La condición

La condición

martes, 4 de septiembre de 2012

EXPERIENCIA POeTICA




Ustedes están entrando a una frontera eclipsada en el sendero de este instante. Se trata de algo que no se debe dejar para después, posponer este sentimiento equivale a dejarlo partir hacia ignotos destinos, dejarlo partir en un silencio fértil a la sublimación del pensamiento; pero no en partículas de ideas sino en forma de olvido, no en brillante lluvia de espontánea geografía sino en disgregada indiferencia fundamentalista y dialéctica. Ustedes están entrando en territorios de la simbología refractaria, 4, 3, 2.






Nuestras cédulas instintivas, etcéteras de otra índole.



 
HUBO un tiempo, no del todo olvidado, intermedio digamos, en que mis fustigadores itinerarios afirmaban a boca llena, que hemos sido una cultura poco enseñada a tratar críticamente los aspectos de la propia realidad; quizá no sea la más avecinada de mis irreflexiones y exagere impunemente, quizá sólo debiera referirme en este caso a los aspectos de la memoria colectiva y la diversidad multicultural, la diseñada y la interpretada, la nutrida de insurgencias vagabundas y la encuadrada en formas ideológicas sedentarias, las típicas maneras de enrostrar lo que acontece y la fantasmagoría de las elucubraciones inmortales, en adelante “ello”, qué le vamos a hacer, no obtengo complacencia en el desagravio, me parece que es lo mismo y tal vez esté abominando de mis mayores. Pero consigo sostener aún, pese a todos mis esfuerzos redundantes, que nos resistimos sin embargo a ello, como nos resistimos a la transmigración de los sentidos por las recónditas ensoñaciones que provoca ser poseedor de una tradición robusta, de la cual sentirse orgulloso claro está.

Es decir, no somos precisamente una cultura con tradición identitaria, más allá de ciertos aspectos de naturaleza turística, y este es un juicio de valor que aprecio mucho, sobre todo porque parece estar en desacuerdo con la lógica histórica, que comprende la gran revolución constitucional del 91, desde la que se especula con nuestra gran ventaja en cuestión multicultural, lográndose excedentes privados extraordinarios en el proceso. Pero si se estudia un número suficiente de fenómenos independientes y se buscan correlaciones, es evidente que se encontrarán algunas, las oportunidades están ahí, si alguien no las quiere notar es su problema. Una respuesta que me inquieta: Si sólo tenemos conocimiento de las coincidencias y no del enorme esfuerzo y de los múltiples intentos fracasados que han precedido al descubrimiento, podemos pensar que se ha alcanzado algo nuevo y substancial cada vez que se alumbra la existencia de algo distinto; se trata tan sólo de lo que los estadísticos llaman la falacia de una enumeración de circunstancias favorables.

Un buen ejemplo de ello se descubre entre los recursos cotidianos con que contamos las personas para establecer consecuencias sociales significativas; esas amigables diplomacias de propósito y de circunstancias, por fortuna todavía escasamente definidas y, entre todo ese concierto de expectativas, algunas variantes de lo que se conoce como arte. Se trata simplemente, según lo entiendo, de un profundo deseo de hacer que caracteriza lo humano, y que se convierte en un reflejo estético, simbólico y poético de las maneras como se van moldeando el pensamiento, los sistemas de creencias, los conflictos y las formas de vida. He aquí la primera razón de este incordio literal: CÓMO dimensionar una experiencia artística sino a través de un escenario que nos atribuya, por decirlo de un modo brusco, todas las prerrogativas y atributos de su poesía, es decir, de su iniciativa creadora; su carácter íntimo, temporal, de huella mística de un algo que camina al lado del escenario que habitamos, como vigilando el ritual celebrado en honor de una invocación al reconocimiento, a la vida y la muerte, a la reacción contra lo prohibido, a lo que no es recuerdo sino realidad, a lo que arrastra cualquiera que camina por la calle.






 
Según Roman Jakobson, lingüista dedicado, entre otras cosas, a la poética y al lenguaje infantil, una de las funciones del lenguaje se esconde en las delicadas e interesantes formas de la expresión purificada por la creatividad. Ahora un procedimiento desguarnecido de inocencias, que no es ciento por ciento efectivo, tomar notas. ¿Se han preguntado en qué consiste la necesidad del arte? Por supuesto, ni más faltaba. Ya se decía en el siglo del enorme desarrollo del saber científico y se dice todavía, en el siglo del enorme desarrollo del despliegue tecnológico, “no podemos conformarnos a las respuestas aproximadas”. Basura, no hay respuesta que no lo sea, a no ser que se aspire a la revelación sobrenatural. La necesidad del arte resulta ser un misterio que abarca su desarrollo y su propia perpetuación… Lo sé, sí que lo sé, el tema nos llega a todos hasta la altura de las orejas, pero nuestra necesidad de arte es lo que deseo explorar, así que habrá mucho material para desbaratarme… EL ARTE, o la expresión artística especializada en curiosearse a sí misma, es una de las condiciones de nuestra existencia; según recuerdo Kant llegó a decir que la característica del objeto artístico que lo determinaba como obra de arte, era la de ser bellamente inútil, no sé bien si viene al caso o si es para grandilocucionar a placer (ampliar si se es afecto a despliegues palabrajéticos).

A pesar de las categorías que existen para definir la impresión que el arte nos pueda causar, hay que reconocer que para un buscador de la belleza, lo grotesco también podría parecerle susceptible de ser bello. A la belleza se la podría encontrar en cualquier parte y situación: en los brillantes y desvaídos ojos de una persona desterrada, desarraigada en lo más íntimo de su cultura, que vive al pasar la calle bajo el abrigo del cielo desnuco y mendiga pan para sobrellevar el peso instintivo del hambre. Incluso he oído que para algunos la situación más próxima al infierno que se ha vivido en las últimas dos décadas, el ya impreso en nuestra conciencia colectiva, once de septiembre de 2001, fue una gran experiencia estética y, sí, que también hubo gente a la que le pareció bella, como representación de una experiencia sugestiva o algo así. Me perdonarán la imprevisión pero no pude averiguar más al respecto; la belleza expresada en esa coalición de brutalidad era sobrecogedora más allá de mi capacidad. ¿Es el arte indispensable y por eso un rasgo particular del conocimiento humano y de sus formas de manifestarse? ¿Recuerdan aquellos personajes terriblemente interesantes y complejos que soñaban y hacían cosas para envenenar el arte y terminaron absorbidos como Vanguardias, y lo que hicieron se convirtió en arte? (estetas y críticos por este paraje).

El arte se redefine y reinventa constantemente. Me pregunto si algo puede dejar de ser arte, es obvio que no, pero me lo pregunto. Existen las circunstancias para ello, es indudable pero, la obra perdida ¿no sigue siendo la obra perdida, aún después de no poder recuperarla? Como es un acto creador, representa un acto de conocimiento, sólo que a partir de allí lo que priman son los actos del pensamiento y las emociones, el enriquecimiento histórico de cada acto vivido, por bochornoso o altruista que sea. El arte es humanidad enajenada, envuelta en misterio, por eso la obra de arte o la acción posee una niebla paradójica (ampliar, a mí se me acaba el hilo aquí, la idea ni siquiera es mía). En un ambiente hostil como el humano, el arte se vuelve una dimensión potencialmente indispensable en la construcción de un orden simbólico, que resulta primordial para el reconocimiento del mundo como un lugar habitable. Para algunos pueblos, entre ellos los más conocidos los orientales (ampliar, ídem); digamos, civilizaciones de antiguas raíces, el amor y las profundas repercusiones de su exploración corporal, rebasaron la cotidianidad a través de una especie de categoría artística, en realidad la exploración somática era un acto concebido como verdadero arte y en algunos estados socioculturales lo sigue siendo; el arte del reconocimiento del otro como lugar, de todos los otros posibles, como lugares halagados físicamente con la intención de habitar, en el mejor sentido de la palabra. Quizás esta idea fue el principio de una concepción, que actualmente mantiene su vigencia como discusión abierta, interesante y ambiguamente fértil; lo que quizá sea lo mismo que decir: ambiguamente estéril (no está de más la proyección en ese sentido, pero será en mi ausencia, pues yo pretendo hablar de otro algo que me parece igualmente importante, asomo que si siguen tal vez les parezca lo mismo, a la larga).







 
Esa postura que prima por instaurar la noción de que todo es arte, todo lo que hacemos y practicamos como reflejo de nuestras necesidades, caprichos, concepciones, represiones y prejuicios, y muchas otras cosas más… es una postura como cualquier otra y hay que respetarla, sólo por interesante, aunque resulte evidente su prosaico empatrañamiento, disculparán las fraseosidades, también en esta encrucijada se puede hacer referencia a la necesidad del arte. Yo pienso que aquí sería un poco más bien, la necesidad de reconocer esa necesidad tanto como reconocer el mismo arte, en el sentido de no olvidarse de eso que permite explorar el mundo como un lugar habitable, de que en todo lo que hacemos puede hallarse algo o alguien terriblemente necesario, más allá de la propia sensibilidad que personificamos. Es una forma sofisticada de vanidad del pensamiento, pero ¿es una necesidad intrínsecamente sicológica? No conocemos sociedad sin arte, sin alguna forma de expresión de los anhelos o temores más íntimos… Es cierto que en aquellas en las que el efecto del desarrollo, como lo conocemos y prevemos, ha producido muchas filosofías pesimistas y muchas ideas imposibles, depresiones generalizadas, irrespeto por las diferencias y genocidios; en fin, poco espacio para decidir la vida, el arte se ha visto como la forma más posibilitante de investir el futuro, de penetrar la corteza de las mentalidades intoxicadas con la dimensión de lo inadmisible como imposible, con la ausencia de intereses, bla, bla, y con la superficialidad de los esfuerzos, el hastío y la desidia pérfida…(explicar, ídem, el arte es ambiguo).

Y estas mismas realidades, indeterminadas excepto por la proyección histórica, han promovido el arte como representación, a la categoría de origen de nuevos modos simbólicos, de nuevos modos de hacer sociedad, de hacer su identidad. El paso de una identidad a otra o la famosa construcción de tradiciones, es uno de los rasgos más característicos de las sociedades de las que hacemos parte y que ayudamos a deconstruir permanentemente. En su afán por actualizarse, por ser competitivas, a la delantera, nuestras comunidades humanas incorporan aspectos culturales y los van invistiendo poco a poco de… de tiempo, energía y simbolismo, en una de sus representaciones más categóricas: publicidad. No tenemos que profundizar todo el detrimento que causó al arte las ideologías comunistas extendidas al nivel de gobierno totalitario; sin embargo ese detrimento también sirvió a los artistas para construir propuestas codificadas, no nos vamos a mentir, si quieren pruebas investiguen. De alguna manera este conocimiento se convirtió en persuasión, en señales y signos que seguir, en nuevos valores simbólicos, en absolutos lenguajes. Pero los rasgos funcionales del arte al servicio de la publicidad o la propaganda, parecen ser las mismas al servicio de la sensibilidad colectiva, de su depresión o exultancia, es decir, sospecho que no dejan de ser las mismas, pero con un tratamiento diferente (explicar, ídem). Nuestro presente, al menos hasta donde me alcanza la imaginación, es una realidad de consumo puro, nos consumimos hasta nosotros mismos, y contradictoriamente es un presente conformado por una realidad en la que las personas que lo habitan, tienen menos posibilidades de ser productivas (explicar, puede ser un chiste sospechosamente adecuado).

Algunos creen que eso se traduce confrontación inecesaria, en más violencia, y en formas de arte originales de paso, en culturas enteras marginales, drogoafectas o drogofóbicas y de allí, del esfuerzo categórico por contrarrestar la violencia, por encontrar un derrotero para la razón extraviada, hasta las formas culturales marginales hay suficientes movimientos para abrir un paréntesis (ampliar, ídem, no todo puedo hacerlo yo). En un presente así, la acción está concentrada en el goce y en el disfrute y muchas cosas se vuelven deseables y objetos distintivos de un estar bien, de un ser alguien que está bien. Una valoración de lo estético nos permite construir o adoptar un modelo apropiado, el conocimiento organiza los impulsos entusiastas, nos deleitamos en la provocación. No importa si adoptamos o asumimos ese modelo con cautela o con discreción, es consumo, pero lo gozamos, no podemos decir que no. Algunos lo han llamado repliegue narcisista, otros moda, el placer de la moda, dirigida por las instancias de la publicidad, otros lo llaman esteticismo. Yo lo veo como una ruptura redundante con la realidad impuesta, una rebelión cómoda, la búsqueda del “estilo”, que sin embargo millones compartimos, y me refiero más al sentimiento de grandeza que provoca el reconocimiento en algo deseado, algo que no obstante no puede ser único pero que sí puede ser exclusivo, pues no sólo debe ser deseable sino alcanzable, y sólo necesita destacar en medio de la monotonía de los deberes (explicar juicio de valor si se piensa lo mismo).

Se cree que esos estados de comodidad no producen demasiada autocrítica, incluso algunos creen que no produce la suficiente y que cierra los sentidos a la miseria que permite ese tipo de estados, a la miseria necesaria para que existan estos estados exclusivos, esta superabundancia del consumo, esta supervaloración de lo estético que representa nuestro modelo de estar bien, nuestro modelo de bienestar; pero en algunos sentidos suele ser implacable… Ese modelo de bienestar no es sólo más difícil para más gente en el mundo, a medida que hay más gente, sino para más gente joven, en lógica consonancia con nuestra proliferación un poco descontrolada, para la que el vivir puede significar, más allá de toda duda razonable, el tener que estar conectados con esa filosofía del consumo, hasta absorbernos en ella por completo. Para los que la filosofía del consumo es una necesidad ineludible y al mismo tiempo amenazadoramente insostenible (para ellos, pero también para todos), el futuro es un tiempo amenazador; el presente, aunque no siempre sus consecuencias, cobra todavía más valor y más valor lo que se hace en él, es decir, lo que se hace en él sin la proyección de lo que deviene con el futuro. Tal vez por eso ha cobrado tanto valor el arte de intervención, el happening, el performance, más bien tal vez por eso es que el arte ha tomado esa forma, y que a partir de allí se extienda la idea de que todo puede ser arte y de que efectivamente todo lo que hacemos lo es, a tal punto que ya no importa mucho preguntárselo, que más bien lo que importa es el vivírselo, el confundirse con el arte, el ser nuestra propia obra, por decirlo de algún modo.







El asunto problemático es que de no intentarse un futuro real, no se podrá hacer nada con la sociedad, y el arte pasaría a ser el sueño de una era condensada en posibilidades derrochadas, ¿dramático? (ampliar si se es aficionado a la ciencia ficción o alas novelas detectivescas). Esto no quiere decir que 2.0 no se esté haciendo nada, a un lado las ingenuidades, hay gente provocando sinnúmero de acontecimientos verdaderamente interesantes, llevando la capacidad de gestión a un nivel casi sublime. La cuestión que inquieta a muchos en esa dimensión que llamamos “el mundo actual”, con sus problemáticas actuales, es el por qué se masifica algo cuando millones evidencian al menos sus características más reprobables?, cómo puede ser masificado algo que crea menoscabo para el propio bienestar? Quizá por que serán otros quienes afrontarán las más duras consecuencias. Apurados como estamos por necesidades e inminentes desafíos a un nivel tecnológico, geopolítico, medioambiental… ético, de insurgencia, etc. nos vemos obligados a tomar decisiones y afrontar esos retos sin estar muy seguros de lo que hacemos o de cómo lo hacemos. Lo que quiero decir es, tal vez, aquí entre nos, que quizá sí fue cierto el que los niveles de especialización científica, conformaron un universo de dependencia cuasi irrefutable, a tal punto que el privilegio por ese sistema transferidor de consumo, tan acelerado que resultaría difícil meditar sobre ello, simplemente se desbordó. Genuino (para quienes buscan oro puro con que circunscribir sus best sellers ampliar cada línea).

También podría arriesgarme a comparar esa virulenta actividad con una posible evolución de lo que Marx llamaba: el fetichismo de las comodidades; Pero sería demasiado para mí, me quedaré pues, en que al desbordar nuestra capacidad de entendimiento, el microchip y esas otras novedades estructuralmente autónomas como la energía nuclear, el sistema de conocimiento forjó un nuevo orden simbólico, que abarca nuestro tiempo presente bajo una identidad conocida como posmodernidad. De ahí partió gran parte del desorden contemporáneo de competencialidad. En este nuevo orden, sea lo que sea dicha artimaña, legitimada por los medios y que tanto placer nos da, existen tantas interpretaciones válidas confrontadas con la necesidad de señalar, en la medida de lo posible, en qué se basan exactamente, y aún podría declararse incipiente que la identidad de este nuevo orden es una paradoja, pero ¿qué no lo es o se basa en paradojas? Ya que todas esas interpretaciones también se ven confrontadas por ellas mismas, por su propia ilusión de validez, dejo con la tarea de ampliar a todo aquél que guste de la intrepidez histórica. Entenderán la rudeza de este plegamiento inquisitivo una vez, una vez que hayan trasegado la ignorancia, porque una sociedad que no conoce la historia, no tiene pasado ni tiene futuro, y quien no esté de acuerdo, si ha llegado este vocablo y se saltó la última trasantepenúltima línea, ya sabe qué hacer.

¿Hay que conservar lo que queda del planeta para las próximas generaciones? La respuesta parecerá obvia, sin embargo posee abundancia de aristas dialécticas. Es decir, bueno, sí. Pero también es cierto que demasiados puestos, muchos quizá innecesarios, dependen ya de esa premisa, se justifica un número tan enorme de dependencias relacionadas con el manejo racional del ambiente y el desarrollo de tecnologías limpias, que muchos “enemigos” del espíritu conservacionista ironizan, con cierto tino, que pronto sí va a ser realmente inexcusable considerar la protección forzosa del medio ambiente, pero el medio ambiente de los conservacionistas y de la nueva burocracia verde (ampliar, a quien le gustan las intrigas burocráticas y ligar con entidades gubernamentales). El ser humano siempre ha querido vivir, sin importar las condiciones, afrontémoslo, y afrontemos también el hecho de que sólo una manada lo suficientemente loca se atrevería a intentar conquistar la vida en otros sistemas, estamos muy atrasados con relación a la fantasía. Ese es otro de los rasgos de la posmodernidad a boca llena, la fantasía ha pasado a tener un lugar en la escala inmediata de la realidad, haciendo parte de su temporalidad.

Así que tocará partirnos el alma aquí, o a las futuras generaciones, cada vez peor hasta que se apague el último suspiro de nuestra presencia (armagedones y apocalypsis, con terminators y demás por aquí). ¿Son necesarias las mediaciones internacionales? Es posible, pero lo realmente cierto es que justifican muchos empleos que no se justifican lo suficiente ellos mismos, un vistazo a las ONG´s dispersas por todo el orbe terráqueo ha insignificar una interesante perspectiva, pues en aquellos países donde funcionan sus oficinas centrales, donde se considera que han sido originadas, existen profundos conflictos similares a los que se ufanan de resolver por el resto del mundo, y de los cuales no se ocupan sistemáticamente, en un despliegue de hipocresía diplomática de lo más selecta (libertades y reticencias pormenorizadas y escandalosas, compañeros). Para muchas personas es un pernicioso y prefabricado futuro con el que tienen que cargar las generaciones esas, una especie de estigma impuesto. Que se me perdone el banal e impreciso por ejemplo, adornado con un proverbial deduzco; en los países nórdicos de Europa, el fenómeno de las relaciones humanas es mediado por una vigencia, robusta todavía, de seriedad valorativa, de un formalismo que aísla o atenúa lo que Tolstoi llamaba: “el contagio del sentimiento, y por eso depende todavía más del arte”. En metrópolis y ciudades grandes lo que aísla no es precisamente el tamaño de la ciudad sino la rapidez con que se pobla, la rapidez con que nuevas comunidades se inscriben en determinadas tradiciones, o las fabrican para construirse una forma de identidad, y la rapidez con que estas se rompen; más que extrañar la pérdida de una comunidad en permanente deconstrucción, lo que se extraña es la pérdida de la comunicación (planeta Freud por estos lares).








Pero la participación en realizaciones culturales colectivas puede estar adquiriendo el valor adicional de arte como una forma de conocimiento, que permite concebir la situación a la que se enfrentará una sociedad en su futuro inmediato, las actitudes que debe cambiar de acuerdo con su modelo impuesto, con el mundanal envión de las circunstancias, su deterioro, su potencial autosuficiente, etc. Se dice que para transformar el mundo, las actitudes, los medios de supervivencia, se debe poder visualizarlo de maneras distintas, y eso es precisamente lo que permite el arte, visualizarlo de formas y maneras distintas; el arte tiene capacidad polifónica y eso se traduce en un efecto crítico metastásico sobre el pensamiento. Si estamos de acuerdo en que el pensamiento se encuentra cada vez más especializado, o más organizado en función de esa especialización particular, el papel del arte se torna todavía más complejo y delicado. Sobre todo a la luz de las nuevas investigaciones sobre la participación del cerebro en la creación de formas de arte, que curiosamente coincide con el ascenso de categoría de variados géneros bióticos, de biodinámica compleja, en ese preciso sentido, al advertirse la participación de muchas especies de animales en la creación de bellas formas de un lujoso esparcimiento, de calibre manifiestamente artístico. Una vida artísticamente productiva según este planteamiento, sería una vida abierta al debate, al conflicto teórico en todos los ambientes salvo la confrontación con fines destructivos; habría una identificación directa con el mundo, existir en él tendría un valor agregado para aquellos que no pueden o no quieren alcanzar el modelo: participar en el mundo con su pensamiento, la posibilidad de cuestionarlo y generar, y proponer estados deseables alternativos, como guetos, pero en el buen sentido; atractivas formas de evolucionar y no sólo bacías formas y rudimentarios mecanismos para hacer evolucionar un sistema determinado.

Ya sé que suena utópico y hasta un poco desquiciado, la vida es un poco desquiciada, pero muchas cosas avasallantes sonaron así antes de ser intentadas, los movimientos contraculturales, ¡uy este ya va a empezar a hablar de los movimientos contraculturales! (por aquí camaradas), los movimientos contraculturales se propusieron detener un conflicto armado a kilómetros de distancia con marchas pacíficas, que las hubo, y RockandRoll, y lo detuvieron. Se propusieron romper estereotipos segregacionales y los rompieron, se propusieron obtener un lugar digno para las personas marginadas por algunas de las innumerables prácticas impunes, de carácter prejuicioso contra el género más valioso de la humanidad, y lo obtuvieron y ahí van, modificando el mundo. En toda esta evolución, los visionarios fueron un factor determinante, pero también lo fue el arte, en la medida en que permitía a estos visionarios adentrarse en las profundidades de un mundo posible. Posmodernidad puede llegar a significar que el carácter funcional del arte, como revelador de formas distintas de ver el mundo, puede ser aprovechado por todos y no sólo por unos cuantos visionarios; que el estilo de pensamiento analítico puede ser el estructurador permanente de la vida social, de las relaciones humanas, de las posibilidades creadoras y de los impulsos mismos del pensamiento crítico, sin que necesariamente implique una fría variante de sinónima auto¬aniquilación.

Un pensamiento es algo así como una especie de principio innato con el que la mente configura sus percepciones y hace inteligible la experiencia. La experiencia podría ser la combinación particular de las diferentes formas a través de las cuales se hace evidente el mundo. Algo es cierto, vamos para algún lado como humanidad, la pregunta es: ¿vamos todos en el mundo globalizado o es un neo¬fetichismo de las comodidades? ¿Nos convertimos en una muchedumbre solitaria y depresiva que compensa su ineficiencia creativa con un consumo indiscriminado de activismo?, no faltaba más. Perdonarán la desconsideración dialéctica de alguien que tampoco da la horma. Y si el arte transforma nuestra manera de ver el mundo ¿no es por eso mismo que adoptamos dietas más sanas y hacemos ejercicio? ¿No respondemos a una determinada valoración estética, no nos hace la práctica de una valoración estética corromper con frenesí el séptimo mandamiento? Tal vez en términos de la construcción del proyecto pensamiento humano, por el hecho de intervenir de manera tan decisiva ese mecanismo cultural llamado tecnología, hasta tal punto de entrar a convertirse en nuestra prótesis social por excelencia, la valoración estética pase más desapercibida, pero lo cierto es que allí también se forja un modelo de “campo de juego” para nuestras facultades y por tanto, originarias de nuestras facultades mismas, como condición para estar en él. Me gustaría trenzar en este final una frase de Oscar Wilde “Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad, si lo hiciera dejaría de ser artista“.



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