El arte de
la suplantación
Intérpretes
e interlocutores integran una especie de composición, frecuentemente expresada
bajo la identidad de un pacto, un ensamble si se quiere, y cuyo desdoblamiento
se aproxima a un estado de vivificación, por lo cual dicho pacto no está exento
de patologías, es decir, hay que investigar, no basta con ser curioso. A veces
se comete una que otra impetuosidad; la de ofrecer aquello que se infiere mediante
la expectación suele ser más que frecuente, y eso, tal vez, estorba un poco la
expresión de los personajes, una sobrecarga que quizá no deba llevar el
intérprete, aunque sea un rasgo del personaje, y que remite casi sin falta a
“lo que se espera de la interpretación”.
Los personajes son sustancia, por
eso hay que estrujar y escurrir sus maneras de ser hasta dar con alguna gota de
auténtica complicación, dirían los dramaturgos, un área de expresión dramática,
a mí me gusta más un volumen de expresión dramática, en todo caso un rastro de
vitalidad, un rezumado de temperamento, algo parecido a la usurpación de la
identidad, hay que considerar que no siempre se puede suplantar a cualquiera,
si el personaje no es cualquiera, mejor no meterse con él hasta que el ánimo
esté dispuesto a soportar cierta dosis de menosprecio, pues el personaje no se
debe dar cuenta que ha sido suplantado, debe creer que es sí mismo, que por
alguna razón se encuentra misteriosa y fantásticamente donde se encuentra.
Los intérpretes también son seres
de hábitos, es difícil escaparse. No sé cómo lo entiendan ustedes, pero
cualquier estado de flujo presenta su propia dificultad, también cualquier
identidad, máxime dos, o tres. ¿Por qué existe la tendencia a elegir los
ejercicios más rudos como primera opción? Quizá sea porque, esporádicamente, se
piensa que actuar requiere de cierto ímpetu. Y eso es cierto, es el inicio, no
necesariamente el trayecto entero. Es válido decir que los traumas se recuerdan
siempre y que por ello se vuelven recurrentes, es válido si se vuelve necesario
exponer un paradigma. Sin embargo eso no expresa solamente que lo que se
aprende, o experimenta, en su compañía, se fijará en un lugar correspondiente
del pensamiento, también implica que lo que se aprende, lo que se descubre si
se prefiere, es susceptible de volverse enigma, de enredar la pita que mueve la
marioneta.
¿Cómo se desata la chispa que le da vida a un ser con el
potencial para distinguirse de su fuente, a tal punto que puede entrar en la
dimensión de la realidad y volverse un personaje entrañable para multitudes a
través del tiempo? No lo sé, pero cuando se trata de personajes, siempre hay
que tener la conciencia de que se está trabajando
con algunas de las contribuciones más esquivas de la realidad, la invención. Se
está, si se quiere, habitando otro ser, otro cuerpo, recorriendo su pasado en
la memoria que, en ese momento, representa la representación; y la memoria,
como todos saben, se reconstruye hacia atrás en el tiempo con cada nuevo
recuerdo, así también la de los personajes.
Algunos intérpretes, algunos
muchos, toman prestado el aliento de su personaje, pero esa es una visión
similar a lo que para un científico sería emplear determinado método, es decir,
un embuste para los medios. El preludio que se ansía, a veces con desbordada
fruición, al conceder a un personaje la potestad de los sentidos, tejedores conspicuos
de ilusiones y arrebatos, puede resultar peligroso, aunque no es frecuente, sí casi
siempre complicado, lo cual está bien, pues cuando una de esas complicaciones
se simplifica, sólo una basta, el impulso generado se convierte en una
atmósfera, el deseo apasionado de descubrir el secreto mejor escondido de ese
personaje, pues se le ha prestado el pellejo, le ha sido puesto a su
disposición. Es un trato que parece justo, pero si se ha tomado esa ruta conviene
no abusar, ya que se trata de un trayecto de violencia exuberante, sólo hay que
aprender a negociar. En una buena negociación, todas las partes deben sentir
que ganan algo significativo, si ocurre de otro modo, entonces se percibe el
tufo de una estafa que, involuntaria o no, podría inducir a que se destruya el
encanto.
Ese es otro asunto, todo personaje
tiene su encanto... A veces este encanto se disfraza con otros encantos
menores, pero, ya que somos seres de categorías, podemos confiar en que en
algún momento privilegiaremos algo. Si este encanto se busca, conviene buscarlo
también en las reacciones, esto quiere decir que a lo mejor habría que
privilegiar los gestos, o la ausencia de ellos, por encima de las palabras. Así
como para un intérprete resulta conveniente alimentarse o devorar las
reacciones del interlocutor, para visualizar el personaje que se expresa, puede
ser muy útil alimentarse de las reacciones del personaje para visualizar el
actor, o la actriz, que se encarna. De cualquier forma la sentencia es la
misma: no se fijen en el otro, fíjense en sí mismos, en el personaje si se
quiere, a través del otro, a través de las reacciones de otro que, con el
tiempo, la maña y mucha disciplina,
puede ser perfectamente un personaje aparte, un personaje extracorpóreo, por
así decirlo.
Volviendo a la noción, supremamente
básica, de que a veces se comete la impetuosidad de ofrecer aquello que se
infiere mediante la expectación, remitiéndose a “lo que se espera de una
determinada confección dramática”, y que eso tal vez no deje suficiente rango
de expresión etc., puede resultar válido para salir de un aprieto personal,
como, digamos, salvar el ejercicio, pero un personaje, un character, para
seguir la curva dominante, permite mucho más que salir de un aprieto personal,
permite, cuando poco, sumergirse en un aprieto emocional, el de la producción
de sensaciones. Al respecto se me ocurre que la improvisación, una de las
arenas más húmedas, debe ser puesta en práctica como algo distinto a una
cuestión de strikes, aunque sea común encontrar terminajos como pitch,
scouting, casting y hasta dribbling, pero eso sólo en ciertos proyectos.
La improvisación es, trátese
también como ocurrencia, una búsqueda de fango en el fango, de sensaciones
aleatorias, y no obstante, la improvisación es algo que debe llevarse en el
bolsillo más próximo. La pregunta es ¿por qué se quiere tragar tanto fango, es
el sabor, la textura, los incómodos silencios que desmienten el silencio, las
explosiones de júbilo, el resplandor de un quizá? Cubrir mentiras con mentiras
no es precisamente mentir. Esta idea viene de la expresión: urdir intrigas con
intrigas no alcanza para intrigar, sabio consejo de una de las baronesas de
antaño, las que en su época distante fundaron la caballería. A fin de cuentas,
los personajes que elaboren, los aprietos emocionales en los que se inmiscuyan,
pueden prestar de muy buena gana la experiencia acumulada en sus ratos de
juiciosa, apasionada si lo prefieren, existencia, cuando alguna situación les
solicite o les exija un destino semejante, es decir, de origen concebido y no
tan sólo consumado.
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