La condición

La condición

miércoles, 29 de octubre de 2014

Confeccionario number one



El arte de la suplantación

Intérpretes e interlocutores integran una especie de composición, frecuentemente expresada bajo la identidad de un pacto, un ensamble si se quiere, y cuyo desdoblamiento se aproxima a un estado de vivificación, por lo cual dicho pacto no está exento de patologías, es decir, hay que investigar, no basta con ser curioso. A veces se comete una que otra impetuosidad; la de ofrecer aquello que se infiere mediante la expectación suele ser más que frecuente, y eso, tal vez, estorba un poco la expresión de los personajes, una sobrecarga que quizá no deba llevar el intérprete, aunque sea un rasgo del personaje, y que remite casi sin falta a “lo que se espera de la interpretación”.

Los personajes son sustancia, por eso hay que estrujar y escurrir sus maneras de ser hasta dar con alguna gota de auténtica complicación, dirían los dramaturgos, un área de expresión dramática, a mí me gusta más un volumen de expresión dramática, en todo caso un rastro de vitalidad, un rezumado de temperamento, algo parecido a la usurpación de la identidad, hay que considerar que no siempre se puede suplantar a cualquiera, si el personaje no es cualquiera, mejor no meterse con él hasta que el ánimo esté dispuesto a soportar cierta dosis de menosprecio, pues el personaje no se debe dar cuenta que ha sido suplantado, debe creer que es sí mismo, que por alguna razón se encuentra misteriosa y fantásticamente donde se encuentra.

Los intérpretes también son seres de hábitos, es difícil escaparse. No sé cómo lo entiendan ustedes, pero cualquier estado de flujo presenta su propia dificultad, también cualquier identidad, máxime dos, o tres. ¿Por qué existe la tendencia a elegir los ejercicios más rudos como primera opción? Quizá sea porque, esporádicamente, se piensa que actuar requiere de cierto ímpetu. Y eso es cierto, es el inicio, no necesariamente el trayecto entero. Es válido decir que los traumas se recuerdan siempre y que por ello se vuelven recurrentes, es válido si se vuelve necesario exponer un paradigma. Sin embargo eso no expresa solamente que lo que se aprende, o experimenta, en su compañía, se fijará en un lugar correspondiente del pensamiento, también implica que lo que se aprende, lo que se descubre si se prefiere, es susceptible de volverse enigma, de enredar la pita que mueve la marioneta.

¿Cómo se desata la chispa que le da vida a un ser con el potencial para distinguirse de su fuente, a tal punto que puede entrar en la dimensión de la realidad y volverse un personaje entrañable para multitudes a través del tiempo? No lo sé, pero cuando se trata de personajes, siempre hay que tener la conciencia de que se está trabajando con algunas de las contribuciones más esquivas de la realidad, la invención. Se está, si se quiere, habitando otro ser, otro cuerpo, recorriendo su pasado en la memoria que, en ese momento, representa la representación; y la memoria, como todos saben, se reconstruye hacia atrás en el tiempo con cada nuevo recuerdo, así también la de los personajes.

Algunos intérpretes, algunos muchos, toman prestado el aliento de su personaje, pero esa es una visión similar a lo que para un científico sería emplear determinado método, es decir, un embuste para los medios. El preludio que se ansía, a veces con desbordada fruición, al conceder a un personaje la potestad de los sentidos, tejedores conspicuos de ilusiones y arrebatos, puede resultar peligroso, aunque no es frecuente, sí casi siempre complicado, lo cual está bien, pues cuando una de esas complicaciones se simplifica, sólo una basta, el impulso generado se convierte en una atmósfera, el deseo apasionado de descubrir el secreto mejor escondido de ese personaje, pues se le ha prestado el pellejo, le ha sido puesto a su disposición. Es un trato que parece justo, pero si se ha tomado esa ruta conviene no abusar, ya que se trata de un trayecto de violencia exuberante, sólo hay que aprender a negociar. En una buena negociación, todas las partes deben sentir que ganan algo significativo, si ocurre de otro modo, entonces se percibe el tufo de una estafa que, involuntaria o no, podría inducir a que se destruya el encanto.

Ese es otro asunto, todo personaje tiene su encanto... A veces este encanto se disfraza con otros encantos menores, pero, ya que somos seres de categorías, podemos confiar en que en algún momento privilegiaremos algo. Si este encanto se busca, conviene buscarlo también en las reacciones, esto quiere decir que a lo mejor habría que privilegiar los gestos, o la ausencia de ellos, por encima de las palabras. Así como para un intérprete resulta conveniente alimentarse o devorar las reacciones del interlocutor, para visualizar el personaje que se expresa, puede ser muy útil alimentarse de las reacciones del personaje para visualizar el actor, o la actriz, que se encarna. De cualquier forma la sentencia es la misma: no se fijen en el otro, fíjense en sí mismos, en el personaje si se quiere, a través del otro, a través de las reacciones de otro que, con el tiempo, la maña y mucha disciplina, puede ser perfectamente un personaje aparte, un personaje extracorpóreo, por así decirlo.

Volviendo a la noción, supremamente básica, de que a veces se comete la impetuosidad de ofrecer aquello que se infiere mediante la expectación, remitiéndose a “lo que se espera de una determinada confección dramática”, y que eso tal vez no deje suficiente rango de expresión etc., puede resultar válido para salir de un aprieto personal, como, digamos, salvar el ejercicio, pero un personaje, un character, para seguir la curva dominante, permite mucho más que salir de un aprieto personal, permite, cuando poco, sumergirse en un aprieto emocional, el de la producción de sensaciones. Al respecto se me ocurre que la improvisación, una de las arenas más húmedas, debe ser puesta en práctica como algo distinto a una cuestión de strikes, aunque sea común encontrar terminajos como pitch, scouting, casting y hasta dribbling, pero eso sólo en ciertos proyectos.

La improvisación es, trátese también como ocurrencia, una búsqueda de fango en el fango, de sensaciones aleatorias, y no obstante, la improvisación es algo que debe llevarse en el bolsillo más próximo. La pregunta es ¿por qué se quiere tragar tanto fango, es el sabor, la textura, los incómodos silencios que desmienten el silencio, las explosiones de júbilo, el resplandor de un quizá? Cubrir mentiras con mentiras no es precisamente mentir. Esta idea viene de la expresión: urdir intrigas con intrigas no alcanza para intrigar, sabio consejo de una de las baronesas de antaño, las que en su época distante fundaron la caballería. A fin de cuentas, los personajes que elaboren, los aprietos emocionales en los que se inmiscuyan, pueden prestar de muy buena gana la experiencia acumulada en sus ratos de juiciosa, apasionada si lo prefieren, existencia, cuando alguna situación les solicite o les exija un destino semejante, es decir, de origen concebido y no tan sólo consumado.