La condición

La condición

miércoles, 15 de agosto de 2012

GOOD MORNING, SORROW



El silencio forma una presencia espesa en el comedor de una casa escrupulosamente nueva, en la que dos humanos traban sociedad o al menos realizan su mejor intento. El mutismo temprano de la pareja da paso, sin reparos, a las primeras luces de un día cotidiano, azaroso como todos los días que comienzan en medio de alguna paradigmática y forzosa movilización, de esas que no incluyen necesariamente lesiones indelebles. El frío de la noche recién fallecida parece cobrar una forma inhabitual entre los dos huéspedes mutuos, los cuales comparten aquél territorio que, renuente a las aprensiones habituales en los primerizos, no se decide a llamarse hogar todavía. Ambos, hace un buen fragmento de tiempo, vienen ejercitándose en la espinosa tarea de fotocopiar sus propios genomas, en una grafía que los haga sentirse orgullosos de la amalgama evolutiva que los compone.


Si bien entre los dos desprevenidos peregrinos no poseen la proporción de experiencia suficiente, como para dar rienda suelta a los pormenores lógicos que toda crianza humana implica, se han empeñado, malevolentes, en continuar con la íntima utopía de los siglos anteriores, consagrados casi en su totalidad al perspicaz equilibrio balsámico de una demoledora arquitectura procreativa, consistente en originar homogéneas muchedumbres que al cabo de unos pocos años, entran a engrandecer las vigilias memorables de la maquinaria auto-destructiva, aquella que cimenta las colectividades de la que hacen parte aquellos dos infelices que ahora, en medio de una mañana despojada brutalmente del asombro que confiere la existencia, trazan el objetivo de resguardarse en la más benigna de las suertes admitidas, una pretensión también analgésica y con pormenores a la deriva de la desfachatez, pero sin importancia práctica, excepto porque hasta ayer todo iba de maravilla.


La armonía posee una propiedad enajenante, contiene su propia antítesis en la exigente continuidad que demandan sus cuidados. Hoy es otra historia, uno y otro permanecen en un estado de sigilo involuntario, que nutre el afásico reposo de las primeras horas con un aparatoso ensamble de premuras, huérfanas de todo objetivo. Ciertamente no se trata del hermético preámbulo que rodea con suavidad el inicio de una vivaz celebración, si bien podrían tener mucho que festejar, entre otras cosas porque son jóvenes, un aspecto significativo para cualquiera de los dos; también han descollado con cierto éxito cada cual en lo que le corresponde, y por si fuera poco poseen el excepcional título de progenitores, lo que a ambos les confiere cierto prestigio oficial. Pero en las últimas 24 horas han tenido que encarar el extraño designio de los elementos. Y es precisamente el desconcierto lo que termina por franquear ese oprimido escenario doméstico, en el que se embrolla el tácito dilema de un desayuno desamparado de toda dignidad, justo un día después de que por accidente dejaran caer al primogénito desde la capota del auto.


¿Qué esperar de un trance semejante cuya elocuente ironía no acaba por desmadejarse? Ninguno se atreve a hablar, la culpa y la cortesía se amalgaman en una babaza incorpórea, que resulta intrépida contra la desmesura de los nóveles patriarcas, y va creando una dimensión propicia a los ensambles pusilánimes del aliento vital. Uno de los dos tendrá que poner fin al absurdo estado que los envuelve; pero poner fin a algo siempre implica dar comienzo a otra cosa. Finalmente el menoscabado primogénito clama por un exiguo trozo de presencia, que alguno de sus ineptos verdugos episódicos, no le importa el cuál, deberá soportar, provocando con el bullir de sus estropeadas lágrimas, que el pegajoso derrotero hasta ahora insuperable, estalle junto con el desmadejamiento de la afligida sangre, cuajada por el prematuro escarmiento de ambos linajes. La pareja se mira a través del opalino lustre de su núbil desdicha, y liberan, infantiles, una estruendosa carcajada que ahoga al unísono los lamentos del infortunado chiquillo.


Bogotá, abril de 2012.

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