La condición

La condición

miércoles, 15 de agosto de 2012

Desapercibido



Hace cierto tiempo recibí una invitación más que interesante, para un seductor proyecto de hipermedia, realizado a partir de una célebre inquietud académica, en el marco de los programas de Comunicación con énfasis virtual, pertenecientes a una acreditada universidad del sur de la ciudad de Cali. Consistía en intervenir un texto polifónico para la página de escrituras creativas “http://besacali.tumblr.com/”; si no me equivoco el objetivo gravitaba en disolver las nociones primitivas de un autor, lo cual a mi modo de ver, se logró impecablemente. Aquí mi humilde contribución.



"De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada…
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo".

Arthur Rimbaud



Nadie sabe a ciencia cierta lo que se teje en la puta mente del mundo. No es que tenga una propensión por adjudicar a las cosas propiedades que no alcanzan a existir por sí solas, tal como lo veo lo siniestro no es otra cosa que un decoro para con lo poco que nos importa, que va a tener que vérselas con nuestras miserias esparcidas que no fuimos capaces de arrojar a la prudente distancia del olvido. Contrario a lo que se cree, son los donnadies los que se estancan con su propia identidad. Si alcanzas algún tipo de reconocimiento obtienes un disfraz que dejará falsas huellas una vez abandonada esta trampa existencial que desvela más de una conciencia. Si no, entonces eres aquel pobre diablo que nunca te negaste a ser y quedas atrapado en la maraña de insulsos pensamientos que embuten las farolas de quienes pretendieron estar al cabo de la calle, esperando ver con deleite cuando se te acabara el combustible. Lo que no te deja es no querer amenizar ninguno de esos estorbos que se hacen llamar fulana de tal, zutano de cual.

Pero esa parte ya la conociste, súmale entonces que de vez en cuando aparece alguien que no te importa un culo, alguien que puede prender la mecha humedecida de orín si te da la gana de permitírselo y entonces recuerdas tus miserias y sabes que aparatosamente no te has equivocado, que eres una suerte de intuitivo maligno. Te dejan de importar las putas concepciones de la distancia, dejas de pensar en las ventanas que miran hacia ninguna parte. No es que la hediondez se haga más tolerable, realmente se hace atractiva la idea de una alimaña más en la grieta que has elegido para esconder el obturador de los desmanes que ya no te van. Y así es como comienzan estas burdas parodias de zombi, dejas entrar la idea y sólo te la sacas de la cabeza metiéndola en otra. Te implantas una demora para dejar furtivamente algunos rastros de ceniza tibia que chamusquen la basura que otros hayan dejado y cuando los primeros brotes del temperamento resabiado empiezan a salir, los arrancas con los dientes y expones el cuello desnudo para despertar ese instinto depredador que provoca el insomnio turgente de la avidez desesperada.

María Antonia Cabal fue la sentencia que me escupió el crédulo embrión que pretendía hacer arqueología con las liendres fósiles de mi cabello, ese tipo de descuido siempre atrae un tipo de mujer que busca hondo. Lo primero que se me vino a la mente fue: Abajo tengo algunas vivas que te gustaría explorar de cerca, también huelo que eres de las que no nació para dejar una puta huella y no te gustan que te llamen ¡Muñeca! Lo último me gustó, como la última parte de su nombre, sonaba a que podría haber lance, a graciosa ironía de la estupidez. De inmediato me di cuenta que ya tenía que escurrirme la idea, que no iba a ser tan fácil dar media vuelta y dejar entre renglones el frenesí que con sus ojos prometía decir con su boca chica, que quizá no era tan chica pero que de seguro no había aprendido todavía a balbucear ninguna insolencia que valiera la pena.

Se dice con demasiada ligereza “la primera impresión…etc.” Eso sólo vale si tienes dotes para creerte un Auguste Dupin, en mi caso no adolezco de cierta indiferencia que sólo sirve para llamar la atención de la única forma de escepticismo que realmente me importó en la vida: la curiosidad femenina. Fue algo que aprendí mientras caducaba voluntariamente mi perseverancia congénita a desenredar las anudadas madejas viriles con que se amarran las voracidades más primarias. La mayoría de los hombres son unos pelmazos, las mujeres no se quedan atrás pero despiden ese potencial con mayor furia, lo cual también puede terminar fastidiando, pero nunca se sabe. Quizá esa noche estaba para que me encontraran, pero no habría sido necesario un especial estado de ánimo, pues esta párvula de alma dejaba bien claro que no tenía la menor intención de irse sin envenenar un poco su instinto, con lo que tal vez pensara era el apócrifo drama de una existencia agusanada. Lo bueno de esos encuentros es la oscuridad de las intenciones, nadie se percata pero resulta escamador que sientan la obligación de hundirse un poco en la pestilencia subterránea que despides.

No resultó difícil pasar de las cosas insulsas a la grandilocuencia caótica de los lúbricos eufemismos con que nos enmascaramos la timidez, y ya que a decir verdad, María Antonia era poseedora de una cierta lucidez invasora que le permitía situarse al margen de las convenciones y ver de cerca que no se dispone realmente del tiempo que se puede pasar inventando simplezas gastadas y retintines estériles, nos extraviamos lo mejor posible con lo que había a la mano en sacar el mejor provecho de lo poco que realmente nos apartaba. En dos segundos le extirpé todo lo que creía conocer sobre la vida, todos los parásitos que se había pasado debieron saltársele a los intestinos con aquella primera sacudida. Es curioso que sólo nos percatemos de lo que somos a través de un otro y que eso no nos cause mucha vergüenza. Un poco de yerba, algo que parecía éxtasis y el mejor esperanto que puedas arrancarte, con una tipa que se desase con tal desparpajo de los burdos tirantes con los que la pelusa de un progenitor frustrado procura inmovilizar el magnetismo del cuerpo que no puede poseer. Era la asomada al vacío que necesitaba.

Por eso siempre regresó, al principio se esquiniaba la verdad, pero se hizo flexible a medida que mis ley la moldeaba, necesitaba destruirse y rehacerse cada vez, había caído en el vicio divino cuya escapatoria o plenitud es la muerte. No se necesita estar dispuesto a llegar lejos si se tiene el miedo suficiente de quedarse corto, y ese era precisamente mi temor. La primera y la única vez que me volví mierda, porque nunca restituí mi antigua condición, fue por una mujer capaz de tocar fondo y hacer un agujero en él para liberar los malnacidos cuervos de la duda. Yo no llegué tan lejos esa vez y eso me trastornó las entrañas, seguí irresoluto, detenido en el camino hacia ninguna parte. Pude haber estado más conforme con la idea de seguir hundiéndole el alma a María Antonia, hasta las arcadas del Cabal, que alguna sombra había prometido, pero era un acaso que amanecí mirando de lado. No es que me disgustara del todo la idea de forrarme con la piel de un envase enrarecido con mi propia atmósfera, incluso le había alcanzado a tomar el gusto, simplemente quería demostrarle hasta dónde debía ser capaz de llegar.

Lo único aceptable de este tipo de confusiones es que llevan un cierto aire de desventura y un cierto tiempo, el necesario para saber que estás en una trampa y que debes salir cuando se presente la oportunidad, la primera la puedes fabricar, la segunda quizá nunca llegue. Lo virulento estiva en las variaciones, en medio del sueño circunstanciado del opio no existen las contraseñas, es el fuego negro que abraza definitivamente la inconsciencia, y la sorpresa como el encanto, se extingue fácilmente. Al final dejé de hacer lo mío y fuimos tirando lo mejor que pudimos, no nos hacía falta sino lo indispensable. Para no precisar, se puede tener así de simple una idea equivocada de lo que eso significa y ello parlamenta con pasmosa nitidez del monstruo que florece bajo tus ropas. Poco a poco nos fuimos hundiendo en los detalles de una bruma mutua, posiblemente sin saber dónde estaba cada uno, fuimos relegando lánguidamente lo que quedaba de los dos hacia la mitad de ninguna parte, tal vez con la esperanza de encontrarnos. Hacia el final una idea inundaba retórica la última bocanada de mi constreñida residencia, un vago fulgor iluminaba en una perspectiva próxima, adiviné que habíamos tropezado algo genuino, colindante a nuestro encuentro.

Un día desperté y estaba ahí con sus párpados medio cerrados y profundamente dormida, el espantoso carnaval de la humanidad estaba en su apogeo y no había nada al alcance que hiciera soportable el agrio aturdimiento de los sentidos a punto de despertar, habíamos levantado vuelo y nos habíamos quedado sin combustible, podía interpretarse como una congruencia geomántica o alguna mierda por el estilo. Las cosas no duran lo que tienen que durar, se hacen defectuosas desde el comienzo para que se acaben antes y poder sobrevivir a ellas, María Antonia Cabal quería tocar fondo, lamer con fruición el culo de algún ángel menor caído, yo hice lo que estuvo a mi alcance, rindió lo suyo, no escatimé los caducos resabios involuntarios de la lujuria, pero estos terminan perdiendo el filo y aunque la mente esté destruida, un cuerpo puede salir intacto de todas las profanas obscenidades que se le ocurran a una imaginación gastada, enjuagada con la sangre enfurecida de su precio y algunas costras de indecencia.

Ya estoy de vuelta, mi perspectiva no ha cambiado, es una emoción a la que hay que engancharse con la misma energía con la que te enganchas a esta ruina que palpita y en la que quisieras profanar tu último chance de súplica, ya he visto el postrer murmullo de la realidad, eso y otros gemidos menos dignos de omisión, no te pierdes de nada. No hay nada que puedas hacer. Llámalo como quieras, te atreves o no, le darás vueltas al asunto si no tuviste con qué, vuelta a la página en blanco y sin conmiseración o te corroerás conmigo en el sedimento letrinal por el que decías desvivirte. Tú decides ternura. El metal ya toca mis dientes y la corrosión del aire se estanca por un instante en la punta de mi lengua que palpa el borde plano del cañón, sólo puedo concentrarme en tu rostro que se escurre entre el último gesto de inocencia, mis manos vacilan. El arma pesa lo suficiente como para estar cargada, pero siempre hay que asegurarse. Los tendones se niegan a responder a ciegas, veo tus ojos aparecer bajo unos párpados que invitan sin querer. Un pálpito estremece con violencia una sangre ávida por desaguarse… Ya está.






Para ver el proyecto completo:
http://besacali.tumblr.com/

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