Una
preocupación es por definición un impedimento, una variedad de señales de estorbo
a un posible flujo proactivo, el
cual, de ser cierta su existencia, se adhiere o vincula a un potencial propositivo,
una figura de contribución meditabunda incorporada y desarrollada desde de la enunciación,
por el que los humanos solemos mostrar una simpatía colectiva, al parecer adquirida
con el trasiego de las diversas identidades o sentidos de identidad. La preocupación
en boga, o una de tantas, parece ser la dilución de dicha simpatía, la
dilatación de los esfuerzos colectivos o, en una perspectiva más tóxica, su
concentración o densificación institucional, guiada a partir de una selección
de intereses particularizados y determinantes, y dirigidos desde las sombras de
una burocracia bastante bien camuflada como empresa cultural.
Es
tendencia que...
Un
poco al borde del asunto/propósito colectivo, vinculado a re-potenciar las doctrinas
de acuerdo, lo que se discute no muchas veces, cada vez con menos frecuencia me
parece, da cuenta del valor y del poder que implica la discusión, y por esa marcha,
la capacidad de discutir el conocimiento. Y el presente, ese presente en
términos de una pertinencia a la realidad planteada, se disuelve con + energía en la intemporalidad de los lugares concurridos, con cada
anticipación febril de novedades, con la insidiosa cautela que refuerzan las
amenazas, con el arrogante prejuicio sobre la memoria aquilatada de despojos, y
con el sostenimiento de las ilusiones ideologizantes
del delirio de poder; pero más aún, cuando a sabiendas que el deber imperioso
de discutir los asuntos del mundo, no implica tener que aceptar la desfachatez
de lo que suele discutirse con insolencias de impetuoso desparpajo, con
licencia para desparpajar, como los asuntos del mundo más discutidos o
discutibles, y sin embargo se vuelve una tendencia de la que no nos percatamos,
o no del todo, y en ese punto nos encontramos, como comunidad, en una faceta
pseudo~solipsista del intelecto en colectivo. Y puesto que la imagen no
discute, a menos que esté enclavada en lo simbólico, sino que expone, e impone
con ilusoria suficiencia, una visión, un sueño, de tal forma que resulta ser
más bien una expresión del subconsciente, es válida sino legítima la inquietud
por el desabastecimiento de las dinámicas que suelen constituir al lenguaje
escrito (y hablado) en las directrices de la producción audiovisual, tendientes
(en el presente) a sintetizar posturas de arraigo en un producto que, hay que
reconocerlo, tiene el potencial o la capacidad de manifestarse arbitrario con
respecto a las lecturas (y escrituras) posibles sobre una composición cada vez
más anclada por los discursos, y las manifestaciones y los intereses del poder.
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