La condición

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jueves, 8 de marzo de 2012

LA IMPOSIBILIDAD EXPRESIVA DE LA PIEL

La inclinación sexual, ese gran tabú. En la vida social existen personajes imbuidos en esa perspectiva casi obligatoria de designar y designarse, me atrevería a decir que todos compartimos, de una u otra forma esa especie de naturaleza; pero no se trata de una clarividencia cultural, o de un condicionamiento del que no se pueda salir, como un destino o hado imbatible. Desde el simple hecho de llenar una forma, la designación sexual está presente, como una parte indiscernible del historial o de los antecedentes individuales; como una marca de expediente que restringe los conceptos modernos de la multiplicidad de horizontes, enfoques, inclinaciones y posibilidades de expresión o interpretación. Se trata del terreno de los significantes; sin embargo el sexo es una lectura envuelta en el misterio, pero sobre todo, y esto es lo malo o al menos así me lo parece, en el tabú.
Yo lo interpreto como esa incomodidad ante lo que no se cree poder manejar, una actitud que manifiesta los aspectos que no nos atrevemos a confesar de nuestra propia incertidumbre sapiencial. Se dice que los seres humanos necesitamos una cierta carga de coherencia, que nos permita desprender una plausible identidad con la cual establecer derroteros comportamentales adecuados. Sin intentar desarrollar ningún planteamiento respecto a cual podrían ser los comportamientos que pueden considerarse dentro del crisol de lo adecuado; quisiera mencionar, ya que no puedo citar a falta de un anclaje específico en los territorios de la memoria, una idea acerca de la concepción de lo cercano a la normalidad, al respecto. Un famoso consabido en temas de análisis del pensamiento alargó la siguiente conclusión: un hombre normal es aquel capaz de contar su propia historia.
La idea de que tenemos recuerdos, y que estos son una reminiscencia más o menos precisa, más o menos confiable de lo que aconteció, se deriva de allí; claro, pero otras cosas también, entre ellas la definición sexual, si es que puede hablarse de algo a veces tan abstracto. Bien, pues si aceptamos que el sexo es una lectura envuelta en el misterio, tendremos que curiosear también la idea de que esa lectura se construye a partir de ciertas formas de escritura, y que esa escritura es una especie de a propósito de las narraciones más íntimas de las que es capaz una persona. Si lo pensamos en serio, no hay nada más normal que contar la propia historia, con los medios más adecuados para tal fin, la poesía, la corporeidad, un poco de la fina delicadeza con que la piel se va haciendo carne y calor bajo los dedos y un poco más de esa traducción de dejarse habitar por esas pulsiones que sólo son universo de la dimensión íntima del ser humano.
Cada quien se las arregla o se las debería poder arreglar como guste y no como pueda en todo caso. Lo otro, las intolerancias, el recelo, la comidilla, la tortura, la exclusión, son rasgos evidentes de que algo no funciona bien en una sociedad, de que esa necesidad o curiosidad de contar en las propias palabras la voz de otra persona, se ha falseado o pervertido en un charco de decadencia que no debería pasar inadvertido y rodeado de las sombras de una cobardía hereditaria, que sólo nos ha servido para respaldar oscuros crímenes, como el de no aceptarse en principio. En la actualidad se masifica una herramienta con la que tal vez fantasearon los enciclopedistas, así que creo que podemos encontrar formas menos salvajes de lidiar con nuestra tendencia a la destrucción de lo que no nos gusta.
Sólo alcanzo a prever en el camino de este discurso una perezosa reflexión, pero cosas así surgen de la negligencia en que a veces se envuelven las figuras de autoridad o de obsequiosa autocracia, como se prefiera: Cuando la sociedad (quienes la dirigen más bien) no resulta capaz de contar su propia historia o no la tolera y comienza a imponerla y a inventarse roles todavía más inverosímiles, como aquellos imbuidos en esa perspectiva casi obligatoria de designar y designarse, lo que se pretende es alimentar un ciclo de violencia que unido al duro desencanto que provoca, deja una estela de vergüenza ante la real descomposición, traducida en grotescas mortificaciones que sólo tienen como justificación, la antigüedad de una ignorancia muy bien administrada.

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