Nota aclaratoria: Siguiendo un hilo
más bien perezoso en el tratamiento de los temas que se encuentran en cuestión,
he utilizado en mi favor las actuales circunstancias hipermediáticas de la
comunicación y del lenguaje. En ellas los averiguamientos para suministrarme la
información y las referencias, basadas en las cuales auguro sobre las diversas
singularidades mencionadas, y que del mismo modo desconozco, se fundamenta
básicamente en una juiciosa y subrepticia plagialidad
del estado del arte.
DISPERSIONES
Hace relativamente poco tiempo, apenas
el fértil asomo de un castañeo subconsciente, pude ver -con escueta diferencia
podría decir “contemplar”-, cómo asomaba de su casi inadvertido sueño de
décadas, uno de los proyectos más significativos para mi efímera percepción de
la existencia, lo cual no resulta demasiado importante de no ser porque, con
presunción de objetividad, no debo ser el único... Me refiero al remake de Cosmos, uno de tantos a decir
verdad, y que suspicazmente pretende ser una de las reminiscencias más
memorables de aquél grato bosquejo de Ciencia aplicada, cargado de pertinencias
documentales según lo que recuerdo. Si bien me pareció que se manifiesta algún
traspiés de más para mi gusto excesivamente escrupuloso, quizás ineludible en
la aligerada dinámica contemporánea, aquello bastó lo suficiente como para revivir
casi a flor de piel mi trivial curiosidad, todavía precipitosa, por los
fantásticos y espinosos recuentos de un trasiego apretujado de sombras
inefables y no pocos relámpagos de confusión, lo que algunos estaríamos
dispuestos a llamar de buen agrado y con una sencilla disposición de ánimo: la
Historia. En la breve tormenta del intelecto que nos compete, se agita el eco
de un grato o quizás ingrato recordatorio, el de un pasado compartido que
habría que conocer.
Hasta donde se piensa que podemos
deducir y dentro de lo que se puede definir como existencia, ocurren fenómenos
de naturaleza extremadamente singular, que con el transcurso del tiempo y los refinamientos idiomáticos hemos
llegado a llamar cognitivos -además de usar otros términos, astutos de nosotros-,
los cuales nos permiten interpretar los asuntos que por una u otra razón nos llaman
la atención. Lo interesante de este aspecto del mundo humano, o una de sus interesancias, es que la conjugación de
sus componentes resulta susceptible de ser organizada, hasta cierto punto, al
menos en la dimensión abstracta y hoy casi rezagada del pensamiento
aristotélico. Pero también resulta importante porque involucra los límites, intuidos
más como horizontes que como fronteras, de las capacidades didácticas de que
disponemos para entenderlo todo. Supongo que no tenerle miedo a buscar las
respuestas no es lo mismo a no tenerle miedo a la posibilidad de encontrarlas.
Imagino sin mayores dificultades, que lo último está relacionado de forma más
directa con las estructuras de soporte especulativo que conocemos con el nombre
de Ciencia.
La Ciencia nos involucra a
todos en la medida en que es el compendio organizado de los intereses que
presentan una dimensión común. Una de las ideas que se expresan en el proyecto
de Carl Sagan -para no perder la insinuación de una vaga idea esbozada en el
primer párrafo-, infiere que los moldes de la vida estarían, en teoría, por todas
partes y que, eventualmente, se ocasionarían fácilmente, aunque no podamos
entender todavía cómo lo hacen, ni siquiera en nuestro propio ambiente. Pero algo que sí sabemos es que, salvo
raras excepciones, también se deshacen con relativa facilidad. Los organismos
encuentran su forma de sobrevivir atrapando en sus sistemas la energía que
precisan, lo hacen de manera autónoma y a veces por medios tan primarios como
sorprendentes. Algunos organismos simplemente cosechan luz, de manera directa,
convirtiéndose en el soporte de la vida, donde esta depende de ella; otros
organismos entre los que se encuentra nuestra especie son complejamente
parásitos de los primeros. Este simple enunciado me lleva a intentar explorar,
en cuanto me percato de la posibilidad, algún que otro tramo de la complejidad
que nos habita. No obstante, basta con que uno se interese por algún tramo para que se disperse la potencia
intuitiva que procede de nuestras contradicciones. Tenemos tendencia al
protagonismo.
Sin embargo dicha complejidad
habitacular, al menos en la extensión
no ignorada de “nuestro” planeta, no hubiera sido posible si no hubieran
existido los asombrosos entramados entre las naturalezas física y química de
los elementos primigenios. Ahora bien, que existan unos elementos primigenios
parece tener una relación especial con un alter-entramado rubicundo, un tanto
externo a nuestra percepción de la cotidianidad. Sin embargo –y este segundo sin embargo promete alargar de manera superflua
la extensión de este comentario-, parece que no hay nada en nuestra vida que
tenga mayores consecuencias cotidianas si terciamos por allí. Una especie de
adagio adoptado, a última hora y a regañadientes por la Sicología aplicada de
finales del siglo XX, que acrecentó su perspicacia en los sumideros novecénticos
de una Antropología de lo inefable, enuncia, exagerando un poco, que
reverenciar al sol y a las estrellas tiene al menos un sentido, ya que al fin y
al cabo somos su producto indirecto. A pesar de que esa es una idea que alcanza
a ser revolucionaria, al interior de la catarsis duelada que abarca nuestro tortuoso aprendizaje colectivo, si se puede
llamar así, se ha admitido de manera más o menos generalizada, que las
respuestas a los porqués pueden y suelen tener más de una explicación
convincente, dependiendo consecuentemente de los intereses implícitos de la
cultura dominante y de los grados de fe implícitos.
Como se sabe o se especula
con mayor o menor suspicacia, para algunas culturas y quizá la nuestra deba
incluirse, la verdad puede no ser otra cosa que una alucinación muy bien
argumentada, o acaso (para otras culturas) la réplica pasiva de una ignorancia
muy bien administrada. Intentar conjurar los muchos siglos de ostracismo
dialógico ha sido, en algunos casos venturosamente contrariados, el propósito
de algunos sistemas explicativos del mundo. A lo largo y ancho de nuestra fugaz
historia registrada, las diversas ideologías, similares en vastos sentidos a lo
que llamamos Ciencia, han competido encarnizadamente por obtener el dudoso
monopolio sobre los derechos de verdad, y cualquier aspecto que les facilite lo
que podríamos llamar una verosimilitud
estructural de sus planteamientos. Se trata de un material que resulta susceptible
de convertirse en trasfondo enajenado de la intolerancia, en un elemento de
cohesión que en algunos casos puede ser utilizado con el propósito de excluir. Hay
que reconocerlo, nuestra forma poética de plantearnos el mundo ha probado tener
abundantes puntos de convergencia con destacables mecanismos de meticulosidad.
Tal vez ahora –un simple ahora sempiterno en nuestra humilde escala
existencial- nos encontremos develando, a la manera en que los renacentistas andaban
descubriendo los mediterráneos pensamientos hoy llamados clásicos, las potentes
cargas de verdad en afirmaciones y sistemas de creencias que en una época, más
bien reciente, todavía solían ser consideradas parafraseos balbucientes de
incidental relevancia, cuando no descarados anatemas al orden establecido.
Como si dado el momento,
pudiéramos hacer a un lado los argumentos desdeñosos que ponen en primer plano
las cargas místicas de aquellas cosmovisiones y, en seguida, en vez de
despreciarlas categóricamente, como si de planteamientos filosofístcos –y por
lo tanto desautorizados- se tratara, aspirar a una lectura semejante, o limítrofe,
con la que pudieron pretender quienes las construyeron; llevados a suponer que
tal vez ello nos permitiría establecer y patrocinar el interés crítico, tanto a
favor como en contra, de las tendencias de ciertos sistemas de dimensión
exclusivamente política, cuya participación en la historia sólo es entendida, por
lo general en términos autorizados, cuando deslumbran por su ausencia en pleno
mediodía los más mínimos matices indulgentes, en el a veces forzoso batir de
alas de la clarividencia gubernativa, a partir del deseo de homogeneizar y
contener el pensamiento en una sola manera de interpretar. Y ahora que ya hemos
entrado en calor, me gustaría imprecar con unos cuantos párrafos propensos al
desentusiasmo, una vieja y repentina visión de lo que tal vez somos, y que me
ha venido a la mente, como la húmeda envergadura de una temática esquiva. La
titularé sin mayores sentimentalismos:
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