femenina, y entre los delitos más frecuentes y significativos, cohesión para prostituir y prostituirse. La mejor prueba de su asiduidad a cuantos sitios y lugares clandestinos se ahuequen por doquier idóneo zigzagueo del relieve urbano, o donde se encuentren, la cartografía puede ser inabarcable, depósitos y depósitos de especulativos anagramas y laberínticas exploraciones en un delicado equilibrio dominante. Cuan trajinados y desvaídos, predicando un atrabiliario manifiesto de respuestas sin preguntas, y sin embargo, han apoyado la Ciencia. ¿Cómo se explica eso? Los aficionados a las teorías conspirativas especularíamos, quizás, con desequilibrios léxicos y una retahíla de afirmaciones sociologistas; diríamos, por ejemplo, no es que hayan apoyado la Ciencia, se han apoyado en ella y, a riesgo de chiste, se la han apoyado, nosecuantas veces y con athlética celeridad, quien sabe, quizá hasta pueda atribuírseles el vago concepto de una nueva fórmula de decadencia, una que se regodea en la crapulencia de sus tecnicismos omnímodos tipo “El Gobierno Tiene La Razón” y entes de ese estilo.

Un declive autoritario de ingentes ultranzas  y de sutiles mediocridades. Llamémosle, ya que estamos en tan buenas migas diplomáticas, omisiones de buena fe, sin embargo nunca se olviden que hay que aprender a arroparse con el manto de la confianza que poseen las grandes mentalidades de corte estadista y vandaloempresarialista. Pero este no pretende ser un texto tipo blog del juicio, se trata de un disparate diferente aunque tenga una semblanza semejante. De vez en cuando la jurisdicción de los símbolos resulta ineludible, es cuando tomas o no la decisión de arriesgarte y esperas que no se te interprete trágicamente sino en el tono amable en que se departe una íntima y trapicheada amistad. Amistades de ese calibre con mucha frecuencia se encuentran sólo donde rezuma el fragor del sexo consentido, que sin embargo se encuentra enmarañado en el lujo, a veces extravagante, de poseer la atención de alguien por un par de horas. Y dado que mi trabajo es imaginar y no juzgar, dejad que la imaginación juguetee a sus anchas por algunos minutos, siquiera, antes de hacer el primer contacto visual con quien sea que se encuentre a vuestro lado.


LA ECONOMÍA SUMERGIDA


viene de : CON BASE EN EL ORIGINAL

Nota de lectura: En algunos tramos de esta especie de pseudoadmonición tipo recodo a la deriva, se aglomeran ciertos despojos cauterizados de un corpus más o menos amplio, en general de dominio público, su advenimiento en este caso podría resultar discutible, incluso más allá del escrúpulo académico.


Se nos ha dicho que lo que hace la vida interesante es el conflicto, que los inconvenientes y el cómo los resolvemos o salimos de ellos es lo que realmente importa, que las magnitudes de nuestras problemáticas establecen las dimensiones a las que podemos y debemos aspirar, que nuestros sacrificios o lo que podría llamarse el calibre de nuestra persistente devoción a mejorar, ya se trate de fenómenos trascendentes o no, sobrellevan el prestigio de una especie distinguida en términos generales por el designio de la reflexión, aplicada o no, y que a ello se debe sacrificar incluso la vida misma si resulta necesario. Pero ¿qué es realmente lo que se enuncia en un postulado de esta naturaleza, tan sutilmente radical y plausiblemente ideológica? ¿Quizá que lo que lo que más importa en la vida es el respeto a lo que se nos ha dicho? Seguramente que no; pero ¿y si la adhesión social se simplificara en un si hubiera más armonía en el mundo, en el sentido de una aquiescencia solidaria, seríamos más felices? Voy a tantear el resbaladizo asunto, que acaba de aparecer aquí como sacado de la manga, desde otro ángulo, uno que me permita trenzar una admisible ilusión de coherencia. Ahí va.

¿Qué pasaría en el mundo si hubiera más armonía? En la actualidad el mundo civilizado tiene en la democracia un concepto de gobierno extendido y adaptable, que por otro lado casi no se practica por múltiples razones de orden y euritmia casi inexplicable, y que no entraré a debatir, esquivando así el riesgo de entramparme en una disertación infinita. Sin embargo dicho concepto propugna ese tipo de valores que se suelen conceder al expresar la pertinencia que se afilia, principalmente, a las nociones de orden político, de competencia cooperativa, entre las cuales se anteponen ciertos rudimentos que podrían parecer insólitos al día de hoy, tales como la fraternidad, la conciliación y la ineludible correspondencia entre derechos y deberes... A pesar de rehuir las posibles conveniencias o no de una dialéctica irreflexiva, en el presente sumario intentaré articular, sin demasiadas negligencias, eso espero, la insuficiencia de mi discernimiento sobre asuntos tan ajenos a mi específica cultura, junto con el deseo de aprovechar la tradición de casi una centuria de eufemismos para los comportamientos desmedidos, y exponer, por el sinuoso camino de la mnemotecnia, entre otras, la necesidad de legalizar y profesionalizar uno de los servicios de corte recíproco que se encuentra más descuidado, y no me refiero al régimen mediante el cual intentamos justificar cualquier sistema de gobierno.

Si de manera utilitaria definimos la felicidad con un poco de pericia permisiva, resulta admisible que si bien parece provenir, al igual que el resto de los afectos conceptuales que se nos traducen en forma de emoción, de algún área del cerebro donde las ilusiones dominan, y de una forma tal que su manifestación bordea los dominios que concebimos como realidades, podemos asimilar que la felicidad depende, para sobrevivir con dignidad, de una buena medida de tolerancia, concordante o compatible con los sistemas de organización que nos han tocado en suerte; una especie de modulación de la sociedad en un sentido grato, complaciente, conciliador, inofensivo, es decir, eutópico. Y puesto que más tolerancia no significa necesariamente menor deferencia o disposición de conflictos, pues los conflictos, como ya se ha dicho, crean el entramado de interesancias que vuelve la vida, más que un algo fascinante, un algo excepcional, puede llamarse a este tipo de tolerancia una especie de armonía, una sutil armonía habitable. Aunque como casi siempre ocurre, la inflexión directa parece funcionar cuando menos en reversa.


Pero la armonía es un asunto más bien complicado para los seres humanos, depende de lo que puede calificarse como un temperamento social, que suele estar más acorde con cierto tipo de conflictos. Demasiadas asperezas hacen cola por su cuota de satisfacción, entre ellas el campo de lo privado, la dimensión de lo personal, por decirlo de algún modo, una superficie tan cargada de optimismo como de fastidio por no decir más. Una de aquellas franjas de soslayada reserva gravita alrededor de lo que se puede hacer o no con el propio pellejo, no necesariamente con lo que se está, por alguna u otra razón, obligado a hacer. Tan particular cuestión podría manifestar agudezas desaconsejadas, incluso invasivas en el terreno de lo privado, pero nada que no sea menester tratar en algún momento. Para acoger de la manera menos inoportuna las un tanto irrisorias dos vertientes introspectivas que parecen surgir de este arroyo legamoso, se me ocurre mencionar, como si de un al vuelo se tratara, sólo uno de los aspectos unificadores que caracteriza una pequeña, pero distintiva e importante parte del itinerario correspondiente a nuestra trayectoria compartida.

Tras una tentativa circunspecta convengo en que se podría describir más o menos como se lo expresa en los círculos medianamente especializados: la dúctil oferta del oficio de acompañamiento esporádico lúdico y esparcivo más antiguo de que se tenga registro, es decir, contextualizando un poco, que tratará del “asunto” de la legalización de las actividades sexuales realizadas mediando, de manera más o menos improvisada, convenios bursátiles inmediatos, una práctica conocida como prostitución. Ahora bien, en términos de análisis bursátiles, parece no ser posible analizar datos oficiales sobre el volumen de dicha economía mercenaria, pues no existen, más allá de un sinnúmero de aproximaciones y estimaciones por parte de distintos colectivos, vinculados a diversos tipos de reivindicación, prevención o defensa de los variopintos y concurrentes estilos de vida asociados a la práctica, discernimiento y rutinas partidarias de los panoramas sexuales en oferta, por decirlo de algún modo. Y ello ocurre impunemente bajo la mirada impertérrita de la sociedad, acostumbrada a los agobios cotidianos de los monopolios.

Tal vez haga falta advertir que una opinión semejante puede ser señalada de insustancial, cuando menos, pero entre los ejercicios de revisión fiscal que se asumen en Colombia, demás está decir por estos días, demás también citar operaciones análogas en todo el orbe, es quizás el momento de recapitular un poco y poner a cuestionamiento, dado el enorme déficit presupuestal al que se enfrenta el mundo, la viabilidad -o el conflicto- de gravar aquellas actividades que, por un lado, gozan de una tributación nula y por otro padecen del más abnegado desprestigio, bien por encontrarse en una alegalidad obvia como puede ser la prostitución, bien por ser ilegales dentro de ciertas facetas, como puede ser el tráfico de drogas blandas, hachís y marihuana, por reiterado ejemplo, que, dependiendo donde nos encontremos, se considera delito si bien no así su consumo, o no del todo, o a lo mejor me equivoque, tal es el clima de mi actualidad sobre el desconcierto mediático que alcanzo a detectar, a través de la displicencia des-informativa que, desde luego, no sólo concurre a mi alrededor.


...DESPOJOS CAUTERIZADOS

: CON BASE EN EL ORIGINAL



Nota aclaratoria: Siguiendo un hilo más bien perezoso en el tratamiento de los temas que se encuentran en cuestión, he utilizado en mi favor las actuales circunstancias hipermediáticas de la comunicación y del lenguaje. En ellas los averiguamientos para suministrarme la información y las referencias, basadas en las cuales auguro sobre las diversas singularidades mencionadas, y que del mismo modo desconozco, se fundamenta básicamente en una juiciosa y subrepticia plagialidad del estado del arte.


DISPERSIONES

Hace relativamente poco tiempo, apenas el fértil asomo de un castañeo subconsciente, pude ver -con escueta diferencia podría decir “contemplar”-, cómo asomaba de su casi inadvertido sueño de décadas, uno de los proyectos más significativos para mi efímera percepción de la existencia, lo cual no resulta demasiado importante de no ser porque, con presunción de objetividad, no debo ser el único... Me refiero al remake de Cosmos, uno de tantos a decir verdad, y que suspicazmente pretende ser una de las reminiscencias más memorables de aquél grato bosquejo de Ciencia aplicada, cargado de pertinencias documentales según lo que recuerdo. Si bien me pareció que se manifiesta algún traspiés de más para mi gusto excesivamente escrupuloso, quizás ineludible en la aligerada dinámica contemporánea, aquello bastó lo suficiente como para revivir casi a flor de piel mi trivial curiosidad, todavía precipitosa, por los fantásticos y espinosos recuentos de un trasiego apretujado de sombras inefables y no pocos relámpagos de confusión, lo que algunos estaríamos dispuestos a llamar de buen agrado y con una sencilla disposición de ánimo: la Historia. En la breve tormenta del intelecto que nos compete, se agita el eco de un grato o quizás ingrato recordatorio, el de un pasado compartido que habría que conocer.


Hasta donde se piensa que podemos deducir y dentro de lo que se puede definir como existencia, ocurren fenómenos de naturaleza extremadamente singular, que con el transcurso del tiempo y los refinamientos idiomáticos hemos llegado a llamar cognitivos -además de usar otros términos, astutos de nosotros-, los cuales nos permiten interpretar los asuntos que por una u otra razón nos llaman la atención. Lo interesante de este aspecto del mundo humano, o una de sus interesancias, es que la conjugación de sus componentes resulta susceptible de ser organizada, hasta cierto punto, al menos en la dimensión abstracta y hoy casi rezagada del pensamiento aristotélico. Pero también resulta importante porque involucra los límites, intuidos más como horizontes que como fronteras, de las capacidades didácticas de que disponemos para entenderlo todo. Supongo que no tenerle miedo a buscar las respuestas no es lo mismo a no tenerle miedo a la posibilidad de encontrarlas. Imagino sin mayores dificultades, que lo último está relacionado de forma más directa con las estructuras de soporte especulativo que conocemos con el nombre de Ciencia.


La Ciencia nos involucra a todos en la medida en que es el compendio organizado de los intereses que presentan una dimensión común. Una de las ideas que se expresan en el proyecto de Carl Sagan -para no perder la insinuación de una vaga idea esbozada en el primer párrafo-, infiere que los moldes de la vida estarían, en teoría, por todas partes y que, eventualmente, se ocasionarían fácilmente, aunque no podamos entender todavía cómo lo hacen, ni siquiera en nuestro propio ambiente. Pero algo que sí sabemos es que, salvo raras excepciones, también se deshacen con relativa facilidad. Los organismos encuentran su forma de sobrevivir atrapando en sus sistemas la energía que precisan, lo hacen de manera autónoma y a veces por medios tan primarios como sorprendentes. Algunos organismos simplemente cosechan luz, de manera directa, convirtiéndose en el soporte de la vida, donde esta depende de ella; otros organismos entre los que se encuentra nuestra especie son complejamente parásitos de los primeros. Este simple enunciado me lleva a intentar explorar, en cuanto me percato de la posibilidad, algún que otro tramo de la complejidad que nos habita. No obstante, basta con que uno se interese por algún tramo para que se disperse la potencia intuitiva que procede de nuestras contradicciones. Tenemos tendencia al protagonismo.


Sin embargo dicha complejidad habitacular, al menos en la extensión no ignorada de “nuestro” planeta, no hubiera sido posible si no hubieran existido los asombrosos entramados entre las naturalezas física y química de los elementos primigenios. Ahora bien, que existan unos elementos primigenios parece tener una relación especial con un alter-entramado rubicundo, un tanto externo a nuestra percepción de la cotidianidad. Sin embargo –y este segundo sin embargo promete alargar de manera superflua la extensión de este comentario-, parece que no hay nada en nuestra vida que tenga mayores consecuencias cotidianas si terciamos por allí. Una especie de adagio adoptado, a última hora y a regañadientes por la Sicología aplicada de finales del siglo XX, que acrecentó su perspicacia en los sumideros novecénticos de una Antropología de lo inefable, enuncia, exagerando un poco, que reverenciar al sol y a las estrellas tiene al menos un sentido, ya que al fin y al cabo somos su producto indirecto. A pesar de que esa es una idea que alcanza a ser revolucionaria, al interior de la catarsis duelada que abarca nuestro tortuoso aprendizaje colectivo, si se puede llamar así, se ha admitido de manera más o menos generalizada, que las respuestas a los porqués pueden y suelen tener más de una explicación convincente, dependiendo consecuentemente de los intereses implícitos de la cultura dominante y de los grados de fe implícitos.


Como se sabe o se especula con mayor o menor suspicacia, para algunas culturas y quizá la nuestra deba incluirse, la verdad puede no ser otra cosa que una alucinación muy bien argumentada, o acaso (para otras culturas) la réplica pasiva de una ignorancia muy bien administrada. Intentar conjurar los muchos siglos de ostracismo dialógico ha sido, en algunos casos venturosamente contrariados, el propósito de algunos sistemas explicativos del mundo. A lo largo y ancho de nuestra fugaz historia registrada, las diversas ideologías, similares en vastos sentidos a lo que llamamos Ciencia, han competido encarnizadamente por obtener el dudoso monopolio sobre los derechos de verdad, y cualquier aspecto que les facilite lo que podríamos llamar una verosimilitud estructural de sus planteamientos. Se trata de un material que resulta susceptible de convertirse en trasfondo enajenado de la intolerancia, en un elemento de cohesión que en algunos casos puede ser utilizado con el propósito de excluir. Hay que reconocerlo, nuestra forma poética de plantearnos el mundo ha probado tener abundantes puntos de convergencia con destacables mecanismos de meticulosidad. Tal vez ahora –un simple ahora sempiterno en nuestra humilde escala existencial- nos encontremos develando, a la manera en que los renacentistas andaban descubriendo los mediterráneos pensamientos hoy llamados clásicos, las potentes cargas de verdad en afirmaciones y sistemas de creencias que en una época, más bien reciente, todavía solían ser consideradas parafraseos balbucientes de incidental relevancia, cuando no descarados anatemas al orden establecido.


Como si dado el momento, pudiéramos hacer a un lado los argumentos desdeñosos que ponen en primer plano las cargas místicas de aquellas cosmovisiones y, en seguida, en vez de despreciarlas categóricamente, como si de planteamientos filosofístcos –y por lo tanto desautorizados- se tratara, aspirar a una lectura semejante, o limítrofe, con la que pudieron pretender quienes las construyeron; llevados a suponer que tal vez ello nos permitiría establecer y patrocinar el interés crítico, tanto a favor como en contra, de las tendencias de ciertos sistemas de dimensión exclusivamente política, cuya participación en la historia sólo es entendida, por lo general en términos autorizados, cuando deslumbran por su ausencia en pleno mediodía los más mínimos matices indulgentes, en el a veces forzoso batir de alas de la clarividencia gubernativa, a partir del deseo de homogeneizar y contener el pensamiento en una sola manera de interpretar. Y ahora que ya hemos entrado en calor, me gustaría imprecar con unos cuantos párrafos propensos al desentusiasmo, una vieja y repentina visión de lo que tal vez somos, y que me ha venido a la mente, como la húmeda envergadura de una temática esquiva. La titularé sin mayores sentimentalismos: