La condición

La condición

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Un atisbo a la fortuna de la humanidad

Uno de los patrimonios comunes que mejor define nuestra presencia en el cosmos y por ende a todos los seres humanos, si es que le queremos dar alguna importancia de esa naturaleza a nuestro efímero paso por un mundo, es que nos equivocamos, no precisamente que cometamos errores, pienso que con los errores a veces se procede de forma predeterminadamente altruista. Una rara cualidad que nos define se expresa a veces, por ejemplo cuando nos dirigimos a una persona que acaba de ingresar a las esferas de iniciación de este mundo humano y queremos hacerle sentir la fuerza del pensamiento, una de las razones del juego entre adultos y niños es establecer un territorio de autoexploración y reconocimiento, crear un laboratorio donde se permita la expresión de la persona y eso la mayoría de las veces sólo es posible si el adulto otorga ciertas ventajas al niño, entre ellas el equivocarse para que el iniciado lo vea y saque sus propias conclusiones.

De qué otra forma se explicaría también que, hasta donde es plausible deducir por la experiencia de los comportamientos humanos a lo largo de incontables generaciones, la mayoría estaríamos dispuestos a pelear a muerte por nuestra propia supervivencia, un rasgo que nos emparenta con otras dinastías de cuya herencia también ostentamos la de obedecer patrones de dominio, castas y jerarquías, en vez de acudir a la curiosidad incesante, a la admiración respetuosa y a un cuidadoso autodominio. Los panoramas esbozados en estos dos planes voluntariamente ideales (un error de procedimiento que implica asumir que algunos comentarios se hacen simplemente para tener mejor claridad) son tan diferentes que quizá no haya habido momento en que ninguna mente lo estuviera tomando en consideración, y desde luego la figuración de los registros sobre las más emblemáticas revoluciones parecen apoyar esta idea. No es algo en lo que me guste pensar simplemente, lo detecto.

Para casi todos hay un momento en que estamos dispuestos a prescindir de nuestro propio bienestar por ver a flote y llegando a buen puerto el de alguien a quien estimamos lo suficiente, aunque hay varias formas de pensar en cuanto a esto y una de ellas advierte que para ciertas personas su propio bienestar depende del de los demás, pero no es el caso general que esta práctica ideológica esté lo suficientemente extendida como para que a todos les sea algo cotidiano. Nunca he sido demasiado teórico aunque me gusta el delicado equilibrio de la razón, por ello me gustaría asegurarme de que estoy remando por los dos lados, para que no se dé lugar el pensamiento de que pretendo sugerir que al proceder dentro de los parámetros que se consideran correctos, en el lugar común del pensamiento consagrado a los procedimientos, naturalezas y estrategias del altruismo, se esté cometiendo un error, más bien quienquiera que proceda de esa forma está, en el peor de los casos, construyendo un magnífico error y en su diseño participa toda la magnanimidad del altruismo que se puede disponer cuando de bienestar se trata.

Soy tan susceptible a la belleza que cuando encuentro algo bello puedo sumergirme por horas en ese delicado instante. Dicen que los muertos no son hipócritas, supongo que porque ya no pueden ser mucho más que un imparable deterioro, un extraño homenaje al final de la historia. Quizá se inventaron las historias para darle otro final a los destinos humanos. Cuando alrededor de una fogata perdida en el tiempo, se congregaban los sobrevivientes de algún clan amenazado, para rendir tributo a su más reciente compañero de viaje en camino hacia lo incognoscible tal vez fuera para sentir, además de la huella de una hermandad de viajeros, también incognoscible, el inicio de una infinita revancha con ese otro patrimonio común, que nos define en nuestra efímera intervención del cosmos en una singular nave bioprovisoria que llamamos tierra. Si, quizás los muertos ya no son hipócritas, tal vez al tomar ese camino desprovisto de toda luz que no sea la de una peregrinación ideológica, adquieran un buen corazón, entran en la gracia por así decirlo. Aún así siempre que se considera la muerte se despliega una perspectiva que hace pensar en los legados y la prolongación de nuestra memoria.

Para quienes son capaces de crear algo apreciable aunque parezca inútil, como me parece que decía el señor Kant, ese legado está respaldado por las formas del arte y más que por sus formas, por sus no formas. Al margen de esa discusión tan espeluznante como un embotellamiento en Brooklyn, he de continuar por un sendero a lo mejor menos glorioso en términos de apreciación estética aunque no menos importante en este ligero razonamiento, lo que me lleva a una época en la que quienes no creaban por indisposición del espíritu histórico o por ocupaciones de otra naturaleza, podían aspirar a una forma de inmortalidad sucedánea, podían convertirse en mecenas siempre y cuando contaran con los medios o supieran donde hallarlos. Actualmente es una práctica en desuso y hacer referencia hoy día al mecenazgo significa más que una recapitulación histórica, sobre todo cuando el dinero ha pasado a hacer parte de la lista patrimonial que nos define como fugaces transeúntes de la existencia mientras dure.

Fotografía: Adriana Villamizar

Y ese mientras dure puede finalizar con la historia personal de alguno de los transeúntes o con la historia general de la nave en que viajamos por el desconocido e inmenso universo que nos abarca, tal vez más allá de nuestras más lejanas incursiones en lo incognoscible. Me pregunto por qué parece abandonada a su suerte, una práctica que puede significar aquello que supuestamente ha movido tanto las más brillantes como las más oscuras manifestaciones que la tierra ha experimentado, a cuenta de las aspiraciones humanas de cierta forma de inmortalidad. ¿Es posible que ya no sea ese uno de los motores principales de nuestra presencia en la tierra? ¿Eso es lo que confirman las actuales medidas de emergencia que se han tenido que tomar para salvar y rehabilitar lo poco que parece que queda? Si toda nuestra supervivencia como género humano se encuentra en riesgo de desamparo ante las prácticas que como género hemos llevado hasta un nivel de consecuencias perverso. ¿A quién podría cabérsele una inquietud como la que se expresa en estas líneas? Tal vez simplemente sigue habiendo gente que sueña con una idea de perennidad que no está a la altura de las circunstancias.

A pesar de todo sigue latiendo con fuerza aquella naturaleza del arte que permite comunicar lo incomunicable por otros medios, que hace infranqueable los grados máximos de degradación. Bien o mal hay que admitir que el arte es ese otro gran patrimonio que permite trazar la huella de nuestro viaje común. La olvidada práctica del mecenazgo hace que ello sea un poco diferente de todo lo que fue catapultado por dicha forma de desempeño ideológico, que ponía su mirada en un futuro que en el mejor de los casos es nuestro presente, otra de nuestras riquezas, a pesar de los embotellamientos de Brooklyn y las caídas de las bolsas de valores, cualquiera sea la manera en que se desplomen. Es reciente la partida hacia lo incognoscible del emblemático impulsador del estilo de comunicación tecnológica, el señor Steve Jobs, un hombre que fue diseñador de toda una era de innovación especializada en los llamados mecanismos exclusivos de interacción inteligente del mundo digital.

Si lo menciono es porque quizá como ningún otro en su medio, el señor Jobs le dio prioridad al tiempo, pues se sabía con poco y dotó a todas sus innovaciones de ese temperamento que congenia bastante bien la eficiencia con el rendimiento. Si algunos utilizan sus diseños en pro o en contra de sus propios intereses o el de los demás no es algo que me interesa discutir, solamente quiero ajustarme a la proyección de que como en ninguna otra época el ser humano se vio envuelto en la posibilidad de la inmediatez, una ilusión que hace parte de nuestro ancestral tesoro, desde que se provocó la impresión de un instante sobre una delgada superficie de papel. Quizá sólo fuera el cómo lucía ese instante en el preciso instante en que se fijó a la superficie sensible, o el tiempo que tardó en fijarse, o tal vez sólo la idea de poseer la pista de un recuerdo, el registro de un momento, la evidencia visible de que algo realmente sucedió. De cualquier forma lo que queda es nuestra pasión por el tiempo, que hace que el mundo se complejice hasta casi volverse un caos indiscernible.

Si cuestionamos un poco más la evidencia descubrimos que lo que nos queda es esa notable claridad en las aspiraciones, queremos permanecer y queremos dar cuenta de lo que permanece con la eficiencia suficiente para hacer parte de ello en una medida que pueda combinarnos con lo que permanece, así sea desde un escenario incognoscible. Tal vez seamos demasiado vanidosos al querer algo como eso, pero también estaríamos siendo los más grandes altruistas de la humanidad, pues al proceder de esta manera nos ocupamos de que nada valioso se pierda, aunque ya no quede nadie para contemplarlo, salvo algún dios sobreviviente y contemplativo. Por tanto ya sea que se defienda a las ballenas o al atún, o a las formas y prácticas del arte, se está yendo en la misma dirección, una en la que se declina a la muerte con el vigor heredado de la ancestral revancha que los clanes disminuidos y amenazados alrededor de lejanos fuegos, le hicieran a lo incognoscible. Se dice que los muertos no son hipócritas, quizá porque siempre parece haber alguien dispuesto a honrar su memoria, pero de los vivos se espera que hagan algo más, algo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Algunas reflexiones sobre la historia del arte en el contexto colombiano del agitado período diferenciado categóricamente como siglo XIX

Muchas de las grandes utopías se suelen reflejar en otras más pequeñas. Hace algún tiempo me encontraba participando de un proyecto editorial que en aquellos días vi con más sombras que luz, se trataba de una revista cuyo título provisional o uno de ellos era Arte y Mercado, uno de sus objetivos se comprometía con la promoción de los nuevos enfoques y se articulaba con la necesidad de impulso, de difusión sobre todo, que precisan los nuevos exponentes de la creación y la expresión artística. Sin entrar en detalles que pueden resultar impertinentes diré simplemente que la arquitectura de la revista a mi parecer respondía a un tipo de diseño acrisolado en las prácticas legitimadoras de la academia, en el que las notas y reportajes sobre las propuestas contemporáneas estarían flotando confortablemente en un estanque colectivo de composiciones relatadas con esmerada pretensión de objetividad.

Quizá la razón más importante de este proceder era que una importante universidad confirmaba su apoyo institucional y financiero a la particular asociación del baquiano Publicista e intrépido Historiador Massimiliano Ágelao y su notoria corte de inquietos condiscípulos camaradas, hacia quienes hasta donde puedo rendir mi memoria, siempre correspondió con un tratamiento profesional en el que los niveles estaban diferenciados por el relieve de las producciones individuales, aunque fuéramos extraviados estudiantes de primer semestre de alguna carrera disparatadamente lejana a los enfoques de la Facultad de Artes Integradas. A propósito del mundo en que vivimos o de la insolencia pasiva que se extiende con la severidad de un diccionario del subdesarrollo, el apoyo nunca llegó, ó más bien no llegó hasta cuando me despedí de aquellos círculos de ensoñación histórica que eran las clases de aquel buen profesor.

En aquel proyecto narrativo soñado para combinar preludios idiosincráticos sobre un mundo difícil de arropar con las palabras, tuve la disciplinada comisión de aventurar algunas reflexiones sobre la historia del arte en el contexto colombiano del agitado período diferenciado categóricamente como siglo XIX, el cual fue una coyuntura compleja, como todas imagino. Yo abordé la labor de mi artículo con la concepción extendida de que no hay periplo completo por el mundo si no se ha intentado escribir un libro, una empresa que suele acompañarse popularmente con otras dos humildes aspiraciones no menos drásticas y significativas. Será porque escribir, en la mayoría de los casos que conozco, toma mucho tiempo y esfuerzos, que la imaginación plantea, tácitamente quizás, que al acabar lo uno que es escribir en este caso, se habrá terminado por comenzar lo otro que es plantar los hijos que habrán de pelear por los últimos árboles. He aquí el argumento originado:

Antes de que el arte colombiano se “dejara conducir” por los preceptos académicos propios de la Europa instruida en todos esos términos que conformaban un conocimiento profundo de la anatomía, la exploración compositiva, la experimentación con las posibilidades de la luz, la cualificación visual, las fórmulas técnicas de la manipulación de la perspectiva y todas las formas de experimentación en que se alojó la expresión artística del renacimiento y que se constituyó en ese proceso disciplinado de representación que sabemos fue el arte desde el siglo XV y cuya influencia todavía se advierte en la realización institucional contemporánea, se asistía (con cierto esfuerzo) al ensamble de una coexistencia muy experimental de esas dos naturalezas de la realidad tan semejantes que podría hablarse de una sola: la del mundo y la humana.



Aun bien entrado el siglo XIX todavía estaban encontrando su existencia formas de un arte que se acoplaba, pictórica y figurativamente de un lado, en visiones expositivas de una estética desprevenida, un lenguaje de situaciones inconscientes, y de otro lado en una coquetería con la atmósfera dominante de la época, la exteriorización de una influencia social rutinaria, que derivaría en radicalismos y búsquedas románticas. En su momento algunas obras y expresiones perdieron vigencia estética, se abandonaron sus biografías y se fueron degradando por el camino dejando de ser realidades artísticas, o han ido a parar al compendio de la historia como fragmentaciones anecdóticas de una realidad intransigente. Aunque no en pocas ocasiones todo puede resultar a la inversa.

Tal vez se pueda establecer el desenvolvimiento del arte en Colombia y sin cometer una ligereza de apreciación, dentro de lo que corresponde a los escenarios de la pintura y la escultura en ese período comprendido por el siglo XIX, en dos oleadas que incluso se pueden corresponder. La primera estuvo marcada por una intención muy fuerte de plasmar y describir eso que puede llamarse “el entorno real” –lo percibido–, aquello en donde suele anclarse la existencia. La segunda se definió a través de las formas de hacer que irán incorporando en el aspecto artístico diferentes estrategias constructivas, cuya elaboración resultaba a ojos entendidos más bien técnica y artefactual, dependiente de los rigores y las definiciones propios de la identidad académica.

Desde luego la realidad despliega a cada momento un espectro muy amplio de posibilidades y su rastro se puede hacer muy arduo, así que vale aclarar que aquel fuego primigenio de creación artística moderna, enclavada en la conflagración de varias culturas cohesionadas en un sistema cuyas contradicciones se explicaban con artificios míticos, debió estar también muy influenciada por un lado por los reflejos de una condición cultural algo restringida a los gustos hispánicos, que dominaban primordialmente en los círculos donde buena parte del arte y el mercado del arte a la manera europea, podía tener una antesala que se creía propicia a las condiciones de creación, y por otro lado por las interpretaciones religiosas dominantes también en esos círculos, las cuales impulsaron en buena medida las dilatadas acciones colonialistas por estos lados iberoamericanos.


Pila de Crespo
 Autor:José Joaquín Crespo
 Técnica:Piedra tallada
 Medidas: 220 X 98 cm.

Museo de Arte Colonial y Religioso La Merced

Ahora bien, existen registros que sirven de base para considerar que algunos representativistas lograron no pocas osadías antiacadémicas. Entre quienes obtuvieron tal reconocimiento de imberbe rebeldía y adusta originalidad, que vivieron por aquellos días de la primera mitad del siglo XIX y cuyas obras se conocen, si mal no entiendo, como más o menos bien logradas en expresiones de ocurrencia, acatamiento de los estilos y adornos de la clase dominante, imitación o pisada de viejos rastros, rigidez y ausencia de perspectiva natural se mencionan:

La llamada “dinastía” de los Figueroa, linaje de retratistas que supieron ubicar sus obras en contextos planos y acartonados, consiguiendo sobresalir, según la transobjetiva crítica contemporánea que transita en la Red, en algunos apreciables aspectos de sencillez, ciertos indicios de proporción y una que otra ilustración desprevenidamente asequible al entendimiento de las masas, específicamente en Pedro José Figueroa. También figura en este periodo de reconocimiento y adaptación cultural, José María Espinosa, costumbrista, retratista, republicano, dotaba a su obra de un naturalismo caricaturesco que “ponía” sus esfuerzos en diferentes variaciones de los planos decorativo y escénico, fue un notable miniaturista.

Yendo un poco más allá de este espectro analítico que propongo y desde una línea todavía superficial, encuentro que la actitud dominante en la factible primera oleada pudo estar definida por un sentimiento de carencia satisfecho empíricamente, algo así como una espesa e intensa necesidad de crear, volcada más sobre la mística de la acción que sobre el cuidado de su desempeño. Aquellos esfuerzos por la creación de representaciones artísticas parecen poseer una claridad muy rígida casi un laboratorio de principios fabriles, si se me permite la ligereza, cuyo origen puede estar en todas esas maneras de ver el mundo a través de la dimensión estática que se crea cuando el orden social, político e ideológico establecido se mantiene invariable a pesar de estar atravesando lo que podría considerarse un fenómeno de revolución, en este caso enmarcada en la concepción demasiado general de La Independencia.


Retrato, Simón Bolívar 1830
Colecciones del Museo Nacional de Colombia


En ese mismo orden de ideas la actitud dominante de la probable segunda oleada pudo estar definida por un sentimiento de carencia compensado por las formas competentes propias de una instrucción técnica, con referencias específicas a la transmisión artefactual de dicha técnica. O sea, una intensa necesidad de crear, volcada mas sobre una cuidadosa aplicación de las posibilidades creativas que sobre los misterios de dar vida física a algo a través de esas dos “mutaciones transfiguracionales de la realidad” conocidas como pintura y escultura. Tal vez lo más importante a destacar de ese período que me he atrevido a compaginar con la supuesta primera oleada, sea la cristalización de ese ambiente estático (estático y en permanente decadencia si se quiere), de formas rígidas y carentes de presencia humana, de relación y función, de profusas interacciones entre el artista y la vitalidad de la obra.

De este sentido hay un exponente al que en la historiografía se le ensambla al mismo tiempo bajo dos consideraciones, la de ser un pintor bastante mediocre y la de poseer un carácter sugestivamente ingenuo, se llamó Luis García Hevia, introductor del daguerrotipo en Colombia y a mí me resulta por ese sólo hecho un personaje de corte aventurero, aunque sea simplemente otro de los que se guarde memoria, algunas dimensiones de la Historia pueden tratar realmente duro a algunos muertos. En la época de este personaje (1816-1887) trascienden no pocas consideraciones de corte científico, las cuales parecen haber funcionado bajo la tutela de ideas, importadas además, de que lo figurativo, lo técnico, lo metódico, funcionaba para la pintura como su razón de ser.

Ya que los conceptos involucrados en la escultura estaban relacionados también con lo funcional que pudiera resultar el objeto, si resistía a la intemperie y cosas de esa naturaleza, deben explorarse consideraciones que incluyan el valor práctico y la mixturización social de las obras. En esta época y bajo este impulso se promocionaron los retratos fotográficos como hechos de memoria (algunos de ellos en clave costumbrista) capturando junto a las imágenes bellas evidencias de un porte que marcó buena parte del precedente orquestador de eso que podría llamarse la fotografía retratística, fue una época en la que se espesaron aquellas atmósferas de gran sentido visual con “nuevos” corolarios técnicos y otros recursos convencionales aplicados novedosamente. Artistas con espíritu científico.

Pero la historia de la pintura y la escultura colombiana en el siglo XIX puede ser definida hasta cierto punto como un enredo de simplicidad matizada con una cierta representación de la naturaleza utilizando elementos tomados de la narrativa, más bien de la fábula. Quizás no existió en un primer momento composición como tal, sino una especie de condensación colectiva hecha de argumentos figurativos, pertenecientes a la sincrética mitología cristiana, que por aquel entonces arribaba a las Américas y que aquí particularmente no se considera que fuera muy abundante. Una desintegración de piezas y partes pues, que servían de modelo para copiar a los integrantes de aquellas historias religiosas que en general, eran encargadas por lo que podríamos llamar la clase dominante. Todo enmarcado en la supuesta piedad que envuelve la labor santa y en el deterioro marginal de su catástrofe espiritual puesta en práctica por los piadosos institucionales.



Ya se empezaban a plantear bajo un espectro de saber europeo los misterios planteados por la física, salida un siglo atrás de los monasterios en donde se refugiaron los alfabetos mientras se esparcían las revoluciones políticas y se anulaban unas a otras y entre sí violentamente. Aquella también fue la época de los efectos especiales de la pintura y la escultura en la Colombia de mediados del siglo XIX. Otros protagonistas de aquellos independientes procesos culturales fueron Ramón Torres Méndez retratista y costumbrista, quien lidió ingeniosamente con la entonces reciente fabricación de imágenes “a máquina”, la fotografía había hecho su incursión, Ramón Torres Méndez destaca también por ser un entusiasta de la pintura naturalista y un ejecutor con mucha fluidez e interioridad.

Como dato curioso debo subrayar el nombre de Santiago Páramo, un jesuita, también representante de este interperíodo de transición academicista en el que se despejaban las potencialidades cualitativas y técnicas del acto artístico y tendían a desvanecerse la espontaneidad, la personalidad y la ilustración humanista, con ciertas raras excepciones. Si a Méndez se lo toma por un delicado pretendiente de eso que a veces se le llama, neo-renacentismo y neo-barroquismo, y otras veces simplemente, oscura nostalgia por la extraña armonía del barroquismo italiano, a Santiago Páramo se lo toma por un visionario preciosista en medio de la bruma de la doctrina.

Bien entrada la supuesta segunda oleada pisamos terreno removido por el academicismo decimonónico pos-renacentista; nos encontramos entonces ineludiblemente con un expositor de la “influencia parisina” llamado Epifanio Garay, posiblemente el mejor pintor que se haya levantado, destacándose en la exploración de las posibilidades de la luz y la sombra, la composición y el respeto por la anatomía, contando también con el hecho de haber sido admitido en el Salón Nacional Francés, un dato biográfico no poco despreciable que puede dar algunas luces y sombras sobre su posible influencia. Al lado de este destacado personaje, Ricardo Acevedo Bernal trasciende un poco los bordados cortinajes italianos de su época (1867-1930).

Se considera que Ricardo Acevedo Bernal fue simpatizante del movimiento político liberal y si bien no puedo dar por sentado que sólo hubiera un único movimiento político liberal, tampoco puedo desmentir ese dato. Según sus estudiosos implicó muchísima vivacidad en el empleo de los colores, dio amplias muestras de ser conocedor de los efectos luminosos y, a manera de comentario circunstancial, se cuenta que aspiraba al igual que Garay, a incrustarse en la llamada pintura “oficial” europea de ese entonces, que determinaba de alguna manera el éxito y el renombre, dos aspectos de la producción intelectual que muy pocas veces han estado de más, cuando se sabe apreciar la dimensión expresiva desde ángulos de pretensión universal. También se cuentan entre las antologías típicas al retratista Pantaleón Mendoza a quien se considera un respetado representante  de la tradición española en la que por otro lado se formó.

Pero si en Europa se tenían por limitadas todas aquellas posibilidades, en América se disponía de ellas casi en un total desamparo teórico, provocado por las distancias y los conflictos que acaparaban la mayor parte de la maquinaria del mercado con fines bélicos. Tales eran los recursos inventivos que fueron apareciendo en unos medios que no favorecieron mucho que digamos ni la producción creativa ni la producción física de lo que quizás en ese momento no era o no hubiera sido considerado todavía como una forma de arte o algo por el estilo. He de imaginarme lo que no me resulta evidente en la enciclopedia, a la manera de una arqueología de las versiones que el azar ha puesto a mi disposición, he de decir que cada momento debió componerse eliminando posibilidades, tratando de obtener los materiales físicos con los cuales valerse, lidiando con problemas técnicos de maneras que hoy nos parecen candorosas, construyendo irrealidades a punta de desconocimiento, creando testimonios de un prolongadísimo abandono por parte del principado español por el cual tuvimos la introducción -muy precaria- del fastuoso mundo occidental, que en otros virreinatos de la corona fue una presencia consolidada que podía generar sus propios impulsos de exuberancia expresiva.


Epifanio Garay

Si se me permite argüiré que el arte del estilo colonial se desarrolló en Colombia de esa manera en la mayoría de los casos, siempre esforzándose, incluso tal vez, más allá de las posibilidades, bajo un panorama categóricamente desventajoso, en el que el resultado se aprecia hoy en día más como un mestizaje figuracional de sentido expresivo, como una necesidad resguardada de los influjos progresistas de la cultura del "viejo mundo" y como una eficacia misionera, esta última cualidad un noble aporte de los grupos de frailes dominicos, franciscanos y jesuitas que llegaron con la misión de evangelizar y que en ese momento de la historia se encontraban férrea y fervientemente cohesionados bajo el peso de los rígidos preceptos religiosos, originados en el ámbito de la contrarreforma. Difícil imaginar aquél infierno de escollos y sobriedades impuestas, cohesión cognitiva y reforzada moral.

Algunas arbitrarias maneras de proceder de los frailes misioneros de aquellos días pueden haber obedecido por un lado a la tendencia renacentista de propagar la fe mediante cualquier forma de arte, una práctica que se constituyó en un fenómeno de recursividad muy conocida desde principios del siglo XVI, identificado como la estrategia de seducción popular empleada por los cristianos católicos, para responder a cierta pérdida del monopolio espiritual, y económico, frente a los movimientos protestantes que se estaban levantando y que ponían el énfasis en la interpretación individual de la Biblia. Por otro lado se debe recordar que la contraparte de la campaña evangelizadora fue ampliamente tonificada por las cruzadas extremistas implicadas en la ampliación del imperio romano, dotadas de un brutal expresionismo intolerante y carnicero. Por tanto el arte también fue en ese "nuevo mundo" del occidente colonizado, el mecanismo de propagación simbólica de las historias contenidas en los evangelios y de las historias que hablaban de los mártires y cosas de esa naturaleza.

Al intentar resumir en esta dúctil crítica combinada de especulación y técnicas investigativas poco ortodoxas, los rasgos destacados de la historia la pintura y la escultura colombiana en el siglo XIX, no encuentro excusa para dejar de mencionar como primordiales paisajistas, técnicos, instruidos, convencionales en la calidad artefactual y la ausencia de concepto personal a Roberto Páramo y Andrés de Santamaría. De Santamaría se dice que fue un sobresaliente apasionado por las en ese entonces, nuevas tendencias, y que pasó su vida entre Francia y Bélgica. Que por lo tanto se situó en una óptica muy distinta. Se trata pues con Santamaría de un caso raro y excepcional, y muy complejo. En su obra, según los criterios de autoridad que me posibilitan hacerme una idea de su propuesta, toman presencia las corrientes posmodernistas, entonces casi nada conocidas en el territorio colombiano, cuyo nuevo contexto se encuentra determinado por los conflictos generados por la rapiña de los beneficios políticos.

De la obra de Santamaría puede decirse con poco margen de error que peregrina por una brecha por la que empezaron a transitar con familiaridad el asombro mudo del impresionismo y se desplegaron las intensas, manifiestas, vivas y simbólicas fuerzas del expresionismo, y que la violencia agresivamente colorida del fauvismo pudo ver la luz en tierras amérindier, creando una obra bastante incomprendida por estos lares, lo que no sorprende dado el antecedente de notable indiferencia española en casi todos los sentidos, por estas tierras que al parecer resultaban tan poco atractivas para los intereses políticos y culturales de la corona por una parte, y por otra el carácter predominantemente católico y la hegemonía conservadora que empezó a regir a principios del siglo XX, luego de una cruenta guerra civil, la llamada guerra de los Mil Días, con lo cual nada de aquel lenguaje plástico por el que hablaba el pensamiento occidental podía ser percibido con la suficiente disposición.


A Santamaría pues, se le ha considerado uno de los primeros modernos, ciertamente sombreado por una particular forma de exilio. La investigación acumulada también logra atinar abundantes referencias de la participación de otros gestores de la emancipación creativa hacia vertientes más modernas, con lo cual se hace inexcusable dejarlos de mencionar, lo cual probaré hacer sin intentar ningún comentario particular sobre sus respectivas obras, básicamente por mis epicúreas lagunas estudiantiles, alguno se me podría escapar por esa misma razón: Pablo de la Rocha, Francisco Antonio Cano, Ricardo Moros Urbina, Ricardo Borrero Álvarez, Salvador Moreno, Eugenio Peña, Jesús María Zamora, Domingo Moreno Otero y Alfonso González Camargo en quien, si no se me escapa, parecieron haberse insinuado (y haberse frustrado) los aires de una renovación y una profundidad en el desarrollo de los motivos o cuestiones de la composición.

¿Qué se prepararía, concebiría o desarrollaría en el charco social que he planteado? Como mínimo una confluencia de estilos y situaciones logísticas de producción, lo que para el caso colombiano, dado algunos fenómenos idiosincrásicos como la tendencia indiferente del indígena de este territorio por crear formas de expresividad monumentales, el aparente desinterés de las culturas prehispánicas por la creación plástica fuera de los ambientes de la orfebrería; incluso la marcada sencillez del desarrollo espacial de las comunidades precolombinas, viene a verse "reducido" a unas formas de mestizaje que paulatinamente se fueron diluyendo, básicamente por la llegada de algunas muestras venidas desde España y que sirvieron para configurar, rehacer y condicionar un poco el desenvolvimiento improvisado, anecdótico, espontáneo y hasta humanizante si se quiere de las cosas que se habían producido hasta más o menos mediados del siglo XIX.



En todo caso un vasto cúmulo de aspectos estéticos que podrían contarse como únicos en analogía a todo lo planteado y hecho en Iberoamérica con relación a la pintura y la escultura, particularmente la primera. Aunque también podría decirse que existe lo suficiente, ó que no existe, como para plantearse un posible retroceso de lo pictórico en relación con las obras oriundas del continente, aquel reflujo de ensambles sugestivos que evidencian los grados de intimidad del pintor con los sujetos (y los hechos). No obstante puede también reflexionarse ampliamente en que aquella etapa creativa si se quiere, resultó una caracterización muy bien lograda, con abundantes muestras de gracia e ingenuidad. Esa época a la que me he referido difusamente, posee en mi sentido de la apreciación, un valor documental más bien ilustrativo que conduce a pensar en las señas e índices que, con pretensiones de objetividad, establecen los recursos, fundamentos y escenarios propios de la Historia.

Doy cuenta de que hoy por hoy la tendencia a destacar solemnemente una determinada imagen, la ausencia de lenguaje sofisticado, de magnificencia exterior, de presunción pomposa, la parquedad usada para resaltar elementos representativos de dignidad, preeminencia y realce de las condiciones sociales, por ese entonces identificadas como condiciones honorables, de autoridad, ejemplares o simplemente establecidas, son todavía asuntos a los que se recurre a la hora de mencionarse la posible condición heredada de nuestro arte nacional y de sus actos contextuales de legitimación. Me parece que tal aproximación es posible hasta donde alcanzo a entender. Por otro lado no deja de ser interesante que aquellos modos de hacer arte a mediados del siglo XIX, se identifiquen con una cuestión de desarrollo de la imagen sicológica, probablemente un intento por suplantar la realidad, un anhelo de representar falsamente los modelos que se imponían mediante una actitud centrada en la creación de personajes, comportamientos, dioses y autoridades.

Pero ésta si existe es quizás una tendencia más marcada en eso que me he dado en llamar la segunda posible oleada, aquella en la que se implantan los argumentos de la teoría estética europea, en la que se piensa que se disolvieron algunos de los maravillosos recursos de la inventiva espontánea, para acabar cultivando formas culturales de un arte mucho más referenciado por una metodología y unas técnicas vagamente renacentistas, generalizadas de alguna manera gracias al alcance que tuvieron los esfuerzos de la corona por homogeneizar culturalmente las creencias de los pueblos descubiertos y conquistados. La pintura y la escultura como formas ilustrativas de los fenómenos que hoy llamamos sociales, también repuntaron las difusas concepciones del apenas insinuado nacionalismo.

Con respecto  las representaciones figurativas de la escultura concretamente, parece haber cierto consenso en que de alguna manera se vio arrebatada por las visiones claroscuras, brillantes, sensuales y desordenadas -con relación a lo clásico de los diversos barrocos, incluyendo el contrastado “barroco iberoamericano” por decir algo-, reflejando ese cúmulo de tensiones entre lo tácitamente natural y lo teóricamente espiritual que le era tan propio. También en ese sentido habría licencia para mencionar con cierto énfasis, que la escultura estuvo marcada por pretensiones representativas provenientes de las prácticas mística cristianas, el sincretismo religioso y las experiencias mitológicas de aquél escenario ambientado con cruces forjadas en piedra y metal e ilustraciones coloridas de una fe que había encontrado en la expresión gráfica una herramienta muy sólida para el adoctrinamiento de la miserable masa analfabetizada.

Aunque no tengo modo de decir de qué forma participaron la pintura y la escultura en las empresas emancipadoras o si lo hicieron, puedo encontrar evidente que al dar origen al retratismo, al costumbrismo y al paisajismo como formatos de tratamiento extendidos, todo lo que sobrevivió representa mucho del gusto y la afición de la burguesía en aquel tiempo denominado el siglo del realismo naturalista. Como la burguesía, que según los designios de la Historia, fue la ralea que ascendió al poder político como resultado mismo de los movimientos de independencia, también marcó la pauta en el mundo de las representaciones pictóricas y figurativas, me atrevo a sospechar que en aquellos formatos de tratamiento se deben de reflejar muchas de las marcas que definieron a las revoluciones en América, como la exhibición de aspectos superficialmente populares y cosas por el estilo, desde luego nada de esto es concluyente y sólo expresa mi afición por especular.

Haciendo acopio de una sinceridad hipotética puedo confiar que llego a estas cuasi conclusiones a través de la influencia de algunos efectos convencionales de origen académico, basándome en los discursos analíticos que me han cobijado a lo largo de ociosos años de interés amateur, creo advertir una influencia más notable de alusiones al fervor piadoso en el caso de la escultura. Este aspecto particular con relación a la pintura y en una medida proporcional en la que los temas que se suelen explorar en ella estuvieron marcados por la observación de las organizaciones civiles, encuentro el argumento de que su legado resulta bastante pobre con respecto a sus grados de producción, en sentido relativo a la cantidad claro está.

Y con este tipo de conjeturas quizá demasiado apuradas, que afinan el presente compendio de alusiones se suele hacer recurrentemente una respetuosa venia al destacado taller de los Martínez, generador de “composiciones” virtuales e improvisadas, de gran angustia contenida y simpática recursividad, también se señala vastamente como uno entre los academicistas formados en Europa, al notable Marco Tobón Mejía, discípulo de Rodin, quien la pasaba de maravilla en el ambiente francés de la época. Se asegura, a manera de otro comentario circunstancial, que fue un digno representante de todo lo que aquí queda dicho y de mucho más. Otros dignos de mención, que cuentan quizá con el crédito del Museo Nacional de Bogotá y que no deben dejarse al margen respondieron a los nombres de Roberto Henao y Gustavo Arcila, autores de un gran dominio de las formas según se reseña, y gestores de esa visión academicista que terminó marcando nuestra entrada tardía a la antesala de las formas de expresión del arte imponente y representativo del siglo XIX europeo.


martes, 18 de octubre de 2011

La Carta de Los Cuatro

A todos los que me precedieron con un atisbo de literalidad en los labios, que ojalá no se revuelquen en sus tumbas ni tengan una memoria muy exacta de las antologías sepultadas en este presente

UN POCO DE ANTROPOLOGÍA CULTURAL

Sólo hay dos cosas que deben ser antiguas en la vida de una hombre: el vino que bebe y sus amigos
Lo.

Entre los muchos recuerdos que me han sobrevivido, imagino que podrá ser así para otros, hay uno que se apresura a zanjar la eterna controversia de los malentendidos eternos, uno que evoca la poderosa simplicidad de la ignorancia y el anhelo no nato de una superación desvencijada. Hay ocasiones en que las imperturbables herramientas de la temeridad responden con diligente fluidez a las expectativas de la adolescencia. A veces encontramos entre los deteriorados retazos de nuestra vida cosas que otros siempre quieren encontrar, que terminamos por querer encontrar nosotros mismos. Cosas de las cuales la ambigüedad del tiempo se encargó de hacernos depositarios anónimos, subalternos de la recopilación improvisada.

Los que más nos sorprenden y reclaman son aquellos realizados en comunidad, en compañía de los amigos; sobre todo si son héroes de nuestra infancia. A veces los vemos una mañana al pasar o verlos pasar y entonces a las glorias ya vistas se añade una nueva conquista, y simplemente gozamos con el hecho de verlos vivos. Una de esas cosas que me sorprendió mientras la encontraba, más por la premura con que me vi rodeado una tarde de recuerdos, al calor esplendoroso de un capuchino, en la que recordé otras tantas similares, venía acompañada de una cierta nostalgia.

De ello me di cuenta por la manera en que se expresó mi reacción ante la manufactura casi destrozada de un viejo comunicado escolar, una declaración de independencia y un riguroso y empecinado reflejo de autonomía existencialista y contestataria. Era la época de mil novecientos y tantos, una década faltaba para terminar el siglo; sin embargo ya los más osados historiadores lo daban por concluido. El siglo corto había empezado tarde, las revoluciones culturales habían impregnado los oficios expresivos de generaciones enteras. Por doquier se presentían los aparejos y contrapesos de una nueva escenografía, también se sentía el desaire de la decepción por el entusiasmo derrochado en los conflictos, los odios y la banalidad, y todo cubierto por National Geographic con la embaucadora, pornográfica y amarillista plausibilidad que hiciera célebre entre otros medios de comunicación.

El territorio en el que me crié estaba lleno de simbologías interesantes (Antanas Muckus se bajaba los pantalones y mostraba su pálido trasero en el León de Greiff al perplejo auditorio de la universidad Nacional) Aquellas simbologías se encadenaban formando procesiones interminables de un significado evidente pero invisible para los intereses de la autoridad. Las opiniones se dividían entre facciones que querían ejercer la no violencia razonada y quienes veían tales aspavientos de cordial coterraneidad como el gesto alocado de un ex Beatles borracho en un callejón del bajo fondo liverpoolense. Ese era el rasgo superficial de lo que más tarde conoceríamos eufemísticamente, desobedientes urbanidades distritales, como la Voluntad de Dominio, la sed de Poder, el azote y la miseria de las sociedades llamadas democráticas: El Estado. Recuerdo que nos impresionó mucho por esa época el contacto con los libros y con el pensamiento allí escudado; éramos librófilos número uno y creo que no hemos dejado de serlo a nuestro modo.

También debo recordar que algunos estábamos tratando de prepararnos para las Pruebas de Estado, incluso soñábamos con una universidad a la que ya de hecho asistíamos como si fuera de todos los días. En algunos países este tipo de pruebas se encuentran vinculadas a la forma misma de ver las cosas, anclada de maneras excepcionales a los compromisos sociales asumidos con más o menos filiación. Incluso hay lugares en donde se paraliza toda actividad para no perturbar el pensamiento de los evaluados; se crea por así decirlo un ambiente singular en el que los exponentes de todo el esfuerzo de una sociedad por legar sus aspectos y códigos, pueden sumergirse como en un solemne ensamble de la historia, en los misteriosos y sobrecogedores remansos de un acto nacional.

No es nuestro caso y quizás esté bien que sea así. Para nuestra cultura parece no pasar de ser una especie de lotería, de la que se sacan conclusiones en su mayoría vagamente reflexionadas. Poco reflexionadas son también las prácticas efectuadas con antelación a dichas pruebas. El acostumbrado atiborramiento de referentes bibliofóbicos, los talleres pre-instructivos, cierta rigidez displicente en la disciplina, la resabiada actitud materno paternalista de guías y profesores, etc. Supongo que resulta tan difícil de tolerar como si todo un escenario se paralizara y aguardara con expectante sincronicidad la culminación de tu desempeño.


Para nosotros, debo decirlo, fue un poco distinto y quizá sea eso lo que lo hace especial más allá de la singularidad anecdótica. Realmente hicimos que fuera diferente y resultó así con referencia tanto en lo que había sucedido como en lo que no sucedió después. Debo decir además que, entre otras cosas, por eso también seremos una generación que algunos recordarán de manera particular, incluso aunque no quieran recordarla.

Ya había pasado, si no me equivoco, el escándalo de una obra de teatro hecha con fruición nadaísta y un poco de óxido revolucionario. Ya prácticamente nos limitábamos a cuestionar los aspectos técnicos de lo que llamábamos el lamentable estado de nuestro sistema educativo. En nuestro entorno éramos unos simples buscapleitos y rebeldes sin causa, tal vez entre nosotros hubo alguno que nos concediera la facultad de la duda acerca de la posibilidad de que fuéramos unos genios. En fin, lo cierto es que encontrábamos suficientes razones para oponernos e imponernos a mecanismos, técnicas y procedimientos plantelares como los solían llamar.

En vísperas de aquel examen que decidiría nuestras posibilidades académicas y que podría obligar a hibernar la sed de conocimiento, algo nos sucedió que será digno de contar en otro momento; pero cuya excusa pasó a la historia de los recuerdos como una de las osadías mas graciosas que hayamos podido cometer. El sano juicio nos guió en nuestra carrera por huir de los convencionalismos. El manifiesto (más bien comunicado) creado para justificar nuestra determinación permite entender un poco en qué alucinado mundo de irrealidad y fantasía vivíamos por aquellas latitudes del entonces.

Si no lo reproduzco completo es debido al estado de deterioro en que encontré el documento escrito originalmente a lápiz, a la última revisión y corrección realizada antes de enviarlo a su destino y en la que con seguridad se cortaron a añadieron cosas, y a que quizá cada quien guardó lo que quiso aportar; si esto último no fue así, le ruego a mis compañeros perdonen tan impensable descuido. Notarán una relación discursiva bastante particularizada con los entusiasmos léxicos y suficientes intríngulis semánticos, también un poco de patética afectación, propia de adolescentes imberbes y no lo suficientemente trajinados en las artes del desfogue hormonal; pero aquella la recuerdo como una época en la que había demasiado donde experimentar, refugiarse en las densidades flotantes del significado, trasegar los climas nevados del símbolo y tentarse con los atisbos de una gloriosa proliferación de ignorancia creativa.



Santiago de Cali etc. (Debió ser hacia los años de 1996 o 1997. Algo así)



Distinguidos Coordinadora, Directora y Monitores:

Las condiciones actuales de educación que nos afligen acreditan un extraño manejo por parte de alumnos y educandos, lo cual hace indispensable una exigente condición de adaptabilidad dentro de las normas educativas; exigencia adaptativa para la cual no estamos preparados. Ello hace que la indisposición por parte de alumnos y profesores, sin descartar a la Directora (una monja de hábito almidonado y vocación esquiva) se incrementen, poniendo el ambiente pesado, y haya que buscar remediar de alguna manera con formas que contribuyan a constituir satisfactoriamente, soluciones inmediatas al configurado problema que pensamos se nos sale de las manos en estos momentos, en vista del inmenso potencial existente y de nuestra innata capacidad inaprovechada de encausarlo o conducirlo hacia algo productivo y sustancial, hacia un objetivo realmente estable y provechoso que lamentablemente no hemos conseguido.

En virtud de consideración de la probabilidad de hacer un uso racional y rudimentariamente calculado, hemos tomado la decisión de seleccionar con toda la sensatez que podemos recapitularizar, un tiempo prudencialmente prolongado en la compañía de nuestras propias personas, para emplearlo personalmente en la acelerada pero cuidadosa preparación que aún se puede conseguir y en el necesario pero equilibrado descanso que todavía tenemos a la mano; condiciones éstas exigentes que las pruebas de Estado ameritan. Por ello, deseamos avalarnos en nuestros consabidos derechos de autonomía, considerando claro, muy de cerca, el cuidarnos de no violar alguna norma institucional, pidiendo muy respetuosamente que se nos otorgue el permiso para emplear una semana del horario escolar en nuestro favor y beneficio, en la cual intentaremos realizar varias actividades intelectuales intensivas sobre literatura universal principalmente, los clásicos, la poesía latinoamericana y en general la francesa, la española, la moderna y la barroca; todo aunados claro, con una visión macra y contextualizada.


(Todo ese material era por cierto muy poco apreciado por aquel entonces entre los nudos de aquella trama latitudinal tan irrestricta y restringida y aunque suene exagerado, debo admitir que logramos la mayor parte de ese propósito excentríficado).

Primordialmente intentaremos efectuar muchas jornadas fuertes de ejercicios físicos; pues tenemos bien claro que resulta indispensable para el que quiere descansar su mente, el trabajar con sus manos y cuerpo (Esto era la decimonónica parte de un largo proverbio chino -después de mucho tiempo me enteré que casi todos los proverbios chinos son largos, casi todos forman extensas parentelas filosóficas con bellas tautologías interminables, alucinadas e idiotas-). Para todo esto nos hemos ubicado sobre las bases anteriores, puesto que es bien sabido que a otros grupos del último año, se les ha concedido dicho permiso; aunque claro, no desconocemos que tales liberalidades en el proceder, normalmente artrítico de las instituciones, se encuentre libre de ciertos compromisos, de tal magnitud de compensación en tiempo que, no obstante nuestra tendencia ya natural a la exploración empírica, no vemos atractivo ni importante desligarnos de los normales y esperados resultados (la cáustica gotita de ironía; la verdad fue que más de uno confió su espera en el lenitivo ligeramente anfetamínico de nuestro fracaso).

(En el original se añadía un comentario bastante desarticulado e indignadamente inconexo, el cual descontextualizado y comentado como se aprecia cita: ...esto último referente con especial atención al grupito de los cuatro indisciplinados del que hacemos parte todos cuatro efectivamente, agrandando la mancha contracultural que, no obstante parece obra de arte digna del estudio minucioso del espíritu de un Degas o un Da Vinci).

En vista de eso casualmente hemos estimado sesudamente el optar por este método inquietante, inquietantemente lleno de expectativas, expectativas inquietantemente excitantes y así, también descansar un poco de ese ambiente tan “agitado” y estresante. Porque uno va para todo lado sin saber qué hacer con exactitud, marginándose dentro de unas funciones incambiadas y monótonas. Así pues, para des-li-gar-nos un poco ascendentemente de ese medio lleno de tedio, acusado de un aire conmiserativo como el que se suele respirar con el nombre de ambiente escolar que, no lo negamos, hemos forjado nosotros mismos, lo hemos ayudado a conservar y perpetuar, y que por tanto también nos sentimos en la obligación de mejorar, impelidos desmigajadamente por la visión espantable de ese desánimo enfermizo que nos invade y frente al cual luchamos descomedidamente y en desuso de las actitudes propias de las supuestas buenas maneras.

Nuestra actitud, casi que arrogante para muchos y tomada por tal y otras cosas no menos estupendas en profundos contenidos de futilidad, pero también vanguardista para el resto, un pequeño resto por cierto, y que según muchos con cierta experiencia deberemos cambiar algún día, de acuerdo con sus apreciaciones proyectivas del mundo que vivieron; presenta, últimamente, conjurada desde los escenarios del reconocimiento prosaico y la rendición a la belleza de los más delicados saberes, como su más inacabada declaración de autonomía reflexiva, la siguiente propuesta:

(Hasta la fecha en que transescribo esto, a pesar de la muchedumbre de linderos sicológicos y señalizaciones culturales y una que otra tortura corporativa, y aunque a estas alturas ya estoy bastante enajenado, no me he visto en la más mínima obligación de hacerlo, no por orgullo, tal vez por negligente mediocridad, mas no he encontrado nunca huellas de alguna sádica satisfacción. Alá quiera que los demás hayan podido encontrar los designios de su propia naturaleza con los mismos desvaríos afortunados o mejores; más bien sí he tenido la satisfacción de contagiar a más personas con lo que ahora me gusta llamar “filosofía continua de la autocorrección irreverente“)

Una semana previa al examen, podría ser un poco más, dada la calidad y cantidad de temas por ver y desprender de sus anclajes teóricos a través de una plausible práctica, lo cual como todo en la vida toma tiempo, podrán disfrutar del placer de su propia compañía y descansar un poco de la nuestra que tanto parece abrumarles, tiempo en el cual estaremos concentrados en los homenajes lingüísticos ya mencionados antes y en una que otra rezumación personal de lo incorporado de esta manera a nuestros pensamientos. Nos comprometemos eso sí, y estamos seguros de ello, de llegar a nuestro regreso mucho más depurados, filósofos, rozagantes, libres y felices de haber descansado de tanto compromiso falso, que no sirve sino de relleno para el que hace muñecos de trapo; falso y tamizado de excentricidad y utopía.

Nos comprometemos a seguir paso a paso y a nuestra manera, conforme a nuestras capacidades y acorde a nuestro estilo [el no revelado] (y qué estilo), el cronograma y la línea de estudio. Nos comprometemos a adelantar trabajo y realizar investigaciones en vísperas de nuestra esperada ausencia (que ya muchos la esperaban, de hecho podría aventurar que todo el colegio estaba enterado de la osadía; pues debo admitir que por entonces nuestra fama abarcaba triángulos latitudinales tan vastos para unos chiquillos despistados y además enclavados en el mismísimo subdesarrollo del subdesarrollo), para que cuando la semana se cumpla no nos hallemos alcanzados, hayamos profundizado suficientemente y entremos solícitamente a la par con toda proesiánica normalidad.

Nos comprometemos también a regresar tan grandes, gordos y pesados como hipopótamos, después de este idealizado descanso, además de untados al igual que ellos de lodo y fango, de ricos conocimientos y bellas experiencias que se puedan compartir durante el resto del período, cosa que cuando nos recostemos a motivarlos tengan que correrse y salir untados de algo bueno. Nos comprometemos por último, a integrarnos más al grupo y a marchar contagiosamente, con entusiasmo y diligencia o al menos hacerlo creer con entusiasmo y diligencia, y a enfocar con mayor esfuerzo las reglas de nuestro estilo, más cristalino y evolucionado. De paso ustedes, a la larga también descansarán de nosotros y a la vez, tendrán la garantía de ver unos nuevos estudiantes con más grados de visión y muchos más claros objetivos (esta última parte sí no se ha cumplido del todo a cabalidad, al menos en mi propio pellejo).

Hemos decidido así, quitarnos las máscaras que nos agobian, descubrir las facetas ocultas y desmontarnos de toda esa lama testimonial de nuestro estaticismo derogado y desmontado; permitiendo de ese modo que nuestra llama irradie con toda su luminosidad; llevando a cabo el proceso de limpieza; tomando conciencias sanas sobre quienes somos; salvando los defectos, y así cambiar poco a poco, si es lo mejor, apoyados en otros seres, en nosotros mismos, en ustedes, en los que ya han muerto, en sus libros y formas de inmortalidad. Hágannos ese favor. En caso de no resultar así, solicitamos humildemente que se nos acepte este documento como constancia de nuestros buenos deseos y prenda de excusa válida para ser tomada en cuenta cuando se haga la evaluación que seguramente vendrá en torno a esto (no andábamos mal encaminados al respecto ni nos importaba un comino).Esto último también referente a nosotros cuatro.


Cordialmente:


…una semana del horario escolar en nuestro favor y beneficio…

(Los cuatro).

***

Un recuerdo es casi siempre un titubeo del pasado; pero este es más un sincero tributo a los amigos.