Nota aclaratoria: Siguiendo un hilo
más bien perezoso en el tratamiento de los temas que se encuentran en cuestión,
he utilizado en mi favor las actuales circunstancias hipermediáticas de la
comunicación y del lenguaje. En ellas los averiguamientos para suministrarme la
información y las referencias, basadas en las cuales auguro sobre las diversas
singularidades mencionadas, y que del mismo modo desconozco, se fundamenta
básicamente en una juiciosa y subrepticia plagialidad
del estado del arte.
Nota de lectura: En algunos tramos
de esta especie de pseudoadmonición tipo recodo a la deriva, se aglomeran
ciertos despojos cauterizados de un corpus más o menos amplio, en general de
dominio público, su advenimiento en este caso podría resultar discutible,
incluso más allá del escrúpulo académico.
DISPERSIONES
Hace relativamente poco tiempo, apenas el fértil
asomo de un castañeo subconsciente, pude ver -con escueta diferencia podría
decir “contemplar”-, cómo asomaba de su casi inadvertido sueño de décadas, uno
de los proyectos más significativos para mi efímera percepción de la
existencia, lo cual no resulta demasiado importante de no ser porque, con
presunción de objetividad, no debo ser el único... Me refiero al remake de Cosmos,
uno de tantos a decir verdad, y que suspicazmente pretende ser una de las
reminiscencias más memorables de aquél grato bosquejo de Ciencia aplicada,
cargado de pertinencias documentales según lo que recuerdo. Si bien me pareció
que se manifiesta algún traspiés de más para mi gusto excesivamente
escrupuloso, quizás ineludible en la aligerada dinámica contemporánea, aquello
bastó lo suficiente como para revivir casi a flor de piel mi trivial
curiosidad, todavía precipitosa, por los fantásticos y espinosos recuentos de
un trasiego apretujado de sombras inefables y no pocos relámpagos de confusión,
lo que algunos estaríamos dispuestos a llamar de buen agrado y con una sencilla
disposición de ánimo: la Historia. En la breve tormenta del intelecto que nos
compete, se agita el eco de un grato o quizás ingrato recordatorio, el de un
pasado compartido que habría que conocer.
Hasta donde se piensa que podemos deducir y dentro de
lo que se puede definir como existencia, ocurren fenómenos de naturaleza
extremadamente singular, que con el transcurso del tiempo y
los refinamientos idiomáticos hemos llegado a llamar cognitivos -además de usar
otros términos, astutos de nosotros-, los cuales nos permiten interpretar los
asuntos que por una u otra razón nos llaman la atención. Lo interesante de este
aspecto del mundo humano, o una de sus interesancias, es que la
conjugación de sus componentes resulta susceptible de ser organizada, hasta
cierto punto, al menos en la dimensión abstracta y hoy casi rezagada del
pensamiento aristotélico. Pero también resulta importante porque involucra los
límites, intuidos más como horizontes que como fronteras, de las capacidades
didácticas de que disponemos para entenderlo todo. Supongo que no tenerle miedo
a buscar las respuestas no es lo mismo a no tenerle miedo a la posibilidad de
encontrarlas. Imagino sin mayores dificultades, que lo último está relacionado
de forma más directa con las estructuras de soporte especulativo que conocemos
con el nombre de Ciencia.
La Ciencia nos involucra a todos en la medida en que
es el compendio organizado de los intereses que presentan una dimensión común.
Una de las ideas que se expresan en el proyecto de Carl Sagan -para no perder
la insinuación de una vaga idea esbozada en el primer párrafo-, infiere que los
moldes de la vida estarían, en teoría, por todas partes y que, eventualmente,
se ocasionarían fácilmente, aunque no podamos entender todavía cómo lo hacen,
ni siquiera en nuestro propio ambiente. Pero algo que sí sabemos es
que, salvo raras excepciones, también se deshacen con relativa facilidad. Los
organismos encuentran su forma de sobrevivir atrapando en sus sistemas la
energía que precisan, lo hacen de manera autónoma y a veces por medios tan
primarios como sorprendentes. Algunos organismos simplemente cosechan luz, de
manera directa, convirtiéndose en el soporte de la vida, donde esta depende de
ella; otros organismos entre los que se encuentra nuestra especie son
complejamente parásitos de los primeros. Este simple enunciado me lleva a
intentar explorar, en cuanto me percato de la posibilidad, algún que otro tramo
de la complejidad que nos habita. No obstante, basta con que uno se interese
por algún tramo para que se disperse la potencia intuitiva que
procede de nuestras contradicciones. Tenemos tendencia al protagonismo.
Sin embargo dicha complejidad habitacular,
al menos en la extensión no ignorada de “nuestro” planeta, no hubiera sido
posible si no hubieran existido los asombrosos entramados entre las naturalezas
física y química de los elementos primigenios. Ahora bien, que existan unos
elementos primigenios parece tener una relación especial con un alter-entramado
rubicundo, un tanto externo a nuestra percepción de la cotidianidad. Sin
embargo –y este segundo sin embargo promete alargar de manera
superflua la extensión de este comentario-, parece que no hay nada en nuestra
vida que tenga mayores consecuencias cotidianas si terciamos por allí. Una
especie de adagio adoptado, a última hora y a regañadientes por la Sicología
aplicada de finales del siglo XX, que acrecentó su perspicacia en los sumideros
novecénticos de una Antropología de lo inefable, enuncia, exagerando un poco,
que reverenciar al sol y a las estrellas tiene al menos un sentido, ya que al
fin y al cabo somos su producto indirecto. A pesar de que esa es una idea que
alcanza a ser revolucionaria, al interior de la catarsis duelada que
abarca nuestro tortuoso aprendizaje colectivo, si se puede llamar así, se ha
admitido de manera más o menos generalizada, que las respuestas a los porqués pueden
y suelen tener más de una explicación convincente, dependiendo consecuentemente
de los intereses implícitos de la cultura dominante y de los grados de fe
implícitos.
Como se sabe o se especula con mayor o menor
suspicacia, para algunas culturas y quizá la nuestra deba incluirse, la verdad
puede no ser otra cosa que una alucinación muy bien argumentada, o acaso (para
otras culturas) la réplica pasiva de una ignorancia muy bien administrada.
Intentar conjurar los muchos siglos de ostracismo dialógico ha sido, en algunos
casos venturosamente contrariados, el propósito de algunos sistemas
explicativos del mundo. A lo largo y ancho de nuestra fugaz historia
registrada, las diversas ideologías, similares en vastos sentidos a lo que
llamamos Ciencia, han competido encarnizadamente por obtener el dudoso
monopolio sobre los derechos de verdad, y cualquier aspecto que les facilite lo
que podríamos llamar una verosimilitud estructural de sus
planteamientos. Se trata de un material que resulta susceptible de
convertirse en trasfondo enajenado de la intolerancia, en un elemento de
cohesión que en algunos casos puede ser utilizado con el propósito de excluir.
Hay que reconocerlo, nuestra forma poética de plantearnos el mundo ha probado
tener abundantes puntos de convergencia con destacables mecanismos de
meticulosidad. Tal vez ahora –un simple ahora sempiterno en nuestra humilde
escala existencial- nos encontremos develando, a la manera en que los
renacentistas andaban descubriendo los mediterráneos pensamientos hoy llamados
clásicos, las potentes cargas de verdad en afirmaciones y sistemas de creencias
que en una época, más bien reciente, todavía solían ser consideradas
parafraseos balbucientes de incidental relevancia, cuando no descarados
anatemas al orden establecido.
Como si dado el momento, pudiéramos hacer a un lado
los argumentos desdeñosos que ponen en primer plano las cargas místicas de
aquellas cosmovisiones y, en seguida, en vez de despreciarlas categóricamente,
como si de planteamientos filosofístcos –y por lo tanto desautorizados- se
tratara, aspirar a una lectura semejante, o limítrofe, con la que pudieron
pretender quienes las construyeron; llevados a suponer que tal vez ello nos
permitiría establecer y patrocinar el interés crítico, tanto a favor como en
contra, de las tendencias de ciertos sistemas de dimensión exclusivamente
política, cuya participación en la historia sólo es entendida, por lo general
en términos autorizados, cuando deslumbran por su ausencia en pleno mediodía
los más mínimos matices indulgentes, en el a veces forzoso batir de alas de la
clarividencia gubernativa, a partir del deseo de homogeneizar y contener el
pensamiento en una sola manera de interpretar. Y ahora que ya hemos entrado en
calor, me gustaría imprecar con unos cuantos párrafos propensos al
desentusiasmo, una vieja y repentina visión de lo que tal vez somos, y que me
ha venido a la mente, como la húmeda envergadura de una temática esquiva. La
titularé sin mayores sentimentalismos:
Se nos ha dicho que lo que hace la vida interesante es
el conflicto, que los inconvenientes y el cómo los resolvemos o salimos de
ellos es lo que realmente importa, que las magnitudes de nuestras problemáticas
establecen las dimensiones a las que podemos y debemos aspirar, que nuestros
sacrificios o lo que podría llamarse el calibre de nuestra persistente devoción
a mejorar, ya se trate de fenómenos trascendentes o no, sobrellevan el
prestigio de una especie distinguida en términos generales por el designio de
la reflexión, aplicada o no, y que a ello se debe sacrificar incluso la vida
misma si resulta necesario. Pero ¿qué es realmente lo que se enuncia en un
postulado de esta naturaleza, tan sutilmente radical y plausiblemente
ideológica? ¿Quizá que lo que lo que más importa en la vida es el respeto a lo
que se nos ha dicho? Seguramente que no; pero ¿y si la adhesión social se
simplificara en un si hubiera más armonía en el mundo, en el
sentido de una aquiescencia solidaria, seríamos más felices? Voy a tantear el
resbaladizo asunto, que acaba de aparecer aquí como sacado de la manga, desde
otro ángulo, uno que me permita trenzar una admisible ilusión de coherencia.
Ahí va.
¿Qué pasaría en el mundo si hubiera más armonía? En la
actualidad el mundo civilizado tiene en la democracia un concepto de gobierno
extendido y adaptable, que por otro lado casi no se practica por múltiples
razones de orden y euritmia casi inexplicable, y que no entraré a debatir,
esquivando así el riesgo de entramparme en una disertación infinita. Sin
embargo dicho concepto propugna ese tipo de valores que se suelen conceder al
expresar la pertinencia que se afilia, principalmente, a las nociones de orden
político, de competencia cooperativa, entre las cuales se anteponen ciertos
rudimentos que podrían parecer insólitos al día de hoy, tales como la
fraternidad, la conciliación y la ineludible correspondencia entre derechos y
deberes... A pesar de rehuir las posibles conveniencias o no de una dialéctica
irreflexiva, en el presente sumario intentaré articular, sin demasiadas
negligencias, eso espero, la insuficiencia de mi discernimiento sobre asuntos
tan ajenos a mi específica cultura, junto con el deseo de aprovechar la
tradición de casi una centuria de eufemismos para los comportamientos desmedidos,
y exponer, por el sinuoso camino de la mnemotecnia, entre otras, la necesidad
de legalizar y profesionalizar uno de los servicios de corte recíproco que se
encuentra más descuidado, y no me refiero al régimen mediante el cual
intentamos justificar cualquier sistema de gobierno.
Si de manera utilitaria definimos la felicidad con un
poco de pericia permisiva, resulta admisible que si bien parece provenir, al
igual que el resto de los afectos conceptuales que se nos traducen en forma de
emoción, de algún área del cerebro donde las ilusiones dominan, y de una forma
tal que su manifestación bordea los dominios que concebimos como realidades,
podemos asimilar que la felicidad depende, para sobrevivir con dignidad, de una
buena medida de tolerancia, concordante o compatible con los sistemas de
organización que nos han tocado en suerte; una especie de modulación de la
sociedad en un sentido grato, complaciente, conciliador, inofensivo, es decir,
eutópico. Y puesto que más tolerancia no significa necesariamente menor
deferencia o disposición de conflictos, pues los conflictos, como ya se ha
dicho, crean el entramado de interesancias que vuelve la vida,
más que un algo fascinante, un algo excepcional, puede llamarse a este tipo de
tolerancia una especie de armonía, una sutil armonía habitable. Aunque como
casi siempre ocurre, la inflexión directa parece funcionar cuando menos en
reversa.
Pero la armonía es un asunto más bien complicado para los seres humanos,
depende de lo que puede calificarse como un temperamento social, que suele
estar más acorde con cierto tipo de conflictos. Demasiadas asperezas hacen cola
por su cuota de satisfacción, entre ellas el campo de lo privado, la dimensión
de lo personal, por decirlo de algún modo, una superficie tan cargada de
optimismo como de fastidio por no decir más. Una de aquellas franjas de
soslayada reserva gravita alrededor de lo que se puede hacer o no con el propio
pellejo, no necesariamente con lo que se está, por alguna u otra razón,
obligado a hacer. Tan particular cuestión podría manifestar agudezas
desaconsejadas, incluso invasivas en el terreno de lo privado, pero nada que no
sea menester tratar en algún momento. Para acoger de la manera menos inoportuna
las un tanto irrisorias dos vertientes introspectivas que parecen surgir de
este arroyo legamoso, se me ocurre mencionar, como si de un al vuelo se
tratara, sólo uno de los aspectos unificadores que caracteriza una pequeña,
pero distintiva e importante parte del itinerario correspondiente a nuestra
trayectoria compartida.
Tras una tentativa circunspecta convengo en que se
podría describir más o menos como se lo expresa en los círculos medianamente
especializados: la dúctil oferta del oficio de acompañamiento esporádico lúdico
y esparcivo más antiguo de que se tenga registro, es decir, contextualizando un
poco, que tratará del “asunto” de la legalización de las actividades sexuales
realizadas mediando, de manera más o menos improvisada, convenios bursátiles
inmediatos, una práctica conocida como prostitución. Ahora bien, en términos de análisis bursátiles,
parece no ser posible analizar datos oficiales sobre el volumen de dicha
economía mercenaria, pues no existen, más allá de un sinnúmero de
aproximaciones y estimaciones por parte de distintos colectivos, vinculados a
diversos tipos de reivindicación, prevención o defensa de los variopintos y
concurrentes estilos de vida asociados a la práctica, discernimiento y rutinas
partidarias de los panoramas sexuales en oferta, por decirlo de algún modo. Y
ello ocurre impunemente bajo la mirada impertérrita de la sociedad,
acostumbrada a los agobios cotidianos de los monopolios.
Tal vez haga falta advertir que una opinión semejante
puede ser señalada de insustancial, cuando menos, pero entre los ejercicios de
revisión fiscal que se asumen en Colombia, demás está decir por estos días,
demás también citar operaciones análogas en todo el orbe, es quizás el momento
de recapitular un poco y poner a cuestionamiento, dado el enorme déficit
presupuestal al que se enfrenta el mundo, la viabilidad -o el conflicto- de
gravar aquellas actividades que, por un lado, gozan de una tributación nula y
por otro padecen del más abnegado desprestigio, bien por encontrarse en una
alegalidad obvia como puede ser la prostitución, bien por ser ilegales dentro
de ciertas facetas, como puede ser el tráfico de drogas blandas, hachís y
marihuana, por reiterado ejemplo, que, dependiendo donde nos encontremos, se
considera delito si bien no así su consumo, o no del todo, o a lo mejor me
equivoque, tal es el clima de mi actualidad sobre el desconcierto mediático que
alcanzo a detectar, a través de la displicencia des-informativa que, desde
luego, no sólo concurre a mi alrededor.
...DESPOJOS CAUTERIZADOS
Para entrar en materia de una vez por todas, habrá que
hacer un recorrido medianamente detallado y promiscuamente sugerente del tema
en cuestión, digamos el último tema planteado. Ya en el siglo IV antes de la
era común, la antigua Grecia aceptaba, con franqueza práctica, el hecho de que
existen personas que viven de los sectores sociales que hoy describiríamos como
tabú, al igual que existen otras personas que demandan este tipo de realidades,
productos, servicios, tratos especiales o como se le quiera llamar; una tesis
de existencia, por tanto. Las sociedades modernas llevan a cuestas su propia
historia, menoscabada y todo el etcétera que se quiera, de profunda convivencia
con actividades económicas que son abarcadas por altas dosis de prejuicios y
variadas técnicas de intimidación, y no se ha llegado aún al momento de
plantear, con despreocupación transgeográfica, por decirlo de alguna manera,
debates serios sobre la necesidad de asignar o establecer figuras arancelarias
–y por lo tanto de salvaguarda- a dichas actividades. Si bien un litigio de esa
naturaleza podría resultar, al parecer, todavía más tabú, bien pensado el
asunto, las interrogantes parecen ensancharse.
Cuando se mira hacia el pasado suele prevalecer una
visión masculina de la realidad, ello obedece a que el pensamiento femenino y
sus modelos expresivos fueron subestimados casi en su totalidad, o hasta casi
suprimirlos del panorama fundacional del intelecto humano. Una cita célebre que
describe más o menos bien una de las formas de relacionarse en algunas polis de
antaño, modelos de la sagacidad ministerial que suele atribuirse a ciertos
modos de sojuzgamiento contemporáneo, se imputa a un seudo-Demóstenes, una
especie de Homero mitad mito, mitad realidad, que formalizó una serie de
discursos sobre moral y comportamiento, la cita aventura: “Tenemos las
cortesanas para el placer, las concubinas para proporcionarnos cuidados diarios
y las esposas para que nos den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de
nuestra casa...”
Ni más ni menos que la opinión de un patriota, lo cual
no viene al caso más allá de semejar un desliz desenfrenado, moderadamente
tolerable desde la ventajosa posición en que nos encontramos, sin duda una
etapa muy temprana del desarrollo cognoscitivo en la que relacionarse
íntimamente con una sola persona, resultaba poco menos que un comportamiento
antisocial. Al ser casi inexistentes los matrimonios por devoto apego a un solo
ser, ya que solían entenderse, de hecho, como un contrato entre dos familias
(núbil origen del matrimonio, al menos en aquel momento y lugar aunque también
en otros), los hombres -en su extensión- buscaban los placeres sexuales
asociados con su apreciación de una especie de suerte de individualidad colectivizada,
fuera de los límites de la casa. Desde luego hemos avanzado desde entonces en
aquellos sofismas pre-racionales, ya que en nuestra actualidad atemperada de
las proto̴sensateces propias de una evolución cognitiva a lo que dios manda,
suele concurrir todo lo opuesto. Si en algo hemos avanzado desde aquellos
pretéritos es en dilucidar una triple moral.
Esta tolerancia apócrifa y vicisitudinalmente poco
decorosa o poco ortodoxa, en relación con nuestro evolucionado y diafragmático
tiempo presente, se percibía a mi juicio algo adelantada, al menos en una
trayectoria moral actualmente en desuso, la complicada bilateralidad de los
intereses íntimos, pues si bien las leyes reprobaban muy severamente las
relaciones de los hombres fuera del matrimonio con una mujer libre (en el
sentido de ciudadana soltera económicamente dependiente), no ocurría lo mismo
cuando el casado (algunas veces la casada) recurría a los servicios de una
hetera o introducía en el hogar conyugal una concubina (del griego παλλακή, pallakế).
Tal vez quepa añadir aquí que resultan esquivos los datos respecto a la
formalización de los servicios sexuales, en disposiciones más heterogéneas que
ofrezcan mejor luz sobre los diversos mutualismos involucrados.
Por lo que respecta específicamente a la existencia de
una prostitución femenina o masculina con destino a las mujeres, el asunto
parece estar muy mal atestiguado, al menos desde la perspectiva de un neófito.
El Aristófanes de El banquete de Platón menciona un grupo particular, en su
célebre mito del amor. Para el escritor, «las mujeres descendientes de las
mujeres primitivas no tienen gran gusto por los hombres: ellas prefieren las
mujeres; son las que se llaman las hetairístriai». Se supone que se trata de
prostitutas que se dirigen a una clientela lésbica, especializada en
delicadezas que hoy tal vez llamaríamos “de género”. Un tal Luciano se extiende
sobre esta práctica en su Diálogo de las cortesanas, pero es posible que se
trate simplemente de una alusión al pasaje de Platón o un impúdico desliz en la
exégesis de algún entonces pre o post renacentista. Lo que sí parece poseer un
registro fidedigno es el estatus de las prostitutas, admitiendo su oficio como
una actividad de lucro, lo cual no quiere decir en modo alguno que todas
mantuvieran muy bien lucradas.
Según se apunta en algún lado del intelecto colectivo,
basta consultar la enciclopedia británica, mencionada tanto por estudiosos como
por entendidos, para consignar que las prostitutas griegas pertenecían a
distintas categorías, dependiendo de factores heterogéneos, por lo general
relacionados con las exclusivas condiciones concernientes a su praxis, aquí un
aparte: «...las pórnai, las prostitutas independientes y las heteras. Las
heteras constituyen la categoría más alta entre las prostitutas. A diferencia
de las pórnai, no se contentan con ofrecer sólo servicios sexuales y sus
prestaciones no son puntuales (de manera literal, en griego ἑταίρα, hetaíra
significa 'compañía')». Comparables en cierta medida a las geishas japonesas,
las heteras poseían una educación esmerada y eran muy capaces de tomar parte
activa en las conversaciones entre gentes cultivadas con igual esmero, una
cuestión de sutilezas superpuestas en selectas e inspiradas disposiciones,
sustanciadas en antiguas destrezas tan aptas y versátiles como misceláneas,
según el corpus aludido.
Las πόρναι, pórnai, palabra que etimológicamente
deriva del griego πέρνημι, pérnêmi, «vendida», eran, habitualmente, mujeres
esclavizadas, propiedad de un πορνοβοσκός, pornoboskós o proxeneta,
literalmente, el «pastor» de las prostitutas. Este propietario podía ser un
ciudadano (también un o una meteco, es decir un o una inmigrante), para el que
ese negocio constituía una fuente de ingresos como cualquier otra y por el que
tenía que pagar un impuesto proporcional a los beneficios que le generaba.
Desde luego hemos avanzado desde entonces en aquellos artificios
pre-nomológicos, ya que en nuestra ventajosa actualidad, atemperada de las
fecundas proto̴cautelas distintivas en cualquier maniobra epistemológica a lo
que dios manda, suele ocurrir, hay que decirlo, todo lo antagónico a una
experiencia tan visceral. Hábiles desidias de la Historia,
podríamos solemnizar.
También existía una noción tal vez perniciosa para
algunos niveles de tolerancia, la de prostitutas independientes. Las
prostitutas independientes trabajaban directamente en las calles. Se cuenta que
para exhibir sus peculiaridades a los o las clientes potenciales, solían
recurrir a distintos mecanismos publicitarios de lo más interesantes: así,
entre los registros arqueológicos se han encontrado sandalias con la suela
engalanada sistemáticamente, concebidas para dejar sensuales marcas en el
suelo, como: ΑΚΟΛΟΥΘΙ, AKOLOUTHI («¡Sígueme!, ¡no lo lamentarás!, ¡etc!»).
También innovaban el automatismo selectivo con ayuda de capciosos cosméticos,
emblemáticamente de forma poco discreta. Se dice que Eubulo, autor de la
Comedia Media, se burlaba de los trucos de estas prostitutas describiéndolas
como «pintarrajeadas de blanco de albayalde y (…) untadas las mejillas de zumo
de mora». Atributos lucida y vehementemente expresados, lo que puede tomarse
como fiel testimonio de la equilibrada proporción estética a la que algunos
estaban acostumbrados.
Sin duda la extrema síntesis a la que se han visto
reducidos nuestros mejores aparatajes de propagación sensorial
(y quizás taladraría mejor una expresión más sensual), convirtiendo la
publicidad en una colección de estrofas lugarcomunes es, desde una perspectiva
propensa a tomarse a veces las cosas a la ligera, una respuesta amigable y
desprovista de alguna habilidosa inquietud por nuestra parte; podría decirse,
una objeción huérfana de un apropiado interrogatorio. Aunque, claro, eso está a
punto de cambiar, y en su cambio tal vez pueda integrarse al desbordado
sincretismo de oficios que convoca nuestra realidad en el planeta que nos
sufre, aquellas actividades que por razones que algunos doc-tos especulan que
nos avergüenzan o avergonzarían, se encuentran en alguna brecha de rugosa
marginalidad, esa condensada armonía pendenciera y a cierta segura distancia,
desde la que nos empecinamos, por razones tan indistintas como gente entre la
gente, en antipatizar con o a los demás. Desde luego en este asunto, como en
todos los que puedan resultar atesorables, por los motivos que
sean, se da la simpática paradoja que enuncia que no pueden caber pensamientos
reduccionistas, por minúsculos que estos parezcan, y sabemos, al menos en
teoría, que en el universo lo minúsculo puede contener otros universos, y
estos, a su vez, ser semilleros de otros que contienen otros más.
Pero volvamos a la ruda deriva de los suspicaces
auspicios helénicos, suavizados con el hábito vital de acalorar el intelecto
con una rubicunda y sobria ebriedad, y retomemos el hilo sinuoso de este
devaneo. En la Grecia antigua, como ya se ha mencionado, las prostitutas solían
personificar los orígenes más diversos: «mujeres metecas que no encuentran otro
empleo en la ciudad de llegada, viudas pobres, antiguas pórnai que han logrado
independizarse...» Se sabe que al menos en Atenas debían estar registradas y
pagar un impuesto, mientras que algunas conquistaban el derecho de hacer
fortuna practicando exclusivamente su oficio. En el siglo I de la era común, en
Koptos, en el Egipto romano, se tiene registro de que dicho impuesto se eleva a
unas 108 dracmas. Por otro lado se conoce el nombre de varias de estas heteras,
las cuales podían administrar libremente sus bienes y cultivar diversas
prácticas, hoy en día se las llamaría, tal vez, custodias de la didáctica
sensual, piezas subsidiarias del mucilaginoso engranaje social, hippies
pseudocontemporáneas o algo por el estilo. Un ejemplo eminente fue Aspasia,
amante de Pericles y una de las mujeres más célebres del siglo V antes de la
era común. Originaria de Mileto y, por tanto, reducida al estatuto de meteco en
Atenas, atrae a su casa a Sófocles, Fidias, a Sócrates y sus discípulos. Según
Plutarco en su Vida de Pericles, «domina a los hombres políticos más eminentes
e inspira a los filósofos un interés nada despreciable», la cita en general
ofrece una elocuencia nada despreciable.
De la época clásica se mencionan por citar algunos
ejemplos una Teódota, compañera de Alcibíades, con quien Sócrates dialoga en
las Memorables; una Neera, a quien el pseudo-Demóstenes dedica un célebre
discurso; una Friné, modelo de la Afrodita de Cnido —obra maestra de
Praxíteles—, donde ella es la amante, pero también compañera del orador
Hipérides, que la defenderá en un proceso de impiedad (la asebeia); una
Leontion que fue condiscípula de Epicuro y filósofa ella misma. De la época
helenística, por su parte, se puede citar a Pitónica, compañera de Hárpalo,
tesorero de Alejandro Magno, o a Tais, correligionaria del propio Alejandro y
después de Ptolomeo I. Como se puede deducir, algunas de estas heteras fueron
muy ricas, en el sentido más próspero del término. Jenofonte describe a Teódota
rodeada de esclavas, ricamente vestida y alojada en una casa de gran altura.
Así pues algunas de ellas sobresalen por sus gastos extravagantes, como
Rodopis, cortesana egipcia liberada por el hermano de la poetisa Safo, quien se
distinguiría por hacerse construir una pirámide, quizás a manera de uno de
varios equívocos distintivos, dedicados a su iluminada dimensión respecto al
perdurable acto de conjurar a la muerte.
Según informes, detalles, datos recopilados a partir
de efímeras citas, Heródoto, uno de los grandes historiadores de la antigüedad
y cuyos registros fueron objeto de un análisis escrupuloso por parte de
grandes, diversas y desconocidas inteligencias, en una época en que el
conocimiento reptaba sobre las arenas del Sahara, fuera del alcance de las
purificadoras llamas del intelectualismo ideológico dominante un poco más al
norte, cortesía de la exacerbada imaginación totalitaria que aún hoy en día se
suele exhibir en todo gran convencimiento, al recapitular su delicada Historia,
el escéptico Heródoto descree de esta anécdota, sin embargo refiere la
existencia de una inscripción muy costosa que Rodopis financió en Delfos, en
todo caso una insinuación del talante concurrente y manifiesto de estas
legendarias y, en algún momento y perímetro, tradicionales presencias.
Siguiendo la tradición y si hay que creer a Aulo Gelio, autor de Noches áticas,
las cortesanas de la época clásica cobraban hasta 10.000 dracmas por una noche,
pero quizá no basten los cálculos y correcciones monetarias para hacerse una
idea sobre cuáles eran las habilidades tasadas en ese precio. Para citar otro
ejemplo, en Los aduladores, Menandro menciona a una cortesana ganando tres
minas por día, es decir, precisa, más que diez pórnai reunidas.
Sobre las pórnai se sabe que solían ser esclavas de
origen bárbaro, lo que tal vez sugiera que podrían ser nórdicas, quizá
escandinavas. Sin embargo es a partir del período helenístico cuando se
incorporan al gremio incluso jóvenes esclavizadas en el propio territorio, que
sólo dejarían de serlo cuando fuesen adoptadas por sus amos. Recíprocamente
existían otros devenires quizá menos susceptibles de surcar entre huraños
huertos de espinas. Existía una categoría específica de los templos consagrados al decoro de la desmaterialización, la
de las prostitutas sagradas, que se abastecía, habitualmente, de heteras. Un
género de casinos divinizados de la época. El santuario de Afrodita era tan
rico que a título de “esclavas sagradas” tenía más de mil heteras, que tanto
hombres como mujeres habían ofrecido a la diosa. La ofrenda a las divinidades
en forma de mujeres-prostitutas no alcanzó en Grecia una amplitud comparable a
la que existió en el Próximo Oriente antiguo, no obstante se conocen numerosos
casos. Por un lado, dentro del propio mundo griego, hubo prostitución sagrada
en Sicilia, en Chipre, en el reino del Ponto o en Capadocia; por otro, la hubo
también en Corinto, cuyo templo de Afrodita alojaba una importante tropa
servil, al menos después de la época clásica.
Así, en 464 antes de la era común, un tal Jenofonte,
ciudadano de Corinto y atlético vencedor de la carrera a pie y del pentatlón en
los Juegos Olímpicos, dedicó a Afrodita, en síntoma de agradecimiento, cien de sus jóvenes
mujeres, para distribuir mejor la gracia en el templo de la diosa. Conservamos
el recuerdo del hecho gracias a un canto festivo encargado a Píndaro,
enalteciendo a las «hijas muy acogedoras, sirvientes de Pito [la persuasión] en
la fastuosa Corinto». Aunque el oficio de las pórnai se desarrollaba en los
prostíbulos, generalmente en los barrios conocidos por esta actividad, tales
como El Pireo (puerto de Atenas) o el Cerámico de Atenas, frecuentadas por los
marineros y los ciudadanos menos opulentos, a esta categoría pertenecían también
las mujeres de los burdeles del Estado ateniense. Según Ateneo, en su Banquete
de los eruditos, en el cual se citan al autor cómico Filemón y al historiador
Nicandro, autor de una Historia de Colofón, fue Solón quien, «preocupado por
calmar los ardores de los jóvenes, (...) tomó la iniciativa de abrir casas de
paso y de instalar allí a chicas compradas». Así, uno de los personajes de las
Adelfas exclama:
«…Nuestra ciudad rebosa de pobres chicos a los que la
naturaleza obliga duramente, que se perderían por caminos nefastos: para ellos,
has comprado, y después instalado en diversos lugares, a chicas muy bien
equipadas y dispuestas. (...) Precio: un óbolo; ¡permíteles hacer! ¡Nada de
cursilerías! Las tendrás por tu dinero, como tú quieras y de la manera que tú
quieras (...)».
Como subraya el personaje y sin mayor ánimo de
imaginar algún comentario extravagante, los prostíbulos solonianos resultan
significativos a la hora de aportar satisfacción sexual accesible. Existen
numerosas alusiones al precio de un óbolo para las prostitutas menos costosas,
sin duda para lo que hoy se consideraría las prestaciones más simples o
básicas. Incluso Solón habría erigido, gracias al impuesto sobre los
prostíbulos, un templo a Afrodita Pandemos, literalmente Afrodita «de todo el
pueblo». Parece bastante claro, pues, que los atenienses consideraban la
prostitución como un componente sustancial, casi nativo, de la democracia.
Y aquí detengo esta disertación calcada a pulso,
pues ya iba a pasar a hablar de los agitados y nervudos ritos de los Troyanos y
espartanos respectivamente, y a embarcarme en la explicación de porqué al
parecer no..., pero me voy por las ramas. Argumento de economía. Basta de
clasicismos, es hora de apartar a un margen más sensato la acumulativa y docta
presencia de la Wikipedia, (del griego
Βικιπαίδεια)¡? Pasemos más bien a hablar de los norteamericanos, y por qué
no, si todavía se bromea en ciertos cafetines de orgánica oriundez sobre los
deslices de aquellas legiones de la CIA que... Bueno, basta de chismes.
Concretamente hablando, la pujanza del pueblo de las barras y las estrellas y
moderno tremedal de culturas forcejeantes, en su búsqueda perpetua
de encumbrar a lo que dios manda, las inflamadas despensas que sus apasionados
padres fundadores sudaron siglos atrás. Su profunda comprensión que fundó y
fecundó buena parte del mundo preposmoderno, llevado de la mano por la revista
para hombres más glamorosa de la historia, según su propio fundador, permitió
que aquellos pioneros, impregnados con tan insondable conocimiento,
vislumbraran el potencial de la sexualidad en un concepto de bolsillo, o más
bien de ático, cochera o espontáneamente fatigado entre el colchón.
Bastaba con extender el principio de la flexibilidad
de las superficies para irrumpir en un orbe de fantasía, ironías aparte,
consumadamente inadvertido, una habilidad heredada de aquellos tiempos en que
unos cuantos míseros folletines escandalizados de tres o cuatro augurios y dos
o tres cándidos apetitos, salpimentaban la ruda existencia de esos hieráticos y
comedidos paladines, lanza en ristre contra el nuevo continente,
subsidiarios a fuerza de tesón, a una manumisión desflorada a palo seco por la
imposición, a filo de hacha, del bizarro espíritu puritano, el cual de cuando
en cuando retortija visiblemente sus entrañas, mucho más que el encogimiento o
desplome de su intrépida economía. Inusitadas eidexégesis de la
Historia. La vivacidad de un comedimiento tan altruista parece tornar
algunas trazas de temeridad, con el tiempo y la distancia, en leves cenizas
para un delicado esparcimiento. De tal suerte, emergen en el panorama inmediato
ciertas expresiones eufemísticas, cuyos senderos se irrumpen de formas todo
menos ortodoxas, es decir, más allá del escozor moral, en la destilación de
horizontes tan exóticos como intrínsecos. He a continuación un ejemplo de ello.
“Si se expresa la noción rudimentaria de economía
sumergida en función del PIB, una disminución de éste genera un aumento
automático de la economía sumergida, de inmediato y viceversa” ...Un panorama
financiero complicado, si se lo contempla seriamente: implosión de ingresos y
explosión del gasto. Y suele suceder que ante los panoramas financieros
complicados, por lo general no se pregunta de dónde viene el dinero. Cuestión
de valores de interpretación. Malestar aparte, la llamada prostitución
voluntaria se considera una “actividad económica” que se convulsiona en zonas
que no se encuentran contempladas en los niveles de la iniciativa empresarial
viable, y menos como dinámica de promoción laboral. Aunque la sociedad haya
hecho magnos esfuerzos por legitimizar algunas formas de prostitución, por lo
general relativas al pragmatismo de la conservación de los valores, un legado
quizá escandinavo, bajo la fachada caravánica de las buenas costumbres y el
papel central de la familia, una prostituta o un prostituto estándares, no
tienen permitido tributar por los ingresos derivados de su oficio, ni mucho menos
contribuir con ellos a las formas representativas de cotización vigentes, por
más que ambicionen ser una parte productiva de la sociedad. Se encuentran, por
decirlo de algún modo, irremisiblemente ligados a lo que se conoce como
economía por asociacionismo, una vertiente marginal de la modulación accesoria
de las riquezas foráneas.
Los norteamericanos son precisamente todo lo contrario
a un ejemplo a seguir, especialmente en el momento que nos corresponde llamar
su singular tiempo presente, tan lleno de incertidumbres y despropósitos a
merced de renovados y aterradores vaticinios, provenientes de ninguna y
cualquier parte, de un porvenir que ya no les pertenece, que ya no pueden
empuñar con la vieja certeza de sus principios exaltados, su economía rimbombante,
su eufórica simetría suburbana, su decadente cotidianidad apesadumbrada, sus
inspirados destellos sintéticos, perdurables a costa de implantar lobregueces y
esparcir la exuberante desolación de su truncada grandeza, aunque se esfuercen
por aparentar las cualidades del superhombre, el guerrero, el patriota, el
pilar de la sociedad; no obstante y gracias a que su historia nos permea las
naguas con un viscoso rezumado de aquelarre santurrón, a lo largo de los siglos
que abarcara la llamada edad temprana del ostracismo moderno, o algún viso por
el estilo, nosotros mismos hemos agrandado nuestra colección de traumas a una
despensa bilingüe, de tal suerte que, entre algunos ¡ah! Y ¡oh! de propagación
cosmopolita, lingüísticamente hablando, y cuando su popularidad declina y se
diluye en un nuevo amague de postrimería prematura, una contemporaneidad
encolerizada presume su cetro con degustaciones impalpables, es decir, etéreas,
mientras la política de la desconfianza perfila un nuevo rastrillar de garras,
a ciegas y contra un monstruo informe, es decir, salvajista, así el estatus de
ansiedad que gobierna los derroteros regulares de la didáctica de las bacanales
indica que, si bien debe haber esperanza, no parece haber adarga que nos libre
de proliferar en la destrucción, y con ello un baldón de etcéteras profuso y
perverso para quien se encuentre bajo su sombra.
Hay muchas formas de escudarse en argumentos de todo
tipo. Norteamérica es para muchos norteamericanos la tierra de los magnates,
cuya perspectiva no trasciende lo que hay más allá de los océanos, aunque ahora
el mundo esté en todas partes. Es entendible, su esplendor empezó cuando Europa
estaba en ruinas, su revolución industrial reemplazó la mano de obra
esclavizada o de esclavos, aunque para ello se emplearon las técnicas de
“sistematización laboral” de manufactura nazi. Según se especula, el gran
cambio que envolvió y dividió al país en una guerra fratricida, no ocurrió sólo
por los puros excedentes enfrentados a la manutención, según el informe oficial.
Quizá el sur fuera renuente por su retorcida filiación a un sentido de
inferioridad intolerable, pues los estadounidenses saben odiarse entre sí con
mucho entusiasmo, y tal vez por ello, al enfrentar nuevos enemigos que no
pueden aplastar, han aprendido como disimularlo. La desconfianza en un gobierno
que se inmiscuye en la vida privada los ha hecho propensos al aislamiento
simbólico, la cultura de base pop y el mass entertainment. Salvo que a
diferencia de la prohibición, este material, incalculable y estrechamente
embrollado, se encuentra a disposición en cualquier momento y lugar, y, si no
representa amenaza, bajo cualquier circunstancia.
Su bohemia, antes de la resaca que marcó la brecha
entre un antes y un después, la cual muy pocos habrán olvidado tanto si lo
presenciaron como si no, fue una era postindustrial, aturdida y decadente,
regida por trafagadores altibajos y, si se me permitiera una circunscripción de
bajo espectro, entertainmentesca. Hay que reconocerlo, para una
fracción de doscientos cincuenta años o un poco más, de una cultura
francmasónica y un tremendo historial de fraudes y complots que más parece, a
veces, un burdel real del siglo XIV o algo por el estilo, han sabido cumplir
con el principio de vivir rápido e irse ardiendo. Mejor eso que enfrentar sin
alivio las reprimendas de una revisión censuradora, aunque sea falsa. Se dice,
a manera de chisme, que Lincoln quiso abolir la esclavitud para que
proliferaran los burdeles, que era una de sus más secretas ilusiones, etc. Pero
también se ha dicho de buen frintein que se comunicaba con
algunos alienígenas, de ideología armonizada notablemente con los principios de
cierta entidad secreta. Por estos lares de la cohorte que lleva invertida la
etc. –Averiguar, sonsos-! Pero patrañas aparte, su propio primer despunte
fue brutal, incontables violaciones a las culturas que, de cualquier modo,
habían decidido borrar en un holocausto que algunos dicen no termina, o no
acaba de terminar, para ser consecuentes con los ímpetus ventilados. Luego del
famoso encuentro del ave fría –lejos de una grandeza espiritual, lo único que
les quedaba era la “dignidad” de no ser exterminados, por lo que se pusieron
ellos mismos a exterminar. Se sigue dando gracias hasta ahora.
Los casos documentados y reportados en los informes
sobre abusos sexuales en EE. UU. por la FF. AA. indican que su ejército es
responsable los hechos por los cuales existe la mayor cantidad de denuncias
sobre, como no, intolerancia y autoritarismo, pero también trata ilegal de
personas, especialmente de comportamentalidad femenina, y entre los
delitos más frecuentes y significativos, cohesión para prostituir y
prostituirse. La mejor prueba de su asiduidad a cuantos sitios y lugares
clandestinos se ahuequen por doquier idóneo zigzagueo del relieve urbano, o
donde se encuentren, la cartografía puede ser inabarcable, depósitos y depósitos
de especulativos anagramas y laberínticas exploraciones en un delicado
equilibrio dominante. Cuan trajinados y desvaídos, predicando un atrabiliario
manifiesto de respuestas sin preguntas, y sin embargo, han apoyado la Ciencia.
¿Cómo se explica eso? Los aficionados a las teorías conspirativas especularíamos,
quizás, con desequilibrios léxicos y una retahíla de afirmaciones
sociologistas; diríamos, por ejemplo, no es que hayan apoyado la Ciencia, se
han apoyado en ella y, a riesgo de chiste, se la han apoyado, nosecuantas veces
y con athlética celeridad, quien sabe, quizá hasta pueda atribuírseles el vago
concepto de una nueva fórmula de decadencia, una que se regodea en la
crapulencia de sus tecnicismos omnímodos tipo “El Gobierno Tiene La Razón” y
entes de ese estilo.
Un declive autoritario de ingentes ultranzas y de
sutiles mediocridades. Llamémosle, ya que estamos en tan buenas migas
diplomáticas, omisiones de buena fe, sin embargo nunca se olviden que hay que
aprender a arroparse con el manto de la confianza que poseen las grandes
mentalidades de corte estadista y vandaloempresarialista. Pero este no pretende
ser un texto tipo blog del juicio, se trata de un disparate diferente aunque
tenga una semblanza semejante. De vez en cuando la jurisdicción de los símbolos
resulta ineludible, es cuando tomas o no la decisión de arriesgarte y esperas
que no se te interprete trágicamente sino en el tono amable en que se departe
una íntima y trapicheada amistad. Amistades de ese calibre con mucha frecuencia
se encuentran sólo donde rezuma el fragor del sexo consentido, que sin embargo
se encuentra enmarañado en el lujo, a veces extravagante, de poseer la atención
de alguien por un par de horas. Y dado que mi trabajo es imaginar y no juzgar,
dejad que la imaginación juguetee a sus anchas por algunos minutos, siquiera,
antes de hacer el primer contacto visual con quien sea que se encuentre a
vuestro lado.
Quizá no nos mueva en sí un propósito -o varios- sino la ilusión de tener uno; pues tantos propósitos, como gente, no pueden pasar desapercibidos. El mundo, como lo conocemos o desconocemos, ¿podría encontrarse lleno de propósitos imperceptibles?, ¿es evidencia de que existe algún propósito la percepción de encontrarnos cotidianamente predispuestos a afanarnos en lo que sea que hagamos?, ¿realmente la vida depende de algo como eso?
ResponderEliminarhttp://difusamente.wordpress.com/2010/11/04/trabajo-sexual/
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