viene de : CON BASE EN EL ORIGINAL
Nota de lectura: En algunos tramos
de esta especie de pseudoadmonición tipo recodo a la deriva, se aglomeran
ciertos despojos cauterizados de un corpus más o menos amplio, en general de
dominio público, su advenimiento en este caso podría resultar discutible,
incluso más allá del escrúpulo académico.
Se nos ha dicho que lo que hace la
vida interesante es el conflicto, que los inconvenientes y el cómo los
resolvemos o salimos de ellos es lo que realmente importa, que las magnitudes
de nuestras problemáticas establecen las dimensiones a las que podemos y
debemos aspirar, que nuestros sacrificios o lo que podría llamarse el calibre
de nuestra persistente devoción a mejorar, ya se trate de fenómenos
trascendentes o no, sobrellevan el prestigio de una especie distinguida en
términos generales por el designio de la reflexión, aplicada o no, y que a ello
se debe sacrificar incluso la vida misma si resulta necesario. Pero ¿qué es
realmente lo que se enuncia en un postulado de esta naturaleza, tan sutilmente
radical y plausiblemente ideológica? ¿Quizá que lo que lo que más importa en la
vida es el respeto a lo que se nos ha dicho? Seguramente que no; pero ¿y si la
adhesión social se simplificara en un si hubiera
más armonía en el mundo, en el sentido de una aquiescencia solidaria,
seríamos más felices? Voy a tantear el resbaladizo asunto, que acaba de
aparecer aquí como sacado de la manga, desde otro ángulo, uno que me permita
trenzar una admisible ilusión de coherencia. Ahí va.
¿Qué pasaría en el mundo si hubiera
más armonía? En la actualidad el mundo civilizado tiene en la democracia un
concepto de gobierno extendido y adaptable, que por otro lado casi no se
practica por múltiples razones de orden y euritmia casi inexplicable, y que no
entraré a debatir, esquivando así el riesgo de entramparme en una disertación
infinita. Sin embargo dicho concepto propugna ese tipo de valores que se suelen
conceder al expresar la pertinencia que se afilia, principalmente, a las
nociones de orden político, de competencia cooperativa, entre las cuales se
anteponen ciertos rudimentos que podrían parecer insólitos al día de hoy, tales
como la fraternidad, la conciliación y la ineludible correspondencia entre
derechos y deberes... A pesar de rehuir las posibles conveniencias o no de una
dialéctica irreflexiva, en el presente sumario intentaré articular, sin
demasiadas negligencias, eso espero, la insuficiencia de mi discernimiento
sobre asuntos tan ajenos a mi específica cultura, junto con el deseo de aprovechar
la tradición de casi una centuria de eufemismos para los comportamientos
desmedidos, y exponer, por el sinuoso camino de la mnemotecnia, entre otras, la
necesidad de legalizar y profesionalizar uno de los servicios de corte
recíproco que se encuentra más descuidado, y no me refiero al régimen mediante
el cual intentamos justificar cualquier sistema de gobierno.
Si de manera utilitaria definimos
la felicidad con un poco de pericia permisiva, resulta admisible que si bien parece
provenir, al igual que el resto de los afectos conceptuales que se nos traducen
en forma de emoción, de algún área del cerebro donde las ilusiones dominan, y
de una forma tal que su manifestación bordea los dominios que concebimos como
realidades, podemos asimilar que la felicidad depende, para sobrevivir con
dignidad, de una buena medida de tolerancia, concordante o compatible con los
sistemas de organización que nos han tocado en suerte; una especie de
modulación de la sociedad en un sentido grato, complaciente, conciliador,
inofensivo, es decir, eutópico. Y puesto que más tolerancia no significa
necesariamente menor deferencia o disposición de conflictos, pues los
conflictos, como ya se ha dicho, crean el entramado de interesancias que vuelve la vida, más que un algo fascinante, un
algo excepcional, puede llamarse a este tipo de tolerancia una especie de
armonía, una sutil armonía habitable. Aunque como casi siempre ocurre, la
inflexión directa parece funcionar cuando menos en reversa.
Pero la armonía es un asunto más
bien complicado para los seres humanos, depende de lo que puede calificarse
como un temperamento social, que suele estar más acorde con cierto tipo de
conflictos. Demasiadas asperezas hacen cola por su cuota de satisfacción, entre
ellas el campo de lo privado, la dimensión de lo personal, por decirlo de algún
modo, una superficie tan cargada de optimismo como de fastidio por no decir más.
Una de aquellas franjas de soslayada reserva gravita alrededor de lo que se
puede hacer o no con el propio pellejo, no necesariamente con lo que se está,
por alguna u otra razón, obligado a hacer. Tan particular cuestión podría
manifestar agudezas desaconsejadas, incluso invasivas en el terreno de lo
privado, pero nada que no sea menester tratar en algún momento. Para acoger de
la manera menos inoportuna las un tanto irrisorias dos vertientes introspectivas
que parecen surgir de este arroyo legamoso, se me ocurre mencionar, como si de
un al vuelo se tratara, sólo uno de
los aspectos unificadores que caracteriza una pequeña, pero distintiva e
importante parte del itinerario correspondiente a nuestra trayectoria
compartida.
Tras una tentativa circunspecta convengo
en que se podría describir más o menos como se lo expresa en los círculos
medianamente especializados: la dúctil oferta del oficio de acompañamiento
esporádico lúdico y esparcivo más antiguo de que se tenga registro, es decir,
contextualizando un poco, que tratará del “asunto” de la legalización de las
actividades sexuales realizadas mediando, de manera más o menos improvisada,
convenios bursátiles inmediatos, una práctica conocida como prostitución. Ahora
bien, en términos de análisis bursátiles, parece no ser posible analizar datos
oficiales sobre el volumen de dicha economía mercenaria, pues no existen, más
allá de un sinnúmero de aproximaciones y estimaciones por parte de distintos
colectivos, vinculados a diversos tipos de reivindicación, prevención o defensa
de los variopintos y concurrentes estilos de vida asociados a la práctica,
discernimiento y rutinas partidarias de los panoramas sexuales en oferta, por
decirlo de algún modo. Y ello ocurre impunemente bajo la mirada impertérrita de
la sociedad, acostumbrada a los agobios cotidianos de los monopolios.
Tal vez haga falta advertir que una
opinión semejante puede ser señalada de insustancial, cuando menos, pero entre
los ejercicios de revisión fiscal que se asumen en Colombia, demás está decir
por estos días, demás también citar operaciones análogas en todo el orbe, es
quizás el momento de recapitular un poco y poner a cuestionamiento, dado el
enorme déficit presupuestal al que se enfrenta el mundo, la viabilidad -o el
conflicto- de gravar aquellas actividades que, por un lado, gozan de una
tributación nula y por otro padecen del más abnegado desprestigio, bien por
encontrarse en una alegalidad obvia como puede ser la prostitución, bien por
ser ilegales dentro de ciertas facetas, como puede ser el tráfico de drogas
blandas, hachís y marihuana, por reiterado ejemplo, que, dependiendo donde nos
encontremos, se considera delito si bien no así su consumo, o no del todo, o a
lo mejor me equivoque, tal es el clima de mi actualidad sobre el desconcierto
mediático que alcanzo a detectar, a través de la displicencia des-informativa
que, desde luego, no sólo concurre a mi alrededor.
...DESPOJOS CAUTERIZADOS
Para entrar en materia de una vez
por todas, habrá que hacer un recorrido medianamente detallado y promiscuamente
sugerente del tema en cuestión, digamos el último tema planteado. Ya en el
siglo IV antes de la era común, la antigua Grecia aceptaba, con franqueza
práctica, el hecho de que existen personas que viven de los sectores sociales que
hoy describiríamos como tabú, al igual que existen otras personas que demandan
este tipo de realidades, productos, servicios, tratos especiales o como se le
quiera llamar; una tesis de existencia, por tanto. Las sociedades modernas
llevan a cuestas su propia historia, menoscabada y todo el etcétera que se
quiera, de profunda convivencia con actividades económicas que son abarcadas
por altas dosis de prejuicios y variadas técnicas de intimidación, y no se ha
llegado aún al momento de plantear, con despreocupación transgeográfica, por
decirlo de alguna manera, debates serios sobre la necesidad de asignar o
establecer figuras arancelarias –y por lo tanto de salvaguarda- a dichas
actividades. Si bien un litigio de esa naturaleza podría resultar, al parecer, todavía
más tabú, bien pensado el asunto, las interrogantes parecen ensancharse.
Cuando se mira hacia el pasado
suele prevalecer una visión masculina de la realidad, ello obedece a que el
pensamiento femenino y sus modelos expresivos fueron subestimados casi en su
totalidad, o hasta casi suprimirlos del panorama fundacional del intelecto
humano. Una cita célebre que describe más o menos bien una de las formas de
relacionarse en algunas polis de antaño, modelos de la sagacidad ministerial
que suele atribuirse a ciertos modos de sojuzgamiento contemporáneo, se imputa
a un seudo-Demóstenes, una especie de Homero mitad mito, mitad realidad, que formalizó
una serie de discursos sobre moral y comportamiento, la cita aventura: “Tenemos las cortesanas para el placer, las
concubinas para proporcionarnos cuidados diarios y las esposas para que nos den
hijos legítimos y sean las guardianas fieles de nuestra casa...”
Ni más ni menos que la opinión de
un patriota, lo cual no viene al caso más allá de semejar un desliz desenfrenado,
moderadamente tolerable desde la ventajosa posición en que nos encontramos, sin
duda una etapa muy temprana del desarrollo cognoscitivo en la que relacionarse íntimamente
con una sola persona, resultaba poco menos que un comportamiento antisocial. Al
ser casi inexistentes los matrimonios por devoto apego a un solo ser, ya que
solían entenderse, de hecho, como un contrato entre dos familias (núbil origen
del matrimonio, al menos en aquel momento y lugar aunque también en otros), los
hombres -en su extensión- buscaban los placeres sexuales asociados con su
apreciación de una especie de suerte de individualidad colectivizada, fuera de
los límites de la casa. Desde luego hemos avanzado desde entonces en aquellos
sofismas pre-racionales, ya que en nuestra actualidad atemperada de las
proto̴sensateces propias de una evolución cognitiva a lo que dios manda, suele
concurrir todo lo opuesto. Si en algo hemos avanzado desde aquellos pretéritos
es en dilucidar una triple moral.
Esta tolerancia apócrifa y vicisitudinalmente poco decorosa o poco
ortodoxa, en relación con nuestro evolucionado y diafragmático tiempo presente,
se percibía a mi juicio algo adelantada, al menos en una trayectoria moral
actualmente en desuso, la complicada bilateralidad de los intereses íntimos, pues
si bien las leyes reprobaban muy severamente las relaciones de los hombres fuera
del matrimonio con una mujer libre (en el sentido de ciudadana soltera
económicamente dependiente), no ocurría lo mismo cuando el casado (algunas
veces la casada) recurría a los servicios de una hetera o introducía en el
hogar conyugal una concubina (del griego παλλακή, pallakế). Tal vez quepa
añadir aquí que resultan esquivos los datos respecto a la formalización de los
servicios sexuales, en disposiciones más heterogéneas que ofrezcan mejor luz
sobre los diversos mutualismos involucrados.
Por lo que respecta específicamente
a la existencia de una prostitución femenina o masculina con destino a las
mujeres, el asunto parece estar muy mal atestiguado, al menos desde la
perspectiva de un neófito. El Aristófanes de El banquete de Platón menciona un
grupo particular, en su célebre mito del amor. Para el escritor, «las mujeres
descendientes de las mujeres primitivas no tienen gran gusto por los hombres:
ellas prefieren las mujeres; son las que se llaman las hetairístriai». Se
supone que se trata de prostitutas que se dirigen a una clientela lésbica,
especializada en delicadezas que hoy tal vez llamaríamos “de género”. Un tal Luciano
se extiende sobre esta práctica en su Diálogo de las cortesanas, pero es
posible que se trate simplemente de una alusión al pasaje de Platón o un impúdico
desliz en la exégesis de algún entonces pre o post renacentista. Lo que sí
parece poseer un registro fidedigno es el estatus de las prostitutas,
admitiendo su oficio como una actividad de lucro, lo cual no quiere decir en
modo alguno que todas mantuvieran muy bien lucradas.
Según se apunta en algún lado del
intelecto colectivo, basta consultar la enciclopedia británica, mencionada
tanto por estudiosos como por entendidos, para consignar que las prostitutas
griegas pertenecían a distintas categorías, dependiendo de factores heterogéneos,
por lo general relacionados con las exclusivas condiciones concernientes a su
praxis, aquí un aparte: «...las pórnai, las prostitutas independientes y las
heteras. Las heteras constituyen la categoría más alta entre las prostitutas. A
diferencia de las pórnai, no se contentan con ofrecer sólo servicios sexuales y
sus prestaciones no son puntuales (de manera literal, en griego ἑταίρα, hetaíra
significa 'compañía')». Comparables en cierta medida a las geishas japonesas, las
heteras poseían una educación esmerada y eran muy capaces de tomar parte activa
en las conversaciones entre gentes cultivadas con igual esmero, una cuestión de
sutilezas superpuestas en selectas e inspiradas disposiciones, sustanciadas en antiguas
destrezas tan aptas y versátiles como misceláneas, según el corpus aludido.
Las πόρναι, pórnai, palabra que
etimológicamente deriva del griego πέρνημι, pérnêmi, «vendida», eran, habitualmente,
mujeres esclavizadas, propiedad de un πορνοβοσκός, pornoboskós o proxeneta,
literalmente, el «pastor» de las prostitutas. Este propietario podía ser un
ciudadano (también un o una meteco, es decir un o una inmigrante), para el que
ese negocio constituía una fuente de ingresos como cualquier otra y por el que
tenía que pagar un impuesto proporcional a los beneficios que le generaba. Desde
luego hemos avanzado desde entonces en aquellos artificios pre-nomológicos, ya
que en nuestra ventajosa actualidad, atemperada de las fecundas proto̴cautelas distintivas
en cualquier maniobra epistemológica a lo que dios manda, suele ocurrir, hay
que decirlo, todo lo antagónico a una experiencia tan visceral. Hábiles desidias
de la Historia, podríamos solemnizar.
También existía una noción tal vez
perniciosa para algunos niveles de tolerancia, la de prostitutas
independientes. Las prostitutas independientes trabajaban directamente en las
calles. Se cuenta que para exhibir sus peculiaridades a los o las clientes
potenciales, solían recurrir a distintos mecanismos publicitarios de lo más
interesantes: así, entre los registros arqueológicos se han encontrado
sandalias con la suela engalanada sistemáticamente, concebidas para dejar sensuales
marcas en el suelo, como: ΑΚΟΛΟΥΘΙ, AKOLOUTHI («¡Sígueme!, ¡no lo lamentarás!,
¡etc!»). También innovaban el automatismo selectivo con ayuda de capciosos cosméticos,
emblemáticamente de forma poco discreta. Se dice que Eubulo, autor de la Comedia
Media, se burlaba de los trucos de estas prostitutas describiéndolas como
«pintarrajeadas de blanco de albayalde y (…) untadas las mejillas de zumo de
mora». Atributos lucida y vehementemente expresados, lo que puede tomarse como
fiel testimonio de la equilibrada proporción estética a la que algunos estaban
acostumbrados.
Sin duda la extrema síntesis a la
que se han visto reducidos nuestros mejores aparatajes
de propagación sensorial (y quizás taladraría mejor una expresión más sensual),
convirtiendo la publicidad en una colección de estrofas lugarcomunes es, desde
una perspectiva propensa a tomarse a veces las cosas a la ligera, una respuesta
amigable y desprovista de alguna habilidosa inquietud por nuestra parte; podría
decirse, una objeción huérfana de un apropiado interrogatorio. Aunque, claro,
eso está a punto de cambiar, y en su cambio tal vez pueda integrarse al
desbordado sincretismo de oficios que convoca nuestra realidad en el planeta
que nos sufre, aquellas actividades que por razones que algunos doc-tos especulan
que nos avergüenzan o avergonzarían, se encuentran en alguna brecha de rugosa
marginalidad, esa condensada armonía pendenciera y a cierta segura distancia,
desde la que nos empecinamos, por razones tan indistintas como gente entre la
gente, en antipatizar con o a los demás. Desde luego en este asunto, como en
todos los que puedan resultar atesorables,
por los motivos que sean, se da la simpática paradoja que enuncia que no pueden
caber pensamientos reduccionistas, por minúsculos que estos parezcan, y
sabemos, al menos en teoría, que en el universo lo minúsculo puede contener
otros universos, y estos, a su vez, ser semilleros de otros que contienen otros
más.
Pero volvamos a la ruda deriva de los
suspicaces auspicios helénicos, suavizados con el hábito vital de acalorar el
intelecto con una rubicunda y sobria ebriedad, y retomemos el hilo sinuoso de
este devaneo. En la Grecia antigua, como ya se ha mencionado, las prostitutas solían
personificar los orígenes más diversos: «mujeres metecas que no encuentran otro
empleo en la ciudad de llegada, viudas pobres, antiguas pórnai que han logrado
independizarse...» Se sabe que al menos en Atenas debían estar registradas y
pagar un impuesto, mientras que algunas conquistaban el derecho de hacer
fortuna practicando exclusivamente su oficio. En el siglo I de la era común, en
Koptos, en el Egipto romano, se tiene registro de que dicho impuesto se eleva a
unas 108 dracmas. Por otro lado se conoce el nombre de varias de estas heteras,
las cuales podían administrar libremente sus bienes y cultivar diversas
prácticas, hoy en día se las llamaría, tal vez, custodias de la didáctica
sensual, piezas subsidiarias del mucilaginoso engranaje social, hippies pseudocontemporáneas o algo por
el estilo. Un ejemplo eminente fue Aspasia, amante de Pericles y una de las
mujeres más célebres del siglo V antes de la era común. Originaria de Mileto y,
por tanto, reducida al estatuto de meteco en Atenas, atrae a su casa a
Sófocles, Fidias, a Sócrates y sus discípulos. Según Plutarco en su Vida de
Pericles, «domina a los hombres políticos más eminentes e inspira a los
filósofos un interés nada despreciable», la cita en general ofrece una
elocuencia nada despreciable.
De la época clásica se mencionan por
citar algunos ejemplos una Teódota, compañera de Alcibíades, con quien Sócrates
dialoga en las Memorables; una Neera, a quien el pseudo-Demóstenes dedica un
célebre discurso; una Friné, modelo de la Afrodita de Cnido —obra maestra de
Praxíteles—, donde ella es la amante, pero también compañera del orador
Hipérides, que la defenderá en un proceso de impiedad (la asebeia); una Leontion
que fue condiscípula de Epicuro y filósofa ella misma. De la época helenística,
por su parte, se puede citar a Pitónica, compañera de Hárpalo, tesorero de
Alejandro Magno, o a Tais, correligionaria del propio Alejandro y después de
Ptolomeo I. Como se puede deducir, algunas de estas heteras fueron muy ricas,
en el sentido más próspero del término. Jenofonte describe a Teódota rodeada de
esclavas, ricamente vestida y alojada en una casa de gran altura. Así pues algunas
de ellas sobresalen por sus gastos extravagantes, como Rodopis, cortesana
egipcia liberada por el hermano de la poetisa Safo, quien se distinguiría por
hacerse construir una pirámide, quizás a manera de uno de varios equívocos distintivos,
dedicados a su iluminada dimensión respecto al perdurable acto de conjurar a la
muerte.
Según informes, detalles, datos
recopilados a partir de efímeras citas, Heródoto, uno de los grandes
historiadores de la antigüedad y cuyos registros fueron objeto de un análisis
escrupuloso por parte de grandes, diversas y desconocidas inteligencias, en una
época en que el conocimiento reptaba sobre las arenas del Sahara, fuera del alcance
de las purificadoras llamas del intelectualismo ideológico dominante un poco
más al norte, cortesía de la exacerbada imaginación totalitaria que aún hoy en
día se suele exhibir en todo gran convencimiento, al recapitular su delicada Historia,
el escéptico Heródoto descree de esta anécdota, sin embargo refiere la
existencia de una inscripción muy costosa que Rodopis financió en Delfos, en
todo caso una insinuación del talante concurrente y manifiesto de estas
legendarias y, en algún momento y perímetro, tradicionales presencias. Siguiendo
la tradición y si hay que creer a Aulo Gelio, autor de Noches áticas, las
cortesanas de la época clásica cobraban hasta 10.000 dracmas por una noche,
pero quizá no basten los cálculos y correcciones monetarias para hacerse una
idea sobre cuáles eran las habilidades tasadas en ese precio. Para citar otro
ejemplo, en Los aduladores, Menandro menciona a una cortesana ganando tres
minas por día, es decir, precisa, más que diez pórnai reunidas.
Sobre las pórnai se sabe que solían
ser esclavas de origen bárbaro, lo que tal vez sugiera que podrían ser
nórdicas, quizá escandinavas. Sin embargo es a partir del período helenístico cuando
se incorporan al gremio incluso jóvenes esclavizadas en el propio territorio,
que sólo dejarían de serlo cuando fuesen adoptadas por sus amos. Recíprocamente
existían otros devenires quizá menos susceptibles de surcar entre huraños
huertos de espinas. Existía una categoría específica de los templos consagrados
al
decoro de la desmaterialización, la de las prostitutas sagradas, que se abastecía,
habitualmente, de heteras. Un género de casinos divinizados de la época. El
santuario de Afrodita era tan rico que a título de “esclavas sagradas” tenía
más de mil heteras, que tanto hombres como mujeres habían ofrecido a la diosa. La
ofrenda a las divinidades en forma de mujeres-prostitutas no alcanzó en Grecia
una amplitud comparable a la que existió en el Próximo Oriente antiguo, no obstante
se conocen numerosos casos. Por un lado, dentro del propio mundo griego, hubo
prostitución sagrada en Sicilia, en Chipre, en el reino del Ponto o en
Capadocia; por otro, la hubo también en Corinto, cuyo templo de Afrodita
alojaba una importante tropa servil, al menos después de la época clásica.
Así, en 464 antes de la era común,
un tal Jenofonte, ciudadano de Corinto y atlético vencedor de la carrera a pie
y del pentatlón en los Juegos Olímpicos, dedicó a Afrodita, en síntoma de
agradecimiento, cien de sus jóvenes
mujeres, para distribuir mejor la gracia en el templo de la diosa. Conservamos
el recuerdo del hecho gracias a un canto festivo encargado a Píndaro, enalteciendo
a las «hijas muy acogedoras, sirvientes de Pito [la persuasión] en la fastuosa
Corinto». Aunque el oficio de las pórnai se desarrollaba en los prostíbulos,
generalmente en los barrios conocidos por esta actividad, tales como El Pireo
(puerto de Atenas) o el Cerámico de Atenas, frecuentadas por los marineros y
los ciudadanos menos opulentos, a esta categoría pertenecían también las
mujeres de los burdeles del Estado ateniense. Según Ateneo, en su Banquete de
los eruditos, en el cual se citan al autor cómico Filemón y al historiador
Nicandro, autor de una Historia de Colofón, fue Solón quien, «preocupado por
calmar los ardores de los jóvenes, (...) tomó la iniciativa de abrir casas de
paso y de instalar allí a chicas compradas». Así, uno de los personajes de las
Adelfas exclama:
«…Nuestra ciudad rebosa de pobres
chicos a los que la naturaleza obliga duramente, que se perderían por caminos
nefastos: para ellos, has comprado, y después instalado en diversos lugares, a
chicas muy bien equipadas y dispuestas. (...) Precio: un óbolo; ¡permíteles
hacer! ¡Nada de cursilerías! Las tendrás por tu dinero, como tú quieras y de la
manera que tú quieras (...)».
Como subraya el personaje y sin
mayor ánimo de imaginar algún comentario extravagante, los prostíbulos
solonianos resultan significativos a la hora de aportar satisfacción sexual
accesible. Existen numerosas alusiones al precio de un óbolo para las
prostitutas menos costosas, sin duda para lo que hoy se consideraría las
prestaciones más simples o básicas. Incluso Solón habría erigido, gracias al
impuesto sobre los prostíbulos, un templo a Afrodita Pandemos, literalmente
Afrodita «de todo el pueblo». Parece bastante claro, pues, que los atenienses
consideraban la prostitución como un componente sustancial, casi nativo, de la
democracia.
Y aquí detengo esta
disertación calcada a pulso, pues ya iba a pasar a hablar de los agitados y
nervudos ritos de los Troyanos y espartanos respectivamente, y a embarcarme en
la explicación de porqué al parecer no..., pero me voy por las ramas. Argumento
de economía. Basta de clasicismos, es hora de apartar a un margen más sensato
la acumulativa y docta presencia de la Wikipedia, (del griego Βικιπαίδεια)¡? Pasemos más bien a hablar de los
norteamericanos, y por qué no, si todavía se bromea en ciertos cafetines de
orgánica oriundez sobre los deslices de aquellas legiones de la CIA que...
Bueno, basta de chismes. Concretamente hablando, la pujanza del pueblo de las
barras y las estrellas y moderno tremedal de culturas forcejeantes, en su búsqueda perpetua de encumbrar a lo que dios
manda, las inflamadas despensas que sus apasionados padres fundadores sudaron
siglos atrás. Su profunda comprensión que fundó y fecundó buena parte del mundo
preposmoderno, llevado de la mano por la revista para hombres más glamorosa de
la historia, según su propio fundador, permitió que aquellos pioneros,
impregnados con tan insondable conocimiento, vislumbraran el potencial de la
sexualidad en un concepto de bolsillo, o más bien de ático, cochera o espontáneamente
fatigado entre el colchón.
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