Ustedes están
entrando a una frontera eclipsada en el sendero de este instante. Se trata de
algo que no se debe dejar para después, posponer este sentimiento equivale a
dejarlo partir hacia ignotos destinos, dejarlo partir en un silencio fértil a
la sublimación del pensamiento; pero no en partículas de ideas sino en forma de
olvido, no en brillante lluvia de espontánea geografía sino en disgregada
indiferencia fundamentalista y dialéctica. Ustedes están entrando en
territorios de la simbología refractaria, 4, 3, 2.
Nuestras
cédulas instintivas, etcéteras de otra índole.
HUBO un tiempo, no del todo
olvidado, intermedio digamos, en que mis fustigadores itinerarios afirmaban a
boca llena, que hemos sido una cultura poco enseñada a tratar críticamente los
aspectos de la propia realidad; quizá no sea la más avecinada de mis
irreflexiones y exagere impunemente, quizá sólo debiera referirme en este caso
a los aspectos de la memoria colectiva y la diversidad multicultural, la
diseñada y la interpretada, la nutrida de insurgencias vagabundas y la
encuadrada en formas ideológicas sedentarias, las típicas maneras de enrostrar
lo que acontece y la fantasmagoría de las elucubraciones inmortales, en
adelante “ello”, qué le vamos a hacer, no obtengo complacencia en el desagravio,
me parece que es lo mismo y tal vez esté abominando de mis mayores. Pero consigo
sostener aún, pese a todos mis esfuerzos redundantes, que nos resistimos sin
embargo a ello, como nos resistimos a
la transmigración de los sentidos por las recónditas ensoñaciones que provoca
ser poseedor de una tradición robusta, de la cual sentirse orgulloso claro
está.
Es decir, no somos precisamente una
cultura con tradición identitaria, más allá de ciertos aspectos de naturaleza
turística, y este es un juicio de valor que aprecio mucho, sobre todo porque
parece estar en desacuerdo con la lógica histórica, que comprende la gran
revolución constitucional del 91, desde la que se especula con nuestra gran
ventaja en cuestión multicultural, lográndose excedentes privados
extraordinarios en el proceso. Pero si se estudia un número suficiente de
fenómenos independientes y se buscan correlaciones, es evidente que se
encontrarán algunas, las oportunidades están ahí, si alguien no las quiere
notar es su problema. Una respuesta que me inquieta: Si sólo tenemos
conocimiento de las coincidencias y no del enorme esfuerzo y de los múltiples
intentos fracasados que han precedido al descubrimiento, podemos pensar que se
ha alcanzado algo nuevo y substancial cada vez que se alumbra la existencia de
algo distinto; se trata tan sólo de
lo que los estadísticos llaman la falacia de una enumeración de circunstancias
favorables.
Un buen ejemplo de ello se descubre
entre los recursos cotidianos con que contamos las personas para establecer
consecuencias sociales significativas; esas amigables diplomacias de propósito
y de circunstancias, por fortuna todavía escasamente definidas y, entre todo
ese concierto de expectativas, algunas variantes de lo que se conoce como arte.
Se trata simplemente, según lo entiendo, de un profundo deseo de hacer que
caracteriza lo humano, y que se convierte en un reflejo estético, simbólico y
poético de las maneras como se van moldeando el pensamiento, los sistemas de
creencias, los conflictos y las formas de vida. He aquí la primera razón de
este incordio literal: CÓMO dimensionar una experiencia artística sino a través
de un escenario que nos atribuya, por decirlo de un modo brusco, todas las
prerrogativas y atributos de su poesía, es decir, de su iniciativa creadora; su
carácter íntimo, temporal, de huella mística de un algo que camina al lado del escenario que habitamos, como vigilando
el ritual celebrado en honor de una invocación al reconocimiento, a la vida y
la muerte, a la reacción contra lo prohibido, a lo que no es recuerdo sino
realidad, a lo que arrastra cualquiera que camina por la calle.
Según Roman Jakobson, lingüista
dedicado, entre otras cosas, a la poética y al lenguaje infantil, una de las
funciones del lenguaje se esconde en las delicadas e interesantes formas de la
expresión purificada por la creatividad. Ahora un procedimiento desguarnecido
de inocencias, que no es ciento por ciento efectivo, tomar notas. ¿Se han preguntado
en qué consiste la necesidad del arte? Por supuesto, ni más faltaba. Ya se
decía en el siglo del enorme desarrollo del saber científico y se dice todavía,
en el siglo del enorme desarrollo del despliegue tecnológico, “no podemos
conformarnos a las respuestas aproximadas”. Basura, no hay respuesta que no lo
sea, a no ser que se aspire a la revelación sobrenatural. La necesidad del arte
resulta ser un misterio que abarca su desarrollo y su propia perpetuación… Lo
sé, sí que lo sé, el tema nos llega a todos hasta la altura de las orejas, pero
nuestra necesidad de arte es lo que deseo explorar, así que habrá mucho
material para desbaratarme… EL ARTE, o la expresión artística especializada en
curiosearse a sí misma, es una de las condiciones de nuestra existencia; según
recuerdo Kant llegó a decir que la característica del objeto artístico que lo
determinaba como obra de arte, era la de ser bellamente inútil, no sé bien si
viene al caso o si es para grandilocucionar
a placer (ampliar si se es afecto a despliegues palabrajéticos).
A pesar de las categorías que
existen para definir la impresión que el arte nos pueda causar, hay que
reconocer que para un buscador de la belleza, lo grotesco también podría
parecerle susceptible de ser bello. A la belleza se la podría encontrar en
cualquier parte y situación: en los brillantes y desvaídos ojos de una persona desterrada,
desarraigada en lo más íntimo de su cultura, que vive al pasar la calle bajo el
abrigo del cielo desnuco y mendiga pan para sobrellevar el peso instintivo del
hambre. Incluso he oído que para algunos la situación más próxima al infierno
que se ha vivido en las últimas dos décadas, el ya impreso en nuestra
conciencia colectiva, once de septiembre de 2001, fue una gran experiencia
estética y, sí, que también hubo gente a la que le pareció bella, como representación
de una experiencia sugestiva o algo así. Me perdonarán la imprevisión pero no
pude averiguar más al respecto; la belleza expresada en esa coalición de
brutalidad era sobrecogedora más allá de mi capacidad. ¿Es el arte
indispensable y por eso un rasgo particular del conocimiento humano y de sus
formas de manifestarse? ¿Recuerdan aquellos personajes terriblemente
interesantes y complejos que soñaban y hacían cosas para envenenar el
arte y terminaron absorbidos como Vanguardias, y lo que hicieron se convirtió
en arte? (estetas y críticos por este paraje).
El arte se redefine y reinventa
constantemente. Me pregunto si algo puede dejar de ser arte, es obvio que no,
pero me lo pregunto. Existen las circunstancias para ello, es indudable pero,
la obra perdida ¿no sigue siendo la obra perdida, aún después de no
poder recuperarla? Como es un acto creador, representa un acto de conocimiento,
sólo que a partir de allí lo que priman son los actos del pensamiento y las
emociones, el enriquecimiento histórico de cada acto vivido, por bochornoso o
altruista que sea. El arte es humanidad enajenada, envuelta en misterio, por
eso la obra de arte o la acción posee una niebla paradójica
(ampliar, a mí se me acaba el hilo aquí, la idea ni siquiera es mía). En un
ambiente hostil como el humano, el arte se vuelve una dimensión potencialmente
indispensable en la construcción de un orden simbólico, que resulta primordial
para el reconocimiento del mundo como un lugar habitable. Para algunos pueblos,
entre ellos los más conocidos los orientales (ampliar, ídem); digamos,
civilizaciones de antiguas raíces, el amor y las profundas repercusiones de su
exploración corporal, rebasaron la cotidianidad a través de una especie de
categoría artística, en realidad la exploración somática era un acto concebido
como verdadero arte y en algunos estados socioculturales lo sigue siendo; el
arte del reconocimiento del otro como lugar, de todos los otros posibles, como
lugares halagados físicamente con la
intención de habitar, en el mejor sentido de la palabra. Quizás esta idea fue
el principio de una concepción, que actualmente mantiene su vigencia como
discusión abierta, interesante y ambiguamente fértil; lo que quizá sea lo mismo
que decir: ambiguamente estéril (no está de más la proyección en ese sentido,
pero será en mi ausencia, pues yo pretendo hablar de otro algo que me parece
igualmente importante, asomo que si siguen tal vez les parezca lo mismo, a la
larga).
Esa postura que prima por instaurar
la noción de que todo es arte, todo lo que hacemos y practicamos como reflejo
de nuestras necesidades, caprichos, concepciones, represiones y prejuicios, y
muchas otras cosas más… es una postura como cualquier otra y hay que
respetarla, sólo por interesante, aunque resulte evidente su prosaico empatrañamiento, disculparán las fraseosidades, también en esta encrucijada
se puede hacer referencia a la necesidad del arte. Yo pienso que aquí sería un
poco más bien, la necesidad de reconocer esa necesidad tanto como reconocer el
mismo arte, en el sentido de no olvidarse de eso que permite explorar
el mundo como un lugar habitable, de que en todo lo que hacemos puede hallarse algo
o alguien terriblemente necesario, más allá de la propia sensibilidad que
personificamos. Es una forma sofisticada de vanidad del pensamiento, pero ¿es
una necesidad intrínsecamente sicológica? No conocemos sociedad sin arte, sin
alguna forma de expresión de los anhelos o temores más íntimos… Es cierto que
en aquellas en las que el efecto del desarrollo, como lo conocemos y prevemos,
ha producido muchas filosofías pesimistas y muchas ideas imposibles,
depresiones generalizadas, irrespeto por las diferencias y genocidios; en fin, poco
espacio para decidir la vida, el arte se ha visto como la forma más posibilitante
de investir el futuro, de penetrar la corteza de las mentalidades intoxicadas
con la dimensión de lo inadmisible como imposible, con la ausencia de intereses,
bla, bla, y con la superficialidad de los esfuerzos, el hastío y la desidia pérfida…(explicar,
ídem, el arte es ambiguo).
Y estas mismas realidades, indeterminadas
excepto por la proyección histórica, han promovido el arte como representación,
a la categoría de origen de nuevos modos simbólicos, de nuevos modos de
hacer sociedad, de hacer su identidad. El paso de una identidad a otra o la
famosa construcción de tradiciones,
es uno de los rasgos más característicos de las sociedades de las que hacemos
parte y que ayudamos a deconstruir permanentemente. En su afán por
actualizarse, por ser competitivas, a la delantera, nuestras comunidades
humanas incorporan aspectos culturales y los van invistiendo poco a poco de… de
tiempo, energía y simbolismo, en una de sus representaciones más categóricas:
publicidad. No tenemos que profundizar todo el detrimento que causó al arte las
ideologías comunistas extendidas al nivel de gobierno totalitario; sin embargo
ese detrimento también sirvió a los artistas para construir propuestas
codificadas, no nos vamos a mentir, si quieren pruebas investiguen. De alguna
manera este conocimiento se convirtió en persuasión, en señales y signos que
seguir, en nuevos valores simbólicos, en absolutos lenguajes. Pero los rasgos
funcionales del arte al servicio de la publicidad o la propaganda, parecen ser
las mismas al servicio de la sensibilidad colectiva, de su depresión o exultancia,
es decir, sospecho que no dejan de ser las mismas, pero con un tratamiento
diferente (explicar, ídem). Nuestro presente, al menos hasta donde me alcanza
la imaginación, es una realidad de consumo puro, nos consumimos hasta nosotros
mismos, y contradictoriamente es un presente conformado por una realidad en la
que las personas que lo habitan, tienen menos posibilidades de ser productivas
(explicar, puede ser un chiste sospechosamente adecuado).
Algunos creen que eso se traduce confrontación
inecesaria, en más violencia, y en formas de arte originales de paso, en
culturas enteras marginales, drogoafectas o drogofóbicas y de allí, del
esfuerzo categórico por contrarrestar la violencia, por encontrar un derrotero
para la razón extraviada, hasta las formas culturales marginales hay
suficientes movimientos para abrir un paréntesis (ampliar, ídem, no todo puedo
hacerlo yo). En un presente así, la acción está concentrada en el goce y en el
disfrute y muchas cosas se vuelven deseables y objetos distintivos de un estar
bien, de un ser alguien que está bien.
Una valoración de lo estético nos permite construir o adoptar un modelo
apropiado, el conocimiento organiza los impulsos entusiastas, nos deleitamos en
la provocación. No importa si adoptamos o asumimos ese modelo con cautela o con
discreción, es consumo, pero lo gozamos, no podemos decir que no. Algunos lo
han llamado repliegue narcisista, otros moda, el placer de la moda, dirigida
por las instancias de la publicidad, otros lo llaman esteticismo. Yo lo veo
como una ruptura redundante con la realidad impuesta, una rebelión cómoda, la búsqueda del “estilo”, que sin embargo
millones compartimos, y me refiero más al sentimiento de grandeza que provoca
el reconocimiento en algo deseado, algo que no obstante no puede ser único pero
que sí puede ser exclusivo, pues no sólo debe ser deseable sino alcanzable, y
sólo necesita destacar en medio de la monotonía de los deberes (explicar juicio
de valor si se piensa lo mismo).
Se cree que esos estados de
comodidad no producen demasiada autocrítica, incluso algunos creen que no
produce la suficiente y que cierra los sentidos a la miseria que permite ese
tipo de estados, a la miseria necesaria para que existan estos estados
exclusivos, esta superabundancia del consumo, esta supervaloración de lo
estético que representa nuestro modelo de estar bien, nuestro modelo de
bienestar; pero en algunos sentidos suele ser implacable… Ese modelo de
bienestar no es sólo más difícil para más gente en el mundo, a medida que hay
más gente, sino para más gente joven, en lógica consonancia con nuestra
proliferación un poco descontrolada, para la que el vivir puede significar, más
allá de toda duda razonable, el tener que estar conectados con esa filosofía
del consumo, hasta absorbernos en ella por completo. Para los que la filosofía
del consumo es una necesidad ineludible y al mismo tiempo amenazadoramente
insostenible (para ellos, pero también para todos), el futuro es un tiempo
amenazador; el presente, aunque no siempre sus consecuencias, cobra todavía más
valor y más valor lo que se hace en él, es decir, lo que se hace en él sin la
proyección de lo que deviene con el futuro. Tal vez por eso ha cobrado tanto
valor el arte de intervención, el happening, el performance, más bien tal vez
por eso es que el arte ha tomado esa forma, y que a partir de allí se extienda
la idea de que todo puede ser arte y de que efectivamente todo lo que hacemos
lo es, a tal punto que ya no importa mucho preguntárselo, que más bien lo que
importa es el vivírselo, el confundirse con el arte, el ser nuestra propia
obra, por decirlo de algún modo.
El asunto problemático es que de no
intentarse un futuro real, no se podrá hacer nada con la sociedad, y el arte
pasaría a ser el sueño de una era condensada en posibilidades derrochadas, ¿dramático?
(ampliar si se es aficionado a la ciencia ficción o alas novelas detectivescas).
Esto no quiere decir que 2.0 no se esté haciendo nada, a un lado las
ingenuidades, hay gente provocando sinnúmero de acontecimientos verdaderamente interesantes,
llevando la capacidad de gestión a un nivel casi sublime. La cuestión que
inquieta a muchos en esa dimensión que llamamos “el mundo actual”, con sus
problemáticas actuales, es el por qué se masifica algo cuando millones
evidencian al menos sus características más reprobables?, cómo puede ser masificado
algo que crea menoscabo para el propio bienestar? Quizá por que serán otros
quienes afrontarán las más duras consecuencias. Apurados como estamos por
necesidades e inminentes desafíos a un nivel tecnológico, geopolítico,
medioambiental… ético, de insurgencia, etc. nos vemos obligados a tomar
decisiones y afrontar esos retos sin estar muy seguros de lo que hacemos o de
cómo lo hacemos. Lo que quiero decir es, tal vez, aquí entre nos, que quizá sí fue
cierto el que los niveles de especialización científica, conformaron un
universo de dependencia cuasi
irrefutable, a tal punto que el privilegio por ese sistema transferidor de
consumo, tan acelerado que resultaría difícil meditar sobre ello, simplemente
se desbordó. Genuino (para quienes buscan oro puro con que circunscribir sus
best sellers ampliar cada línea).
También podría arriesgarme a
comparar esa virulenta actividad con una posible evolución de lo que Marx
llamaba: el fetichismo de las comodidades;
Pero sería demasiado para mí, me quedaré pues, en que al desbordar nuestra
capacidad de entendimiento, el microchip y esas otras novedades
estructuralmente autónomas como la energía nuclear, el sistema de conocimiento
forjó un nuevo orden simbólico, que abarca nuestro tiempo presente bajo una
identidad conocida como posmodernidad. De ahí partió gran parte del desorden
contemporáneo de competencialidad. En
este nuevo orden, sea lo que sea dicha artimaña, legitimada por los medios y
que tanto placer nos da, existen tantas interpretaciones válidas confrontadas
con la necesidad de señalar, en la medida de lo posible, en qué se basan
exactamente, y aún podría declararse incipiente que la identidad de este nuevo
orden es una paradoja, pero ¿qué no lo es o se basa en paradojas? Ya que todas
esas interpretaciones también se ven confrontadas por ellas mismas, por su
propia ilusión de validez, dejo con la tarea de ampliar a todo aquél que guste
de la intrepidez histórica. Entenderán la rudeza de este plegamiento
inquisitivo una vez, una vez que hayan trasegado la
ignorancia, porque una sociedad que no conoce la historia, no tiene pasado ni
tiene futuro, y quien no esté de acuerdo, si ha llegado este vocablo y se saltó
la última trasantepenúltima línea, ya sabe qué hacer.
¿Hay que conservar lo que queda del
planeta para las próximas generaciones? La respuesta parecerá obvia, sin
embargo posee abundancia de aristas dialécticas. Es decir, bueno, sí. Pero
también es cierto que demasiados puestos, muchos quizá innecesarios, dependen
ya de esa premisa, se justifica un número tan enorme de dependencias
relacionadas con el manejo racional del ambiente y el desarrollo de tecnologías
limpias, que muchos “enemigos” del espíritu conservacionista ironizan, con
cierto tino, que pronto sí va a ser realmente inexcusable considerar la
protección forzosa del medio ambiente, pero el medio ambiente de los
conservacionistas y de la nueva burocracia verde (ampliar, a quien le gustan
las intrigas burocráticas y ligar con entidades gubernamentales). El ser humano
siempre ha querido vivir, sin importar las condiciones, afrontémoslo, y
afrontemos también el hecho de que sólo una manada lo suficientemente loca se
atrevería a intentar conquistar la vida en otros sistemas, estamos muy atrasados
con relación a la fantasía. Ese es otro de los rasgos de la posmodernidad a
boca llena, la fantasía ha pasado a tener un lugar en la escala inmediata de la
realidad, haciendo parte de su temporalidad.
Así que tocará partirnos el alma
aquí, o a las futuras generaciones, cada vez peor hasta que se apague el último
suspiro de nuestra presencia (armagedones
y apocalypsis, con terminators y demás por aquí). ¿Son
necesarias las mediaciones internacionales? Es posible, pero lo realmente
cierto es que justifican muchos empleos que no se justifican lo suficiente
ellos mismos, un vistazo a las ONG´s dispersas por todo el orbe terráqueo ha
insignificar una interesante perspectiva, pues en aquellos países donde
funcionan sus oficinas centrales, donde se considera que han sido originadas,
existen profundos conflictos similares a los que se ufanan de resolver por el
resto del mundo, y de los cuales no se ocupan sistemáticamente, en un despliegue
de hipocresía diplomática de lo más selecta (libertades y reticencias
pormenorizadas y escandalosas, compañeros). Para muchas personas es un
pernicioso y prefabricado futuro con el que tienen que cargar las generaciones
esas, una especie de estigma impuesto. Que se me perdone el banal e impreciso por
ejemplo, adornado con un proverbial deduzco; en los países
nórdicos de Europa, el fenómeno de las relaciones humanas es mediado por una
vigencia, robusta todavía, de seriedad valorativa, de un formalismo que aísla o
atenúa lo que Tolstoi llamaba: “el contagio del sentimiento, y por eso depende
todavía más del arte”. En metrópolis y ciudades grandes lo que aísla no es
precisamente el tamaño de la ciudad sino la rapidez con que se pobla, la rapidez con que nuevas
comunidades se inscriben en determinadas tradiciones, o las fabrican para
construirse una forma de identidad, y la rapidez con que estas se rompen;
más que extrañar la pérdida de una comunidad en permanente deconstrucción, lo
que se extraña es la pérdida de la comunicación (planeta Freud por estos lares).
Pero la participación en
realizaciones culturales colectivas puede estar adquiriendo el valor adicional
de arte como una forma de conocimiento, que permite concebir la situación a la
que se enfrentará una sociedad en su futuro inmediato, las actitudes que debe
cambiar de acuerdo con su modelo impuesto, con el mundanal envión de las
circunstancias, su deterioro, su potencial autosuficiente, etc. Se dice que
para transformar el mundo, las actitudes, los medios de supervivencia, se debe
poder visualizarlo de maneras distintas, y eso es precisamente lo que permite
el arte, visualizarlo de formas y maneras distintas; el arte tiene capacidad
polifónica y eso se traduce en un efecto crítico metastásico sobre el pensamiento. Si estamos de acuerdo en que el
pensamiento se encuentra cada vez más especializado, o más organizado en
función de esa especialización particular, el papel del arte se torna todavía
más complejo y delicado. Sobre todo a la luz de las nuevas investigaciones
sobre la participación del cerebro en la creación de formas de arte, que
curiosamente coincide con el ascenso de categoría de variados géneros bióticos,
de biodinámica compleja, en ese preciso sentido, al advertirse la participación
de muchas especies de animales en la creación de bellas formas de un lujoso
esparcimiento, de calibre manifiestamente artístico. Una vida artísticamente
productiva según este planteamiento, sería una vida abierta al debate, al
conflicto teórico en todos los ambientes salvo la confrontación con fines
destructivos; habría una identificación directa con el mundo, existir en él
tendría un valor agregado para aquellos que no pueden o no quieren alcanzar el
modelo: participar en el mundo con su pensamiento, la posibilidad de
cuestionarlo y generar, y proponer estados deseables alternativos, como guetos,
pero en el buen sentido; atractivas formas de evolucionar y no sólo bacías
formas y rudimentarios mecanismos para hacer evolucionar un sistema
determinado.
Ya sé que suena utópico y hasta un
poco desquiciado, la vida es un poco desquiciada, pero muchas cosas
avasallantes sonaron así antes de ser intentadas, los movimientos
contraculturales, ¡uy este ya va a empezar a hablar de los movimientos
contraculturales! (por aquí camaradas), los movimientos contraculturales se
propusieron detener un conflicto armado a kilómetros de distancia con marchas
pacíficas, que las hubo, y RockandRoll, y lo detuvieron. Se propusieron romper
estereotipos segregacionales y los rompieron, se propusieron obtener un lugar
digno para las personas marginadas por algunas de las innumerables prácticas impunes,
de carácter prejuicioso contra el género más valioso de la humanidad, y lo
obtuvieron y ahí van, modificando el mundo. En toda esta evolución, los
visionarios fueron un factor determinante, pero también lo fue el arte, en la
medida en que permitía a estos visionarios adentrarse en las profundidades de
un mundo posible. Posmodernidad puede llegar a significar que el carácter
funcional del arte, como revelador de formas distintas de ver el mundo, puede
ser aprovechado por todos y no sólo por unos cuantos visionarios; que el estilo
de pensamiento analítico puede ser el estructurador permanente de la vida
social, de las relaciones humanas, de las posibilidades creadoras y de los
impulsos mismos del pensamiento crítico, sin que necesariamente implique una
fría variante de sinónima auto¬aniquilación.
Un pensamiento es algo así como una
especie de principio innato con el que la mente configura sus percepciones y
hace inteligible la experiencia. La experiencia podría ser la combinación
particular de las diferentes formas a través de las cuales se hace evidente el
mundo. Algo es cierto, vamos para algún lado como humanidad, la pregunta es:
¿vamos todos en el mundo globalizado o es un neo¬fetichismo de las comodidades?
¿Nos convertimos en una muchedumbre solitaria y depresiva que compensa su
ineficiencia creativa con un consumo indiscriminado de activismo?, no faltaba
más. Perdonarán la desconsideración dialéctica de alguien que tampoco da la
horma. Y si el arte transforma nuestra manera de ver el mundo ¿no es por eso
mismo que adoptamos dietas más sanas y hacemos ejercicio? ¿No respondemos a una
determinada valoración estética, no nos hace la práctica de una valoración
estética corromper con frenesí el séptimo mandamiento? Tal vez en términos de
la construcción del proyecto pensamiento
humano, por el hecho de intervenir de manera tan decisiva ese mecanismo
cultural llamado tecnología, hasta
tal punto de entrar a convertirse en nuestra prótesis social por excelencia, la
valoración estética pase más desapercibida, pero lo cierto es que allí también
se forja un modelo de “campo de juego” para nuestras facultades y por tanto,
originarias de nuestras facultades mismas, como condición para estar en él. Me
gustaría trenzar en este final una frase de Oscar Wilde “Ningún gran artista ve
las cosas como son en realidad, si lo hiciera dejaría de ser artista“.
No hay comentarios:
Publicar un comentario