Viene de LA ECONOMÍA SUMERGIDA
Bastaba con extender el principio
de la flexibilidad de las superficies para irrumpir en un orbe de fantasía,
ironías aparte, consumadamente inadvertido, una habilidad heredada de aquellos
tiempos en que unos cuantos míseros folletines escandalizados de tres o cuatro augurios
y dos o tres cándidos apetitos, salpimentaban la ruda existencia de esos hieráticos
y comedidos paladines, lanza en ristre contra el nuevo continente, subsidiarios a fuerza de tesón, a una manumisión desflorada
a palo seco por la imposición, a filo de hacha, del bizarro espíritu puritano, el
cual de cuando en cuando retortija visiblemente sus entrañas, mucho más que el
encogimiento o desplome de su intrépida economía. Inusitadas eidexégesis de la Historia. La vivacidad de un
comedimiento tan altruista parece tornar algunas trazas de temeridad, con el
tiempo y la distancia, en leves cenizas para un delicado esparcimiento. De tal
suerte, emergen en el panorama inmediato ciertas expresiones eufemísticas, cuyos senderos se irrumpen
de formas todo menos ortodoxas, es decir, más allá del escozor moral, en la
destilación de horizontes tan exóticos como intrínsecos. He a continuación un
ejemplo de ello.
“Si se expresa la noción
rudimentaria de economía sumergida en función del PIB, una disminución de éste
genera un aumento automático de la economía sumergida, de inmediato y
viceversa” ...Un panorama financiero complicado, si se lo contempla seriamente:
implosión de ingresos y explosión del gasto. Y suele suceder que ante los
panoramas financieros complicados, por lo general no se pregunta de dónde viene
el dinero. Cuestión de valores de interpretación. Malestar aparte, la llamada prostitución
voluntaria se considera una “actividad económica” que se convulsiona en zonas
que no se encuentran contempladas en los niveles de la iniciativa empresarial
viable, y menos como dinámica de promoción laboral. Aunque la sociedad haya
hecho magnos esfuerzos por legitimizar algunas formas de prostitución, por lo
general relativas al pragmatismo de la conservación de los valores, un legado
quizá escandinavo, bajo la fachada caravánica de las buenas costumbres y el
papel central de la familia, una prostituta o un prostituto estándares, no tienen
permitido tributar por los ingresos derivados de su oficio, ni mucho menos contribuir
con ellos a las formas representativas de cotización vigentes, por más que ambicionen
ser una parte productiva de la sociedad. Se encuentran, por decirlo de algún
modo, irremisiblemente ligados a lo que se conoce como economía por
asociacionismo, una vertiente marginal de la modulación accesoria de las
riquezas foráneas.
Los norteamericanos son
precisamente todo lo contrario a un ejemplo a seguir, especialmente en el
momento que nos corresponde llamar su singular tiempo presente, tan lleno de
incertidumbres y despropósitos a merced de renovados y aterradores vaticinios,
provenientes de ninguna y cualquier parte, de un porvenir que ya no les
pertenece, que ya no pueden empuñar con la vieja certeza de sus principios
exaltados, su economía rimbombante, su eufórica simetría suburbana, su
decadente cotidianidad apesadumbrada, sus inspirados destellos sintéticos, perdurables
a costa de implantar lobregueces y esparcir la exuberante desolación de su
truncada grandeza, aunque se esfuercen por aparentar las cualidades del
superhombre, el guerrero, el patriota, el pilar de la sociedad; no obstante y
gracias a que su historia nos permea las naguas con un viscoso rezumado de
aquelarre santurrón, a lo largo de los siglos que abarcara la llamada edad
temprana del ostracismo moderno, o algún viso por el estilo, nosotros mismos
hemos agrandado nuestra colección de traumas a una despensa bilingüe, de tal
suerte que, entre algunos ¡ah! Y ¡oh! de propagación cosmopolita, lingüísticamente
hablando, y cuando su popularidad declina y se diluye en un nuevo amague de
postrimería prematura, una contemporaneidad encolerizada presume su cetro con
degustaciones impalpables, es decir, etéreas, mientras la política de la desconfianza
perfila un nuevo rastrillar de garras, a ciegas y contra un monstruo informe, es
decir, salvajista, así el estatus de ansiedad que gobierna los derroteros
regulares de la didáctica de las bacanales indica que, si bien debe haber
esperanza, no parece haber adarga que nos libre de proliferar en la
destrucción, y con ello un baldón de etcéteras profuso y perverso para quien se
encuentre bajo su sombra.
Hay muchas formas de escudarse en
argumentos de todo tipo. Norteamérica es para muchos norteamericanos la tierra
de los magnates, cuya perspectiva no trasciende lo que hay más allá de los
océanos, aunque ahora el mundo esté en todas partes. Es entendible, su
esplendor empezó cuando Europa estaba en ruinas, su revolución industrial
reemplazó la mano de obra esclavizada o de esclavos, aunque para ello se
emplearon las técnicas de “sistematización laboral” de manufactura nazi. Según
se especula, el gran cambio que envolvió y dividió al país en una guerra fratricida,
no ocurrió sólo por los puros excedentes enfrentados a la manutención, según el
informe oficial. Quizá el sur fuera renuente por su retorcida filiación a un
sentido de inferioridad intolerable, pues los estadounidenses saben odiarse
entre sí con mucho entusiasmo, y tal vez por ello, al enfrentar nuevos enemigos
que no pueden aplastar, han aprendido como disimularlo. La desconfianza en un
gobierno que se inmiscuye en la vida privada los ha hecho propensos al
aislamiento simbólico, la cultura de base pop y el mass entertainment. Salvo
que a diferencia de la prohibición, este material, incalculable y estrechamente
embrollado, se encuentra a disposición en cualquier momento y lugar, y, si no
representa amenaza, bajo cualquier circunstancia.
Su bohemia, antes de la resaca que
marcó la brecha entre un antes y un después, la cual muy pocos habrán olvidado tanto
si lo presenciaron como si no, fue una era postindustrial, aturdida y decadente,
regida por trafagadores altibajos y, si se me permitiera una circunscripción de
bajo espectro, entertainmentesca. Hay
que reconocerlo, para una fracción de doscientos cincuenta años o un poco más,
de una cultura francmasónica y un tremendo historial de fraudes y complots que
más parece, a veces, un burdel real del siglo XIV o algo por el estilo, han
sabido cumplir con el principio de vivir rápido e irse ardiendo. Mejor eso que
enfrentar sin alivio las reprimendas de una revisión censuradora, aunque sea
falsa. Se dice, a manera de chisme, que Lincoln quiso abolir la esclavitud para
que proliferaran los burdeles, que era una de sus más secretas ilusiones, etc.
Pero también se ha dicho de buen frintein que se comunicaba con algunos
alienígenas, de ideología armonizada notablemente con los principios de cierta entidad
secreta. Por estos lares de la cohorte que lleva invertida la etc. –Averiguar,
sonsos-! Pero patrañas aparte, su
propio primer despunte fue brutal, incontables violaciones a las culturas que,
de cualquier modo, habían decidido borrar en un holocausto que algunos dicen no
termina, o no acaba de terminar, para ser consecuentes con los ímpetus
ventilados. Luego del famoso encuentro del ave fría –lejos de una grandeza
espiritual, lo único que les quedaba era la “dignidad” de no ser exterminados,
por lo que se pusieron ellos mismos a exterminar. Se sigue dando gracias hasta
ahora.
Los casos documentados y reportados
en los informes sobre abusos sexuales en EE. UU. por la FF. AA. indican que su
ejército es responsable los hechos por los cuales existe la mayor cantidad de
denuncias sobre, como no, intolerancia y autoritarismo, pero también trata
ilegal de personas, especialmente de comportamentalidad
femenina, y entre los delitos más frecuentes y significativos, cohesión para prostituir y prostituirse. La mejor
prueba de su asiduidad a cuantos sitios y lugares clandestinos se ahuequen por
doquier idóneo zigzagueo del relieve urbano, o donde se encuentren, la
cartografía puede ser inabarcable, depósitos y depósitos de especulativos anagramas
y laberínticas exploraciones en un delicado equilibrio dominante. Cuan
trajinados y desvaídos, predicando un atrabiliario manifiesto de respuestas sin
preguntas, y sin embargo, han apoyado la Ciencia. ¿Cómo se explica eso? Los
aficionados a las teorías conspirativas especularíamos, quizás, con
desequilibrios léxicos y una retahíla de afirmaciones sociologistas; diríamos,
por ejemplo, no es que hayan apoyado la Ciencia, se han apoyado en ella y, a
riesgo de chiste, se la han apoyado, nosecuantas veces y con athlética
celeridad, quien sabe, quizá hasta pueda atribuírseles el vago concepto de una
nueva fórmula de decadencia, una que se regodea en la crapulencia de sus
tecnicismos omnímodos tipo “El Gobierno Tiene La Razón” y entes de ese estilo.
Un declive autoritario de ingentes
ultranzas y de sutiles mediocridades.
Llamémosle, ya que estamos en tan buenas migas diplomáticas, omisiones de buena
fe, sin embargo nunca se olviden que hay que aprender a arroparse con el manto
de la confianza que poseen las grandes mentalidades de corte estadista y
vandaloempresarialista. Pero este no pretende ser un texto tipo blog del
juicio, se trata de un disparate diferente aunque tenga una semblanza
semejante. De vez en cuando la jurisdicción de los símbolos resulta ineludible,
es cuando tomas o no la decisión de arriesgarte y esperas que no se te interprete
trágicamente sino en el tono amable en que se departe una íntima y trapicheada
amistad. Amistades de ese calibre con mucha frecuencia se encuentran sólo donde
rezuma el fragor del sexo consentido, que sin embargo se encuentra enmarañado
en el lujo, a veces extravagante, de poseer la atención de alguien por un par
de horas. Y dado que mi trabajo es imaginar y no juzgar, dejad que la
imaginación juguetee a sus anchas por algunos minutos, siquiera, antes de hacer
el primer contacto visual con quien sea que se encuentre a vuestro lado.
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